Mientras la directora Sofía Coppola se luce con un particular remake de una película de los años setenta en clave feminista, logrando sutileza y tensión por partes iguales, el director Ziad Doueiri hace un filme a ratos discursivo y a ratos fascinante, que si logra conectar con el espectador es a fuerza de revelar un contexto social que, en Occidente, no se alcanza a dimensionar en toda su plenitud. Ambas películas son una buena opción para este encierro prolongado a causa del coronavirus y están entre lo mejor de lo nuevo en Netflix.
1.- EL SEDUCTOR: el hombre atrapado entre las mujeres.
Es curioso el caso de la directora Sofia Coppola (hija del famoso Francis Ford Coppola): se la ama o se la detesta sin términos medios y todas sus películas son el retrato de una creadora que, en tanto feminista, logra de igual manera ser capaz de entregar obras donde la sutileza y la elegancia son sus mejores herramientas expresivas.
Así, nadie puede negar que el filme “El Seductor” (“The Beguiled”, 2017) se beneficia del estilo que es tan característico en su cine, donde predomina una fotografía envolvente, actuaciones de lujo y mucha sutileza en los detalles que aportan elementos esenciales al relato. Aunque es una nueva versión de un filme de Don Siegel de 1971, “El engaño”, donde el protagonista era Clint Eastwood, lo que la directora hace es una versión completamente acorde con sus propias necesidades expresivas y lo que entonces fue una película de alto calibre erótico, acá es un estudio respecto de la represión femenina en un contexto particular, la Guerra de Civil en Estados Unidos.
Todo parte cuando la pequeña Amy recolecta hongos en un oscuro bosque, teniendo a lo lejos los sonidos de los cañones que recuerdan que más allá de este paisaje hay guerra y muerte. En un recodo del camino se encuentra con el cabo John McBurney (Colin Farrell), un “yanqui” que ha desertado de los Confederados durante la Guerra Civil norteamericana. Aunque es enemigo, Amy lleva al soldado al Seminario de la Señora Farnsworth, una enorme mansión dirigida por Martha Farnsworth (Nicole Kidman).
La directora se encarga de hacerle entender a los espectadores que ese internado es tanto una casa de señoritas como un refugio del mundo exterior, donde se desarrollan las rutinas propias de la antigua educación femenina, sin existir presencia de hombres en ese lugar. Por esa razón, la llegada del cabo McBurney significa alterar el orden establecido e introducir la tentación, el deseo reprimido y la fantasía entre las mujeres que buscan sobrevivir a la guerra.
Ese inmenso lugar significa la clara división de dos mundos: más allá de la reja está el mundo real, la guerra, el dolor y la muerte. Dentro, las muchachas, la profesora Edwina (Kirsten Dunst), que continúan con sus rituales, tratando de aparentar que el tiempo parece no avanzar. Es en ese mundo casi clausurado, en donde se respira represión y deseo en el cual la llegada de este cabo significa el quiebre, la disrupción y la posibilidad de algo que todas desean, pero no saben entender qué es.
Sofía Coppola, a quien debemos películas brillantes como “Las vírgenes suicidas” o “María Antonieta”, maneja de forma magistral los tiempos en esta primera mitad de la película, sabiendo demostrar el efecto que produce el soldado en cada una de las mujeres de diferentes edades y condiciones: despierta la pasión en una, el miedo en otra, la fantasía en las pequeñas y la posibilidad de la libertad en el caso de la profesora Edwina.
Ese hombre, atrapado en un mundo femenino hasta la médula, simboliza algo diferente para cada una de ellas, porque en su estructura psicológica puede comportarse tierno y gentil con unas y seductor y hasta grosero con otras, haciendo que se instale el deseo sumado a la competencia entre esas mujeres que además están atrapadas entre cuatro paredes de una mansión deteriorada.
Hay cierta tendencia al desborde hacia el tramo final, pero por fortuna la capacidad interpretativa -Nicole Kidman, Kirsten Dunst y Colin Farrel están excelentes en sus roles- y la notable composición de la fotografía de Philippe Le Sourd, hacen de este cuento de hadas para adultos un verdadero trazo pictórico, exquisito en sus detalles: el sol sobre las hojas del jardín, la luz que se cuela entre las persianas o la luz de las velas, iluminando las estáticas escenas interiores nos recuerdan a otros directores que han hecho cuadros en movimiento, como Roman Polanski en “Tess”, Stanley Kubrick en “Barry Lyndon” o Terrence Malick en “Días de gloria”,.
