La transformación de México y los molinos de viento
Tengo la impresión de que la transformación del país toma, por momentos, el camino más largo y, además, realiza paradas innecesarias en donde suele enfrentar a enemigos imaginarios.
El hecho es que, en ese afán por acribillar al pasado y refundar al Estado, los agentes de la transformación han enfrentado y han logrado vencer a gigantes reales. Sin embargo, siendo sinceros, también sucede que han derrochado tiempo valioso al confundir simples molinos de viento con peligrosos monstruos.
Así, podríamos decir que la cancelación del aeropuerto que se construiría en Texcoco, junto a la promoción a rango constitucional de los programas de bienestar, constituyen dos batallas contundentemente ganadas. El resultado del primer combate, fue que la transformación refrendó su legitimidad ante su base electoral, al propinar una sacudida a esa bestia llamada corrupción. En la otra batalla, los promotores del cambio lograron rescatar de las garras del olvido a las acciones de carácter social.
Sin embargo, el júbilo de la victoria tiene como contrapartida, no treinta, pero sí, al menos, tres frentes contra molinos de viento, los cuales, en realidad, no representan la más mínima amenaza para el movimiento transformador. A pesar de ello, sin reparar en proyectar los verdaderos efectos que algunas reformas podrían abonar a las metas relacionadas con el combate a la pobreza y la igualdad, los agentes del cambio consumieron uno de los recursos que, a partir del inicio del tercer año del presente sexenio, comenzó a escasear: el tiempo.
Sin mencionar que, la legitimidad, el recurso más abundante en posesión del movimiento transformador, a consecuencia de enfrascarse con supuestos “gigantes neoliberales”, también podría empezar a mermar. Ya que, cuando se riñe en contra de fantasmas, la batalla siempre es desigual y desgastante.
Pongamos, a manera de ejemplo, tres horribles, aunque, en definitiva, imaginarias criaturas. Primero, el intento para reducir o eliminar las comisiones bancarias; luego, el revés judicial promovido por la organización ambientalista Greenpeace que le valió al Gobierno Federal perder amparos contra la pretensión de restringir la participación de capital privado en la generación de energías limpias; y, más recientemente, el fallido conato con el que se pretendía reformar la normativa del Banco de México y obligar a esta institución autónoma a comprar los dólares excedentes que circulan en el país.
En los tres casos, el esfuerzo y el desgaste han sido considerables, sin resultados palpables y trascendentes. Además, según los entendidos, de haberse consumado, estas reformas poco habrían de contribuir al desarrollo y sí, en cambio, podrían convertirse en fuertes vientos que pusieran en riesgo al sistema bancario, la estabilidad y el flujo de inversiones.
Algunas de estas iniciativas son tan contraproducentes para la economía e intrascendentes para el combate de la pobreza, que fueron encajonadas, al menos temporalmente, por los propios oficiales de la transformación; no sin antes, realizar una serie de malabares tratando de encontrar una justificación razonable a su intentona, y una explicación política de su desistimiento.
Esta tendencia no sólo lleva a los esfuerzos de transformación por el camino más largo y empedrado, sino que también distrae a los agentes promotores del cambio se su propósito para impulsar otras reformas con mayor potencial en combatir la pobreza y garantizar el desarrollo productivo del país.
Por ejemplo, el campo y la economía solidaria; es decir, desde el inicio de la actual administración pudo haberse impulsado una reforma de gran calado que garantizara el desarrollo del sector primario y de la población que habita en el área rural y de aquellas actividades productivas propias del sector social (cooperativas, cajas de ahorro, grupos solidarios, ejidos, etc.).
Otro: la seguridad social, es también un tema de primer orden, que significa incluir a la población que se encuentra laborando fuera del sector formal, en un sistema básico de salud, retiro y transferencias ante eventualidades.
Reformas en este sentido, han demostrado ser eficaces en el combate a la pobreza y la desigualdad.
Por ello, sorprende que, frente a la evidencia técnica, los agentes transformadores hayan consumido tiempo y legitimidad en la búsqueda de reformas fútiles, luchando contra molinos de viento, siendo que los verdaderos gigantes que obstruyen el desarrollo del país continúan intactos y creciendo.
Aprovecho este espacio, para desear a todos los coahuilenses una feliz navidad.
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