NACIONALIZACIÓN DE LA BANCA

JOSÉ VEGA BAUTISTA

Este año se cumplieron treinta y seis años de la nacionalización o estatización de la banca mexicana. En estos días en que el tema de la banca y sus comisiones inundó el país, me pareció buen momento para contarles a ustedes mis amigos como lo viví, aquí mi versión.

Transcurría la agonía del sexenio de López Portillo. Nosotros en la víspera del último informe de gobierno nos fuimos a tomar unas copas, con el estilo característico chilango cuando el siguiente día es asueto; es decir desde la hora de comida hasta el amanecer. Iniciamos en el Restaurante “Prendes” de la calle 16 de septiembre, en pleno centro de la ciudad, mi nostalgia. Mientras comíamos tratábamos de reconocer a cada uno de los personajes de la vida nacional dibujados en sus ya tradicionales murales. Tintan, decía uno, Reyes Heroles, gritaba otro y así fuimos presumiendo que identificábamos a personajes importantes de la política, de la cultura, del arte y el espectáculo mexicano.

Nos pasamos un buen rato, comimos exquisito y bebimos hasta que la euforia nos llevó a cambiar de lugar. Más tardamos en decir el clásico “en dónde la seguimos”, cuando ya estábamos entrando al restaurante Cícero de la Zona Rosa. Otro ambiente, no mejor, solo diferente, más fresco, para otro asunto. Una escala mas en este viaje de placer, que terminó a ritmo de música disco en la discoteca “Cero Cero” del Hotel Camino Real. Dicho sea de paso, esa vez me llamó mucho la atención que las mesas de ese lugar estuvieran sumergidas en hoyos. Divertida la onda, un sello de distinción, raza novedosa.

De ahí a Medellín 259, mi refugio en la colonia Roma. Nada relevante, solo el preámbulo para explicar la cruda que sufría cuando mis compañeros de Medellín, siempre preocupados por el acontecer político, encendieron el televisor para seguir a detalle la lectura del informe presidencial. Todos en espera de una sorpresa, yo en espera de que le bajaran el volumen a la tele, en aras de no agudizar mi ya de por sí terrible dolor de cabeza.

Como en un sueño, o pesadlla tal vez, escuchaba las justificaciones del fracaso de la administración de la abundancia, las culpas lo más lejanas al presidente. “Soy responsable del timón, pero no de la tormenta”, gritaba López Portillo, como si su compromiso perdiera vigencia en caso de tormenta.

Más adelante, al explicar las causas de la crisis fue planteando los argumentos que fundamentarían las decisiones que expondría, mientras tanto, yo caminaba a paso lento rumbo a la cocina en busca de un Alka Seltzer que remediara en definitiva mi malestar.

Nadie se preocupaba por mí. Éramos mi cruda y yo. No terminé de dejar el vaso con los residuos de la poción en el fregadero cuándo un grito de entusiasmo me estremeció, corrí a la tele, la raza aplaudía y gritaba “vivas”: López Portillo nacionalizaba la banca.

Me sumé de inmediato al júbilo. En el éxtasis, comparábamos la medida con la expropiación petrolera y la de la industria eléctrica. Sumábamos a López Portillo a la estatura de Lázaro Cárdenas, ensuciábamos la historia alegremente buscando encontrar la dimensión de lo anunciado. “La Revolución acelera su marcha” decía el Presidente y nosotros le creíamos. Teníamos la esperanza.

Terminado el informe, me arreglé para salir a buscar conocidos que me comentaran sus impresiones respecto al “gran anuncio” hecho por el presidente. Por supuesto me dirigí a los lugares que frecuentaban algunos de los políticos de mi tierra o de estados vecinos que habían sido convidados a la sesión del Congreso. Buscaba información de primera mano y pensé en el hotel “Regis” de la avenida Juárez. Muy temprano para que hubiera gente en el bar, decidí caminar por la calle rumbo al Palacio de las Bellas Artes.

