CÁPSULAS SARAPERAS

El Tamalero  

Fijese estimada y estimado Saltillense que hace años escuché esta leyenda en voz de mi amigo Erick Morales, una leyenda que pareciera ser cierta, de esas historias que se van contando de generación en generación y que perduran hasta nuestros días, y me refiero a la leyenda de “El tamalero”.

Hace algún tiempo, cerca de la Catedral de nuestra hermosa ciudad de Saltillo, en el callejón que lleva el nombre de Santos Rojo y que es conocido como el del chiflón, un tamalero, se dedicaba a vender sus productos, anunciando con voz fuerte y grave, gritando “tamaleeees, ricos tamaleeees”. El tamalero, hombre fuereño, vendía tamales exquisitos, cuyo sabor era muy singular.

Todas las tardes bajaba por las calles de aquel pequeño Saltillo, para instalarse en el callejón Santos Rojo, en su trayecto también gritaba “tamaleeees, ricos tamaleeees”.

Entonces, de forma repentina, varios niños empezaron a desaparecer, sin dejar rastro alguno, como si se los hubiera tragado la tierra.

Dicen que cierto día llegó una familia de turistas a visitar esta hermosa ciudad de Saltillo, integrada por la madre, el padre y un pequeño, a quien le habían regalado un anillo de plata, ornamento que utilizaba en su dedo anular de la mano derecha. De repente, muy de mañanita, el niño se separó de sus padres, quienes al no encontrarlo empezaron a buscarlo en cada calle, en cada rincón de aquel pequeño Saltillo, y así pasaron los minutos y las horas, convirtiendose ese tiempo en una eternidad. Hasta ya entrada la tarde, se dieron cuenta que no había probado alimento alguno, momento preciso en el cual escucharon el grito de: “tamaleeees, ricos tamaleeees”, decidiendo hacer un pequeño receso para comer.

Pidieron una docena, pagaron, el tamalero se despidió dandoles en ese momento la feria y su espalda. El matrimonio deshojó el primer tamal quedando facinados con el delicioso sabor del relleno, de carne deshebrada. Abrieron un segundo, depués, el tercer tamal y así sucesivamente hasta llegar al doceavo, y al morderlo, el padre sintió algo en el interior del tamal, pensando que era un hueso, pero no, era un anillo, sí el anillo de plata que él mismo le había obsequiado a su hijo.

Así fue estimada y estimado Saltillense, aquí en esta hermosa ciudad de Saltillo, un tamalero, hacia tamales con niños, y sin querer los papás de uno de ellos terminaron cenándose a su propio hijo.

 

 

Autor

Francisco Tobías
Francisco Tobías
Es Saltillense*, papá de tres princesas mágicas, Rebeca, Malake y Mariajose. Egresado de nuestra máxima casa de estudios, la Universidad Autónoma de Coahuila, en donde es catedrático, es Master en Gestión de la Comunicación Política y Electoral por la Universidad Autónoma de Barcelona, el Claustro Doctoral Iberoamericano le otorgó el Doctorado Honoris Causa. Es también maestro en Administración con Especialidad en Finanzas por el Tec Milenio y actualmente cursa el Master en FinTech en la OBS y la Universidad de Barcelona.
Desde el 2012, a difundido la historia, acontecimientos, anécdotas, lugares y personajes de la hermosa ciudad de Saltillo, por medio de las Cápsulas Saraperas.
*El autor afirma que Saltillense es el único gentilicio que debe de escribirse con mayúscula.
Artículo anteriorPLAY ACTION
Artículo siguienteQUIEN POLARIZAR PARALIZA
Francisco Tobías
Es Saltillense*, papá de tres princesas mágicas, Rebeca, Malake y Mariajose. Egresado de nuestra máxima casa de estudios, la Universidad Autónoma de Coahuila, en donde es catedrático, es Master en Gestión de la Comunicación Política y Electoral por la Universidad Autónoma de Barcelona, el Claustro Doctoral Iberoamericano le otorgó el Doctorado Honoris Causa. Es también maestro en Administración con Especialidad en Finanzas por el Tec Milenio y actualmente cursa el Master en FinTech en la OBS y la Universidad de Barcelona. Desde el 2012, a difundido la historia, acontecimientos, anécdotas, lugares y personajes de la hermosa ciudad de Saltillo, por medio de las Cápsulas Saraperas. *El autor afirma que Saltillense es el único gentilicio que debe de escribirse con mayúscula.