INDICADOR POLÍTICO

AMLO en Palacio Nacional 4.- Presidencia retro-posmoderna

Como era de esperarse, del liderazgo de Andrés Manuel López Obrador como movilizador de masas quiere reproducirse como presidencialismo de pueblo. Por esos objetivos, su modelo presidencial representa un retroceso al avance en la deconstrucción de la institución que ha dominado y controlado la política y la sociedad desde las comunidades indígenas originarias.

Y quizá nada ilustre el regreso al centralismo presidencialista que la ley de remuneraciones de la administración pública y la fijación del salario presidencial como el punto de referencia de la punta de la pirámide política del poder: el Estado en clave imperial. Lo fijó con precisión el propio presidente cuando personalizó poderes en dictámenes legales: “nadie puede ganar más que yo”. Se trata del yo no-institucional, sino personal, único, el yo de Luis XIV, el yo-pueblo del Estado de Nietzsche. La encarnación del Estado en el yo presidencial: pueblo, poder, padre-patrón.

La lucha por la democracia había corrido, de 1968 al 2018, en una larga batalla de medio siglo precisamente para disminuir el poder del presidente de la república y equilibrarlo con poderes desprendidos de la institución presidencial: la muy modesta y parcial transición mexicana a la democracia formal. Ahora comienza el camino de regreso: la reconfiguración lopezobradorista del presidencialismo priísta que históricamente potenciaron Santa Anna con su necesariato, Benito Juárez con facultades extraordinarias y Cárdenas con el poder corporativo de clases en el Partido Revolucionario Institucional.

El presidencialismo mexicano ha sido una necesidad cohesionadora y un obstáculo democratizador. Cada presidente ha inventado su tipo de presidencia:

–Obregón como la autoritaria populista.

–Elías Calles como la autoritaria instrumental.

–Cárdenas como la presidencia paternalista resumida en la condición del Tata o padre sustituto.

–Alemán como la presidencia corruptora.

–López Mateos como la presidencia carismática.

–Díaz Ordaz como la presidencia-Soler, esa imagen de padre autoritario y enérgico de jóvenes que lo veían como abuelo y a quien había que dirigirse de usted, como en las películas de Fernando Soler.

–Echeverría como la presidencia agitadora.

–López Portillo como la presidencia Don Q: frívola-racional-filosófica.

— De la Madrid como la presidencia timorata.

–Salinas como la presidencia-ambición.

–Zedillo como la presidencia administrativista o ejecutivista.

–Fox como la presidencia de caporal de rancho.

–Calderón como la presidencia invisible.

–Peña Nieto como la presidencia set.

–Y ahora López Obrador con la presidencia Tata.

El problema de López Obrador radica en que su perfil de presidencia tiene que regresar etapas de modernización política institucional. Hasta ahora se ha visto una presidencia a ras de tierra con vuelos en líneas aéreas comerciales, acceso del pueblo a tocarlo y conferencias de prensa diarias que distorsionan programas de gobierno. Ya se deshizo de su gabinete descentralizándolo y ahora va por la anulación de los organismos autónomos del Estado que le quitaron tentáculos de dominación presidencial totalizadora y la inmovilización de la Conferencia Nacional de Gobernadores para someterlos a la autoridad virreinal del presidencialismo con seguridad y superdelegados federales.

Nada ilustra más la intención presidencialista o presidencializadora que la recepción del Bastón de Mando de comunidades indígenas que no llegan a 10% de la población total, pero cuyas formas tradicionales de gobierno –heredadas y perfeccionadas a lo largo del tiempo político mexicano– se basan en la autoridad superior de Tlatoani con el mandato de los dioses. Este Bastón se equiparó con la banda presidencial constitucional, sólo que el primero se otorga por un misterioso consejo de ancianos indígena con representación divina y el segundo se legitima a través de los votos democráticos.

Al final, la presidencia lopezobradorista se parece más a la presidencia bonapartista de Luis Napoleón caracterizada por Karl Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: no el perfil personal que señalaba Víctor Hugo, sino como “producto de la lucha de clases en Francia” y las condiciones y sus circunstancias que permitieron el ascenso de Luis Napoleón de líder populista del lumpenproletariado desclasado a segundo Emperador.

El desafío de López Obrador no radicaba en reconstruir el viejo presidencialismo imperial mexicano, sino en avanzar en la conversión del presidencialismo en una pieza más de la necesaria y ahora alejada transición mexicana a la república. Por donde se le vea, el presidencialismo-Tata es un retroceso político que afectará las relaciones sociales y políticas y de producción que habían adquirido una autonomía relativa de los controles presidencialistas.

 

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Agencias