ARIADNE H.
“Hace poco me preguntaste por qué afirmo que te tengo miedo. Como de costumbre no supe qué contestarte, en parte justamente por el miedo que te tengo”.
El domingo pasado se celebró el día del padre y, bajo ese pretexto, comencé la lectura de “Carta al padre”, escrita por Franz Kafka, mejor conocido por ser autor de la célebre obra “La metamorfosis”.
El autor, casi de manera autobiográfica, no solamente explora su relación con su padre, sino que lo hace de una manera confrontadora y débil al mismo tiempo. Kafka le habla a su padre sobre la huella que dejó en él y, a través de esto, vislumbramos a un niño huidizo, a un adolescente confundido y a un adulto que sigue estando bajo la sombra de su padre. La carta es un acercamiento a la vida de una persona cuya vida se ha visto marcada por la figura dominante de su padre, un acercamiento intimo a la vida del célebre autor.
“Una noche no cesaba de lloriquear pidiendo agua. Seguramente no lo hacía impulsado por la sed, sino puede ser que por incomodar y por distraerme. Como tus gritos de amenaza no producían efecto, me sacaste de la cama, me llevaste a la terraza y ahí me dejaste un rato solo, en camisón, ante la puerta cerrada”.
El padre es una figura que, según la cultura o el país de origen, cambia. No es lo mismo la figura del papá judío, que la del papá mexicano, pero si algo se mantiene igual, es la importancia que se le da como cabecilla de familia y su innegable influencia. El padre, en la obra de Kafka, es una sombra que permanece latente, engrandeciéndose cual gigante acosador.
Kafka no nos muestra a un papá estrictamente violento, de esos que golpean hasta dejar cicatrices, pero sí uno que, con su desprecio, su aparente falta de empatía y sus muecas de enfado, lastima. Nos muestra un padre de cara rojiza por las frecuentes manchas pruebas de su furia; un padre manipulador, advirtiéndole a su hijo que las palizas no se las da debido a su bondadoso perdón; un padre con más reproches que palabras amables.
Este es el tipo de padre retratado en la obra: un padre que, sin poner un dedo encima de su hijo, el daño que le hace a Kafka le deja secuelas hasta de adulto.
Es de esta manera que en la obra se establece una relación de poder entre padre e hijo, como si el padre fuese una constante sombra, más grande incluso que él, que lo sigue a todas partes. No existe libertad, incluso cuando Kafka afirma que el escribir para él representaba un acto de rebeldía porque su padre no apoyaba su escritura. Incluso ahí, Kafka admite su falta de libertad, pues sus escritos trataban constantemente sobre él.
En un país como México, donde, según estadísticas, el padre está ausente en 4 de cada diez hogares mexicanos, es interesante leer a alguien de otro siglo y ver que, en esencia, las cosas no han cambiado mucho. Esta obra, de extensión corta y publicada en 1919, merece ser leída no solo para tomar una perspectiva crítica en cuanto al papel del padre en la familia, sino que, justo como señalaba Foucault, la familia es una institución de poder. Carta al padre es un relato duro de leer y cercano a la realidad, es una obra rodeada de un aurea de tristeza, pero sigue siendo una obra que merece ser leída.
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