Al pasar por el Hotel Alameda, de frente vi venir a mi tío Roberto, que había sido invitado al Informe en su calidad de Oficial Mayor del Congreso de Coahuila y como miembro del Partido. Lo identifiqué desde lejos. Se parece mucho a papá, pensé. El también de inmediato me reconoció, yo también me parezco a papá.

Saludo cálido y al ataque los valientes. ¿Qué le pareció el anuncio, cómo ve las cosas, que va a pasar?, etcétera, disparé preguntas una tras otra. El se veía tranquilo, sosteniendo cuidadosamente el libro, ”Las Venas Abiertas de América Latina”, que acababa de recuperar en una librería del centro tras haber regalado a un amigo el suyo, con el plus de habérselo dado ya subrayado, según me contó más adelante.

El país vivía una de sus peores crisis, argumentó, la imagen de López Portillo se devaluaba y eso afectaba la de la institución presidencial, el centro de la legitimidad del sistema político mexicano. De origen ese era el camino que escogimos para sustentar nuestra convivencia como nación y tenemos que cuidarlo en aras de conservar el equilibrio que necesitamos para desarrollarnos armónicamente.

Por otra parte, algunos miembros de la iniciativa privada han hecho a un lado el patriotismo y su compromiso con los mexicanos, anteponiendo sus intereses individuales a los de la nación, no se vale apostar en contra de tu pueblo. Sin duda coincidíamos. Enseguida citó de memoria algunos de los datos utilizados por López Portillo para justificar las medidas anunciadas: Como la cantidad de dólares que se fugaron del país, vía cuentas bancarias abiertas por mexicanos en Estados Unidos, compra de bienes raíces en ese país y los llamados mexdolares. Afortunadamente no me dijo eso de “Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear”, porque esa frase se me hacía muy gacha.

Una vez nutrido mi bagaje, decidí someter mis puntos de vista respecto a la nacionalización de la banca ante Poncho Correa, mi jefe burocrático. Lamentablemente en México esta discusión ya había rebasado el tema económico, ya andábamos hasta en lo semántico: es nacionalización, decían unos; es estatización, otros: es estatificación, unos más. Con tantos elementos en la mesa de discusión era fácil perderse e imposible llegar a un acuerdo.

Yo seguía dando la batalla con el modelo marxista de ver el mundo, que es muy bueno, pero la discusión estaba tan manoseada que no permitía eliminar los “conceptos abstractos vacíos”, que sugería Karel Kosic. ¿Qué tal mis citas? Pues ni con estas le gané la discusión al Ingeniero Correa.

Consciente de mi interés por el tema, mi jefe me consiguió una entrevista con un economista estudioso del tema. Acudí a la cita pactada y de inmediato traté de familiarizar aprovechando la coincidencia de nuestros apellidos.

Una vez enterado en el tema la plática consistió en un recuento cronológico mínimo de ese capítulo mexicano: Explicó: Al inicio de 1982 Agustín F. Legorreta, el poderoso presidente de Banamex, afirmó que ese año no se vislumbraba como un año problemático y rechazó que la economía nacional resintiera en algunas partes dolarización o fugas de capitales, argumentando que existía capacidad para resolver los problemas coyunturales y que la banca, como la administradora del ahorro nacional, actuaría con cuidado para evitar quebrantos a un ahorro que no es de su propiedad.

En febrero, en el marco de la quinta Reunión de la República, José López Portillo exhortó a cuidar las divisas y a defender el peso, adecuándolo a “nuestro interés y no supeditarlo al de los especuladores ni a los turbios intereses extranjeros”. Doce días después, el Banco de México (BdeM) anunció su retiro temporal del mercado cambiario, y aseguró estar preparado “para evitar desórdenes en el mercado y para restaurar la estabilidad monetaria tan pronto como sea posible”. El tipo de cambio del peso frente al dólar se ubicaba en 38.35 unidades y ocho días después 47.25 pesos.

El 9 de febrero de 1982, JLP denunció: “no se comprendió la política de protección que ideamos y el Banco de México sufrió verdaderos asaltos contra sus reservas”. En marzo, ante la cúpula empresarial, aseveró que “el hecho de que en 1981 no hayan ingresado 10 mil millones de dólares (por la conjunción y efecto de la baja del petróleo y el alza de los intereses) no significa el fracaso del país; de ninguna manera estamos de rodillas; México está poderoso, tenemos capacidad de maniobra”. A los empresarios les pidió que moderaran sus pretensiones”.

En junio inauguró la 48 convención nacional bancaria y en ella el secretario de hacienda, Jesús Silva Herzog, anunció el retorno del BdeM al mercado de divisas para “emerger de la incertidumbre y la especulación. Al cierre de mayo, las reservas llegaron a 3 mil 924 millones de dólares; la crisis está bajo control; no obstante, debe resolverse entre todos o se pagará caro el precio de la a deserción”.

El saltillense Carlos Abedrop, reconoció: “en los últimos meses han salido del país cerca de 3 mil 500 millones de dólares para el pago de intereses de la deuda privada; las instituciones bancarias atienden una demanda hasta por 12 millones de dólares diarios”.

En esa ocasión, el presidente de la entonces Comisión Nacional Bancaria y de Seguros, Enrique Creel de la Barra, fustigó: “una banca elitista, al servicio de unos cuantos privilegiados, no debe ser concesionada ni tiene razón de existir”. Manuel J. Clouthier, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, reconoció que “los mexicanos, entre ellos el sector empresarial, han propiciado una sociedad dispendiosa y derrochadora que desea las cosas fáciles”.

Un mes después, Abedrop afirmó que “la captación bancaria no creció en el último trimestre, lo que en un proceso inflacionario es completamente anormal. Algo está pasando. El dinero se está yendo a pagar endeudamientos. Los pagos de intereses de particulares nada más absorben de 12 a 15 millones de dólares diarios. Sugiero que se recurra al crédito en dólares, que tiene un costo de 42 por ciento anual, mientras los créditos en pesos cuestan 52 por ciento y pronto llegarán a 60 por ciento”.

El 5 de agosto la Secretaría de Hacienda implantó un sistema dual de cambios; el dólar tendría dos valores, uno preferencial, otro libre, porque “las presiones de carácter altamente especulativo afectan al mercado cambiario”. Al día siguiente el presidente de los banqueros reconoció que la medida es la más adecuada y que “el sistema bancario hará su mejor esfuerzo para aplicarla de manera eficiente y acertada; quienes dirigen la política financiera son los hombres con mayor capacidad, experiencia, integridad moral y patriotismo de que dispone México”. Enseguida, apareció el mercado paralelo: 100 pesos a las 10 de la mañana, 150 pesos al mediodía.

La Secretaría de Hacienda dispuso de 10 mil millones de dólares para “divisas preferenciales” y reconoció que estudiaban cerca de mil 600 solicitudes empresariales para tener acceso a esa cotización. El 17 de agosto Silva Herzog anunció un tercer tipo de cambio: mexdólares, a 69.5 pesos; el preferencial se ubica en 49.5 unidades y el libre registra hasta 12 cotizaciones distintas, con un promedio de 125 pesos a la venta.

A esas alturas, alrededor de 50 por ciento de las unidades de la banca privada procedían de la especulación cambiaria. No obstante, Carlos Abedrop aseguraba que “varios bancos podrían tener pérdidas a consecuencia de los riesgos que necesariamente están tomándose (sic) en la compra y venta de dólares”. El 22 de agosto se informó que “los mexicanos depositaban 1.5 millones de dólares diarios en los principales bancos de El Paso, Texas. Tres días antes de la devaluación, fueron depositados más de 2 mil 600 millones de dólares en el National Bank, el State Nacional y el First City Bank; quienes depositaban eran principalmente comerciantes e industriales”.

El 27 de agosto se confirmó que en la frontera norte la fuga diaria ascendía a 5 mil millones de pesos, depositados en las ciudades colindantes, procedentes de las operaciones del comercio, la industria y el ahorro, principalmente. El 30 de ese mes se registraron compras de pánico en la ciudad de México y muchas tiendas ampliaron su horario 2 horas.

En medio de una crisis espeluznante, inevitablemente llegó el día: el primero de septiembre se nacionalizaron 60 bancos.

 

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