EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Día del Bibliotecario

Quizá no lo sepa estimado lector, pero en días pasados, el 13 de junio para ser exactos, celebramos el Día del Bibliotecario Coahuilense, una fecha que, aunque es poco recordada, llena de orgullo a los que se dedican a esta gran labor.

Y es que, aunque la utilidad de las bibliotecas públicas es cada vez más cuestionada, sobre todo por aquellas personas no hacen uso de ellas, que tienen internet, computadora y dispositivos móviles en su hogar para descargar todos los libros digitales que deseen al alcance de un clic, lo cierto es que estos recintos están llenos de vida.

Antes de la cuarentena -que ya más bien es una “ochentena”-, los bibliotecarios recibían diariamente a decenas de niños, jóvenes y adultos mayores en busca de un lugar tranquilo para hacer sus tareas, usar el centro de cómputo, recibir asesorías escolares, hacer manualidades con bisutería, cursar la preparatoria abierta o, simple y llanamente, para convivir.

Porque siempre hemos de recordar que no todos vivimos la misma realidad.

Los pequeños llegaban corriendo a las bibliotecas apenas salían de clases, ya fuera para escuchar cuentos, dibujar con colores que no tenían en casa o para pasar la tarde en lo que sus papás regresaban del trabajo; los jóvenes se acercaban por el internet y para consultar libros que deberían de tener pero que la economía no les permitía adquirir; los adultos mayores se reunían por el placer de salir de casa y tomarse un café que ellos mismos llevaban, o celebrar un cumpleaños con todo y pastelito.

Vivas, amenas, divertidas, así son las bibliotecas hoy en día, y se debe, en gran medida, a la labor de quienes ahí laboran.

Con su cierre temporal debido a la pandemia, un gran sector de la población quedó desprotegida de la seguridad que les proveía: ahora la juventud de escasos recursos vaga por las calles, sin una guía, sin un aliento; y las personas de 60 y más están confinadas a un encierro involuntario que deja sin risas sus días.

Por supuesto que los bibliotecarios no se quedaron cruzados de brazos, empezaron a grabarse con sus celulares y subir sus videos a las redes sociales: recomendaciones de libros, lecturas, cuentos, manualidades con materiales reciclables, todo lo que tuvieran a la mano para que los usuarios no los echaran tanto de menos.

Pero la realidad, estimado lector, es que no todos nuestros visitantes tienen acceso a internet, ¿cómo hacer para llegar a ellos? Entonces el ingenio, la creatividad y el amor a la profesión: algunos bibliotecarios salieron a los parques a llevarles libros, presentaciones con marionetas, lecturas dramatizadas. Cada uno se acordó de los usuarios que más les conmovía, el que más los necesitaba, y con todo y cubrebocas, los citaron en una plaza comunitaria -guardando su sana distancia- y ofrecieron lo mejor que saben hacer: inspirar el gusto por la lectura.

Han sido muchos los bibliotecarios que me han sorprendido gratamente por su alto compromiso de responsabilidad que tienen con los usuarios, por la empatía, por la solidaridad mostrada en estos tiempos difíciles y, como ya lo dijo Silvio Rodríguez hace unos días, “la pandemia mostró lo que somos”.

Y así como la mayoría se sumó al reconocimiento hacia el personal de salud, en lo personal, pondría en el mismo escalón a los maestros y a los bibliotecarios. Porque mientras los profesores se esmeraron en aprender a usar la tecnología para dar clases en línea, el personal de las Bibliotecas Públicas puso todo su empeño en seguir llevando los servicios bibliotecarios fuera de los recintos.

Las crisis sacan lo mejor o lo peor de nosotros, dicen varios por ahí, y es cierto. Es fácil ser buenos cuando estamos en nuestra zona de confort, lo difícil es seguir siéndolo en situaciones complicadas.

Así que, en vísperas del Día del Bibliotecario Coahuilense, celebremos a esos héroes anónimos que siguen llevando aprendizaje, cultura, diversión y seguridad a los usuarios de las bibliotecas públicas.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo