Ahora que, usada sin ningún rigor, se escucha y se lee entre noticias, noticieros y tertulianos la palabra anarquista, les comparto un pasaje escrito por el Maestro e historiador Fernando Benítez de la vida política de los hermanos Flores Magón, cuyo pensamiento libertario, se ha dicho, es el resultado de una amalgama entre la concepción comunitaria de la vida en los pueblos indígenas, la tradición decimonónica liberal mexicana y el pensamiento de filósofos anarquistas europeos.
Los estudiantes, en la atmósfera de cobardía y fatalismo imperante desde la época de Manuel González, habían sido el alma de los movimientos populares, situación que los hermanos Flores Magón lograron aprovechar al máximo. Para asistir a la escuela de jurisprudencia y a los bufetes de abogados en que se sostenían muy precariamente trabajando de pasantes, les era necesario vestirse como la “gente decente”, y traicionar a su clase en alguna medida, lo cual después de todo no era un obstáculo, ya que “la plebe” reconocía a los estudiantes por sus libros, los consideraba sus líderes naturales y lo seguía hasta el sacrificio. “Es decir, resume Enrique Flores Magón, que en aquella época (1892) los estudiantes fuimos el cerebro del pueblo, como el pueblo habría de constituirse en los brazos de los estudiantes”.
Los estudiantes, excitados por los tres hermanos, recorrían los barrios hablándole al pueblo de sus derechos escamoteados, de sus sufrimientos, organizando mítines y desfiles frente al palacio en que se gritaba: “No reelección para Díaz”. Los agitadores sumaban cientos y el mismo Enrique, que apenas tenía 15 años, organizó en la plaza un violento mitin que degeneró en batalla. La policía montada, mató 35 trabajadores, hirió a muchos y Enrique recibió un sablazo en la espalda. Dos carniceros lo llevaron cargando a su casa. Margarita, la madre, sólo acertaba a decirles: que Dios se los pague, que Dios les pague haberme traído a mi hijo.
A pesar de estas revueltas, conducidas heroicamente, Porfirio Díaz se reeligió, no buscando conveniente alterar su política. “Beatíficamente siguió vendiéndoles concesiones a los extranjeros y fomentando el analfabetismo y el vasallaje del pueblo”.
En 1893 un grupo de estudiantes compró El Demócrata, un semanario de escaso tiraje, y una pequeña imprenta de segunda mano. “Al fin podemos hacer algo”, exclamó Ricardo Flores Magón. No atacaremos a Díaz personalmente. Metámonos primero con los tribunales corrompidos, con esos hacendados salvajes y con los barrigones dueños de fábricas que les pagan a sus trabajadores salarios miserables. !Les pegaremos con toda nuestra fuerza!
A partir de entonces serían agitadores y periodistas de oposición dentro de la ley. De acuerdo con la constitución no podían acusarlos de calumnia, pues lo que escribían, lo escribían apoyados en la verdad, con buena fe, en interés del pueblo. Jesús, Ricardo y otros se encargaron de escribir los editoriales y Enrique se confió en la tarea de dar forma a las numerosas cartas que afluían la redacción narrando las vejaciones en las trampas de que eran objeto los trabajadores y los peones de las haciendas.
Afluía el dinero, había peones que sacrificaban su salario enviando 50 centavos, y el tiraje subió 10.000 ejemplares.
Durante seis años, privándose de novias y de paseos, ahorraron centavo a centavo para comprarse una imprenta y una casita. Fueron años duros que completaron su formación y suavizaron la vida de su madre. Estudiaban, trabajaban y se fortalecían para enfrentarse a un Porfirio Díaz que cobraba proporciones monolíticas.
El 7 de agosto de 1900, en el umbral del nuevo siglo y entre las campanas y los cohetes de una verbena, nació Regeneración, un periódico destinado a luchar “contra la mala administración de la justicia”. Siendo todos abogados, conocían en sus menores detalles el mecanismo del poder judicial y sobre ese blanco dirigieron sus primeros tiros.
Una noche de diciembre, ya teniendo un periódico importante, tomaron lo que Enrique llamaría una decisión fatídica: dirigir la puntería de sus cañones directamente contra Porfirio Díaz. (Benítez, F., Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana, FCE, 1977)
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