Emilio Lozoya Austin fue durante 4 años director general de PEMEX durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, hoy se le enfrenta a proceso por enriquecimiento ilícito y asociación delictuosa, sin embargo, su arribo a México, proveniente de España donde se le detuvo, ha estado marcado por una serie de actos procesales que hoy lo hacen estar desde algún domicilio, resguardado, siguiendo su proceso.
Se antoja pensar que estos privilegios, que otros procesados no cuentan, se deben a una protección intencionada por un apetecible banquete político, que puede conectarse con un sinfín de personalidades.
Ya en otras partes del mundo vemos avanzar la presión por una justicia que lleve y siente en el banquillo a los otrora poderosos. En Colombia el expresidente Álvaro Uribe hoy enfrenta un nuevo proceso judicial dándole herramientas al mundo que está buscando reconstruir la confianza que un virus ha trastocado, porque si las fronteras que vieron guerras por defenderlas, y tuvieron muros gigantescos para protegerlas, cayeron rendidas ante minúsculas gotitas de saliva. Cuanto más los gobiernos enfrentarán protestas, véase Alemania y sus manifestaciones ante las medidas de confinamiento.
El presidente López Obrador es un experto en construcción de escenarios políticos, ha posicionado su agenda con un solo espacio diario, la mañanera, conferencia de prensa “libre” que responde directamente a las preguntas formuladas en sus terrenos y sobre sus temas, pero ese esquema no ha sido replicado por ningún otro actor político en el país, lo cual demuestra una inmensa incapacidad de enfrentamiento en los mismos valles. Luchar a distancia causa heridas que no se miden.
En esos escenarios está el país, que ha sabido aplaudir, porque aumentó inmediatamente su aprobación presidencial, no solo la detención de Lozoya sino su manejo político. Seguramente Lozoya forma parte de una estrategia que aporta varios respiros a un régimen que enfrenta tiempos difíciles. Al mismo tiempo Rosario Robles, exsecretaria de Estado purga su condena sin mayor mérito ni concesión, como si se tratase solamente de la venganza, contra quien le entregó la jefatura de la ciudad de México al hoy presidente López Obrador. Pero en ese caso la justicia no es arma ni discurso, sino oportunidad y descanso de un profundo rencor que con el tiempo no se enfrió.
En el año 2004, cuando AMLO estaba en su último año como jefe de gobierno del Distrito Federal, se le responsabilizó de violar una orden judicial que exigía la suspensión de la construcción de una calle en un terreno expropiado años atrás por gobiernos anteriores. Aunque los trabajos fueron suspendidos, se alegó que el cumplimiento de la orden había sido dilatorio iniciando un proceso de desafuero político para poder juzgarle. Esta acción impediría su registro como candidato a la presidencia del país en 2006, siendo presidente de México Vicente Fox, muchos se preguntaban si el proceso perseguía justicia o era una artimaña política, quien mejor lo expresó fue el priista Roberto Campa Cifrián que dijo: «El origen de todo esto no es que López Obrador sea un delincuente, sino que es un candidato peligroso, que nos va a ganar».
La justicia entonces no se entiende como un fin, sino como un medio, al igual que pensamos en la pobreza como un número, la empresa un sector, la salud una política y el desarrollo una aspiración, cuando despertemos va a ser duro.
Yo soy Héctor Gil Müller y estoy a tus órdenes.
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