Aun cuando todos sepamos que ese soldado tiene sus días contados -por haber desertado de la guerra, porque es un enemigo, porque cualquier movimiento que haga significará un estallido en el orden establecido en ese colegio de señoritas o por la fatalidad que rodea a estas mujeres, víctimas inocentes de una sociedad machista y represiva- el ritmo tenso no afloja el interés de los espectadores y en el tramo final se desencadena una desgracia que de alguna manera restablece el orden de las cosas. Pero sabemos que todo ha cambiado y ese grupo de mujeres ha descubierto muchas verdades que las marcarán para siempre.
Con muchas aristas simbólicas -la castración, los elementos fálicos- el filme cambia su tono y se vuelve oscuro y menos sutil en los planos finales, aunque la última cena organizada por las mujeres sea, acaso, una de las secuencias más aterradoras de los últimos años por toda la carga connotativa que sostiene.
“El Seductor” es un filme técnicamente impecable, demuestra que el Premio a la Mejor Dirección en Cannes estuvo bien otorgado a Sofía Coppola que, a estas alturas, ya no tiene que andar demostrando que es algo más que la hija de un realizador brillante.
Su cine es seductor, elegante, reposado y femenino. Su discurso es feminista, sin llegar a la exageración o la caricatura y aunque no sea bendecida con el beneplácito de todos, nadie puede negar que por lo menos su estatura fílmica ha alcanzado con esta película un punto de marca mayor.
2.- EL INSULTO: palabras, disculpas que no llegan y el dolor de la guerra
Este filme que estuvo candidato a Mejor Película Extranjera en la ceremonia de los premios Óscar, es lo opuesto al trabajo de Sofía Coppola. Porque acá no hay cabida para las sutilezas, hay predominio de palabras e insultos y todos están siempre tratando de establecer una verdad allí donde no puede entenderse ese concepto.
Para poder apreciar “El insulto” es indispensable entender el contexto histórico, social y político que parte a consecuencia de la formación del Estado de Israel.
Producto de este momento, incontables palestinos se quedaron sin un país y sin un hogar, razón por la que muchos buscaron acogida en Líbano, donde establecieron campos de refugiados que con el tiempo se han vuelto permanentes, convirtiéndolos en una masa estigmatizada por buena parte del resto de la población y en especial por una derecha política impulsada por el resentimiento nacionalista.
De este modo, la sociedad libanesa, es un lugar en donde cualquier situación se convierte en extremo, es un polvorín, donde cada grupo ve a los otros como enemigos reales o posibles.
La nueva película de Ziad Doueiri, muestra precisamente eso: una situación absurda, cotidiana, que pudo solucionarse con una simple disculpa y un apretón de manos, se torna un conflicto religioso e ideológico, propagándose hasta convertirse en un campo de batalla para una ciudad entera.
Todo parte con dos hombres que discuten respecto de una tubería desde la cual cae agua desde un balcón hacia la calle. Por esto se produce un incidente que trae un insulto, producto de lo cual se exige una disculpa que no llega y alcanza ribetes mayores con un golpe. Esto es suficiente para que el hecho crezca y, aunque en el papel la guerra civil terminó oficialmente en 1990, todos los sucesos que se encadenan pueden significar el reinicio del conflicto.
Para peor, el asunto se convierte en una batalla judicial, donde de inmediato surgen dos bandos irreconciliables: los musulmanes y los cristianos en Beirut. En el juzgado se recuerdan atrocidades del pasado y parece que no hay solución alguna para un hecho que pudo ser tan solo una mala anécdota.
Lo mejor que tiene “El Insulto” es que muestra a dos hombres que son buenos, pero que por estar en una situación de hostilidad mutua, se convierten en enemigos y en seres dominados por un odio ancestral y pese a que ambos son trabajadores dedicados y buenos maridos, los dos son víctimas de su propia tozudez y blancos perfectos de provocaciones ajenas.
La debilidad que arrastra este filme es, precisamente, la carencia de sutilezas y eso queda en evidencia en el grosero juego que sucede en los tribunales y con los medios de comunicación. Allí la película se parece demasiado a esos melodramas judiciales televisivos donde abundan los giros folletinescos y los discursos habituales, donde predomina la verborrea, los discursos edificantes y esos mensajes que tienen el espesor de un ladrillo.
Otro elemento no menor que merma el impacto de este filme es el exceso de información que requiere de un espectador muy atento o que sepa conectar la gran cantidad de datos que se le entrega—sucesivas referencias a la Guerra de los Seis Días y al Septiembre Negro y a la matanza de Damour— pues de lo contrario se pierde rápidamente en un contexto atiborrado de elementos sociales, religiosos, políticos, raciales y de identidad cultural.
No obstante, “El Insulto” en sus mejores instantes es un filme poderoso, desmedido, desbordado en su denuncia y casi siempre necesario para aquilatar la tremenda herida en esos pueblos que, pese a sus ripios, es una película que conmueve y fascina.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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