LA NOCHE DE LAS NERDS

VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ

 

Bajo un título horrible (Booksmart, es el original, algo como “ratones de biblioteca”), esta comedia de apariencia irrelevante, cobra peso y sentido, dejando traslucir la sensibilidad de la debutante realizadora Olivia Wilde. Estamos frente a una comedia que, algunos años más tarde, será recordada como un clásico en ese subgénero reconocido como “películas veraniegas sobre adolescentes en pleno desarrollo” y que, acaso, sea un filme de culto.

“La noche de las nerds” es una comedia, tal cual, muy divertida, fresca y nada de tonta, que se adentra de manera emocionante en ese territorio tantas veces explorado y explotado hasta la saciedad por el cine gringo: el de los adolescentes que están en pleno desarrollo, con todo lo que ello implica y en un escenario mil veces visitado: la secundaria, donde todo son códigos, estereotipos y lugares comunes.

El mérito de esta película de la directora debutante Olivia Wilde es que se trata de una  aventura emocionante, centrada en dos grandes amigas que viven la experiencia de estar en la secundaria y que al cabo de cuatro años están seguras de tener todas las condiciones para entrar de manera fácil y directa a la universidad, por lo que el filme parte contándonos, precisamente, de este logro alcanzado.

Pero ellas se enteran, demasiado tarde, que el resto de sus compañeros, normales y para nada exitosos, también ingresaron a la universidad, aunque tienen con ellas una gran diferencia: mientras ellas solo se dedicaron a ser “mateas” y “ratones de biblioteca” (ahí el sentido del título original en inglés), el resto la pasó sencillamente excelente y no se perdieron ninguna experiencia, ninguna fiesta ni se perdieron las fases propias del autodescubrimiento adolescente.

Ellas simplemente estudiaron, saltándose la posibilidad de ser populares, vestirse como quisieran o tener al chico de sus sueños. Por esta razón, el centro de esta sensible comedia “femenina” es el viaje para recuperar todo el tiempo perdido.

Lo mejor que tiene esta comedia es su tono de honestidad, su planteamiento directo e inteligente que, por suerte, deja de lado todos los convencionalismos a que nos tiene habituado el cine de consumo estadounidense, especialmente cuando se trata de mostrar a los jóvenes en la secundaria: acá no están los típicos matones llenos de músculos o las jóvenes seductoras ni los profesores caricaturizados en un mundo sórdido que se desarrolla en el college.

“La noche de las nerds” tiene una historia: aquélla que implica la amistad femenina concebida como un ejercicio de complicidad, valores y tensión sexual, sin esquivar la búsqueda que hacen las chicas de su propia identidad sexual y de cómo van armando sus futuros vínculos  con su entorno social.

Se trata de un filme muy divertido, cierto, pero bien estructurado, que tiene profundidad en su argumento y que despliega una exquisita sensibilidad para tratar acaso la época más difícil de todas: el paso de la adolescente al mundo adulto, cuando necesariamente debe enfrentar no solo cambios hormonales sino entender que se acerca aquello que todos denominan como futuro.

Lo más estimulante es que se trata de la ópera prima de Olivia Wilde, realizadora que de seguro será responsable de títulos de calidad y de fina sensibilidad que en éste, su primer filme, demuestra arrojo y capacidad de sobra, aun cuando no sea una obra maestra ni original, pero sí es uno de los pocos títulos que con mucha sinceridad se arriesga a desnudar la noche de locura de dos chicas que se rebelan contra el sistema, que las ha obligado a perder la chispa del tránsito obligatorio hacia una madurez que siempre resulta amenazadora.

Dentro del panorama general de comedias adolescentes –plagado de películas que de verdad dan vergüenza ajena, llenas de clichés, de chistes de mal gusto y casi siempre con lenguaje y comportamientos coprolálicos- este título asombra, seduce y encanta, precisamente porque se aparta de aquello y se interna, sin temores, en el universo femenino, la etapa escolar y el atisbo de lo que será de ahora en adelante la existencia. Y es, por lo mismo, una grata sorpresa que no debe desperdiciarse.

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El Heraldo de Saltillo
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