EL MESÓN DE SAN ANTONIO

 

Los caníbales chimuelos

La jungla es espesa, tiene mil maneras de generar un asombro o miedo, pero sobre todo el deseo completo de seguir adentrándose más y más como quien quiere colarse hasta el mismo centro de la tierra.

¿Hasta dónde es el otro lado de la jungla? ¿Hasta dónde llega la profundidad   más negra?

Siempre en esa selva la pensamos llena de animales exóticos elefantes que daban pisadas con una fuerza de tun tun que ponía nerviosa en su carrera o estampida a los otro animales, la jirafa se arqueaba con lentitud de todo un cuello que debía poner en equilibrio y dar paso, los leones  que dejaban su pereza y  aceleraban su paso en busca de los débiles viejos de la manada, lo hienas dejaban escapar su irritante chillido, las carroñeras aves rondaban un tropel con la muerte en remolino, cruzan los ríos, las plantas tienen mil misterios unas venenosas, otras malignas, las más insólitas que se tenían eran las carnívoras; ellas, que olían mucho y en un abrir y cerrar de ojos desaparecía a cualquiera, las grandes ríos tenían mil y una forma de peligro, cocodrilos delirantes y nerviosos, los hipopótamos tan acuáticamente sedentarios se movían dejando las orejas de auricular de fuera; las serpientes eran frondosas; la menor de ellas era una circundante espiral  que embarraba su terror de colores; algunas de ellas podían engullir un pequeño elefante sin pestañear, así lo describe el dibujo del Principito, las aves canora y de colores destellantes hacían  adornos de  estéticas imágenes; de mosquitos de todas las formas y tamaños hacían bandas que tenían como consigna picarle a uno a nadie más, así decían los demás cuando corrían también escondiendo su cuerpo ante la hembras de los mosquitos que son las que requieren la sangre para darse fuerza en la reproducción de los cientos de huevecillos de nuevos mosquitos para engrosar los millones que ya existen rondando el espacio para chupar a alguien que entrara a la selva.

Todos buscábamos en la selva en las altura ahí donde los changos y chimpancés logran ir de liana en liana; el ruido venía de allá arriba, en la jungla nunca hay cambio de estación siempre hay lluvia, el frío no aparece, las plantas son eternamente verdes y jugosas los árboles inmensos son de madera dura, como la ceiba o la caoba.

En todo esos grandes  sobresaltos había en una región con sobre bajos unos seres chiquitos, ágiles en esquivar plantas , animales, con ojos abiertos, ojos chiquitos desde luego, con respiración agitada, con pies chiquitos, liviana, ellos eran buenos para no dejar huella hacer silencio agacharse ( aún más ) para confundirse con la tierra misma , traían una tradición que los hacía temibles, estos chaparritos, se comían entre sí, los chaparritos llamados caníbales  comían carne humana no importaba su condición, raza, color, o tamaños se los comían una vez que los cocían en un perol al que le agregan raíces , tubérculos, frutos  una vez cocidos los sacaban y hacían un festín grandioso.

Los viejos caníbales y caníbales eran relegadas hasta el final de la fiesta, quedaban del manjar solo algo de caldo, y pedazos de carne a la que se acercaban con miedo, casi a la par de las jaurías de perros carroñeros. Sin dientes un caníbal era una tristeza ante tanto júbilo.

Para ser iguales los caníbales chimuelos hicieron una colonia, ahí estaban todos los que perdían los dientes, y todos los que querían aferrarse a la vida no importaba que tan viejo fueran esos sabores ricos llenos de esa esencia que da la textura a la vida.

Por los caníbales chimuelos que se volvieron débiles entraron a Brasil y a África los misioneros; con ellos hicieron tratos para reponer la dentadura que les daba esperanza,  eso de masticar  aun con esos dientes postizos no era lo mismo, decían los más viejos de la tribu.

 

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo