CRÓNICAS TURÍSTICAS

Chichén Itzá, Yucatán y su espectáculo de luz y sonido

Hablar de las siete maravillas del mundo moderno suena distante a nuestro entorno, pensar que en México exista una de esas edificaciones que dejan con la boca abierta a propios y extraños, parece muy lejano, sin embargo, tenemos el orgullo de haber contado con antepasados que se caracterizaron por hacer cosas espectaculares, en particular, me refiero a la civilización Maya, que realizó aportaciones a muchas ciencias y que aparece en primero plano en las maravillas modernas por la majestuosa pirámide de Chichén Itzá.

En realidad, Chichén es un complejo de edificaciones mayas de 6.5 kilómetros de extensión que datan del años 600 d.C., encabezado por la pirámide conocida como El Castillo, que seguramente ha visto en muchos lugares, promocionando el turismo de la región o encabezando las imágenes representativas de la propia cultura maya.

La visita a este lugar, tiene en sí misma un montón de sentidos. Los vestigios que podemos como pruebas de lo que aprendimos en la escuela en la materia de historia, es importantísimo, sin embargo, el testimonio de la grandeza de lo que fueron los mayas, que habitaron en parte de nuestro país, es complicado imagina, hasta que se ven estas pirámides y por supuesto, su juego de pelota y saber que debajo de la monumento hay un cenote.

Llegar a esta zona arqueológica es muy sencillo, existen tour en múltiples agencias turísticas, aunque también, desde la terminal de autobuses de Mérida, se puede abordar un bus de línea, pues se encuentra a unos 120 kilómetros de distancia, pero nosotros decidimos emprender un viaje desde la Ciudad de México en automóvil y fieles a la carretera, llegamos conduciendo desde Valladolid, Yucatán, donde pasamos la noche, a tan solo 55 kilómetros, es decir, a unos 45 minutos de camino.

Pernoctamos en hotelito modesto y pequeño, pero que tenía piscina, para refrescarnos, pues la temperatura a las 6 de la tarde que llegamos a Valladolid, era de 29 grados, con un nivel de humedad altísimo. Por la noche, la piscina fue un gran centro de convivencia; ahí nos juntamos huéspedes de varias habitaciones, que igual que nosotros, decidieron salir a la intemperie a refrescarse con un chapuzón y una bebida fría, la nuestra fue una cerveza.

En la mañana, luego de un sueño verdaderamente reparador, resultado del cansancio que genera nadar durante un buen rato, salimos del hotel para mirar los primeros rayos del sol y salvarle la vida a un pequeño visitante que llegó al agua, cuando todos dormíamos: un murciélago. El animalito alado estaba luchando desesperado por no hundirse en la piscina y decidimos ayudarlo. Usamos una playera para poder sujetarlo y lo sacamos del agua, para depositarlo en el piso seco, donde se calentara. El colmilludo amigo se recuperó rápido y en menos de 5 minutos emprendió el vuelo, agradecido.

El hotel nos ofreció un ligero desayuno, que agradecimos rotundamente, pues entre los manjares locales, nos incluía saborear longaniza de Valladolid, muy famosa por estos lares y con juntas razón, porque es deliciosa.

El traslado a Chichén fue bastante rápido, acompañado de una cerveza bien fría de esas que se antojan mucho con este clima. Avanzamos entre zonas verdes y zonas verdes y más zonas verdes, y una que otra comunidad maya que contrastaba con su color blanco ante tan inmenso verdor de la selva yucateca y por fin, un señalamiento que indicaba la falta de 2 kilómetros para la zona arqueológica más conocida de nuestro país.

Las pirámides y otros vestigios arqueológicos no están a la vista, la floresta abundante no permite que las visualicemos sin pagar nuestra cuota. Pasar la puerta de entrada es cambiar de canal, entrar a una nueva dimensión. En campo abierto, se puede uno trasladar años atrás sin máquinas del tiempo ni artefactos mágicos de ningún tipo, aunque la simple vista del lugar confirma que la magia sí existe.

Nos tocó temporada de lluvias, así que el pasto comienza a reverdecer, aunque hay espacios donde todavía no se nota del todo, así que los matices van del verde intenso al color arenoso, dos tonos que invitan a la relajación, aunque el sol no permite que sea tan fácil.

El recorrido nos permite ver la acumulación gradual de las nubes. El cielo se va tiñendo de blanco y el azul celestial con el que llegamos, va perdiendo jerarquía, para ocultar de a poco el sol. El viento sigue trayendo nubes y eso es un aviso de que en cualquier momento tendremos agua, refrescante agua.

De frente, la pirámide a la que llaman El Castillo, se alza 30 metros desde el piso, pensar que esta edificación está en ese lugar desde el siglo XII de nuestra era, me permite valorar este breve viaje al pasado, pero mis extravagantes reflexiones son interrumpidas por un estruendoso relámpago, que alumbra todo lo que alcanzo a mirar.

De la nada, un aguacero de colosales dimensiones nos obliga a resguardarnos a exigencia de los empleados de la zona arqueológica, quienes aceleran la evacuación. A unos segundos de protegernos, entendemos el motivo de esta evacuación acelerada. Un majestuoso trueno golpea el pasto, muy cerca de la enorme pirámide, cimbrando el piso y las paredes donde nos encontramos. Luego otro y otro relámpago caen sin piedad. Prácticamente 25 minutos de una tormenta eléctrica incesante, terminan con un trueno lejano, que da la despedida.

Salimos y las nubes comienzan a alejarse. Nosotros decidimos partir también, un poco impactados por el espectáculo natural que nos permitió ver las fotografías celestiales en vivo, cuál espectáculos de luz y sonido, preparado por los dioses mayas.

Hay que volver al camino y despedirnos de esta maravilla del mundo moderno con el mismo entusiasmo con el que llegamos.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com

 

 

Autor

El Heraldo de Saltillo
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