Lobo rapaz: el sacerdote de Saltillo que abusó sexualmente de un adolescente por años

Fotografía creada con Inteligencia Artificial con fines ilustrativos

Aprovechó la vulnerabilidad de una familia que había sido abandonada por su padre para volverse benefactor del mayor de los siete hermanos y abusar de él hasta que el joven pudo escapar de Saltillo

“Cuídense de los falsos profetas, que vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”, dice el evangelio de Mateo en el capítulo 7, versículo 15.

Ésta es una de esas historias que se callaron por años, porque el sólo hecho de cuestionar la rectitud de la figura de un sacerdote era un tabú. Ha habido quienes -cegados por la supuesta santidad de una sotana- han pasado por alto extraños comportamientos que terminaron en abusos sexuales, que ahora han ido saliendo a la luz en México y el mundo.

Saltillo no es la excepción. Esta desgarradora historia llegó a este medio hace algunas semanas, contada en una entrevista por la hermana de la víctima de pederastia clerical.

Desgraciadamente, al haber sucedido cuando los testigos eran unos niños, el nombre del sacerdote no es claro, pues únicamente se referían a él como “padre Aguilera”, tal y como se utilizaba en aquellos años.

Aunque no es posible hacer un señalamiento directo a un sacerdote, pues al menos dos curas de aquella época tienen el mismo apellido (luego de hacer una búsqueda documental), la intención de este artículo es seguir levantando la voz para exigir que estos atroces crímenes en contra de menores no vuelvan a cometerse bajo el amparo de la religión que fuere.

Es preciso aclarar también que tanto la víctima como el victimario han fallecido, pero no por eso se borra el hecho, como si se tratase del pecado capital con el bautismo, y mucho menos se olvida lo que la familia vivió.

Y, tal y como lo señaló el propio Jesús, de acuerdo con el evangelio de Mateo (5:3-12): “Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados”.

TUVE HAMBRE Y ME DISTE DE COMER… ¡PERO TE APROVECHASTE DE ELLO!

Allá por el 1965, Felipe, sus seis hermanos y su madre, fueron abandonados por su padre. Además de la tristeza que los inundó, debían enfrentarse a una nueva vida sin el principal proveedor de la familia, lo que acarreó dificultades económicas.

Su madre, una mujer entregada a su familia y católica abnegada, trabajaba en el Hospital Universitario, en el área de limpieza, en donde conoció al padre Aguilera, un sacerdote católico que acudía cada semana a oficiar la misa en la capilla del lugar.

Aquella mujer, que vivía el duelo el abandono de su esposo, se acercó a hablar con el sacerdote, como cualquier católico lo haría para encontrar un camino y sentirse escuchada por el representante de Dios.

El cura le pidió en aquella plática ser invitado a su casa, para conocer a sus hijos y la situación en la que vivían. Que un sacerdote visitara la casa de un feligrés era motivo de alegría en aquellos años, por lo que gustosa aceptó.

“Cuando nosotros éramos pequeños papá nos abandonó, mamá se salió a trabajar, pues casi casi crecimos solos, fuimos 7 hijos y pues salió un benefactor, que resultó ser un sacerdote”, mencionó en entrevista con El Heraldo de Saltillo la hermana de la víctima.

Los pequeños hijos de la mujer apenas si veían las piernas del cura, quien luego de un tiempo sentado con su madre se ofreció a “apadrinar” al hijo más grande, Felipe, un niño de apenas 12 años. La condición era que aquel pequeño fuera con él los fines de semana para ayudarle en sus actividades y así el sacerdote asumiría sus gastos educativos y de manutención.

Tras hablarlo con Felipe, la mujer aceptó, de esta forma ella pensó en que le aseguraría un mejor futuro al menos a uno de sus hijos, lo que de otra forma sería imposible, además de que en aquella época la figura sacerdotal estaba enmarcada dentro de la rectitud de haber elegido el camino de Dios.

La vida del pequeño Felipe dio todo un vuelco, al menos en la apariencia así era, pues el sacerdote asumía todos sus gastos.

Así pasaron los años, hasta que Felipe se convirtió en un joven de 18 años, quien seguía bajo la protección del padre Aguilera. Tras no haberlo convencido de ingresar al Seminario de Saltillo, el cura lo inscribió en el Instituto Tecnológico de Saltillo para que continuara sus estudios universitarios.

Pero un día, apenas unos días después de haber ingresado, Felipe simplemente desapareció. Sus hermanos y su madre no volvieron a saber de él. El joven abandonó su casa y la ciudad y se alejó de todos, sobre todo del padre Aguilera.

Para todos fue una sorpresa lo que pasó.

“El padre se lo quería llevar al Seminario, y mi hermano nunca quiso, era mi hermano mayor, entonces cuando él entra al Tec, también patrocinado por esa persona, dura muy poco tiempo y se va de Saltillo, escapó de la casa. Yo nunca me expliqué por qué, yo decía, ‘pues si todo era maravilloso, porque tenía quien lo protegiera, quien se lo llevara de paseo, se lo llevaba los fines de semana, le daba dinero y pues nunca entendí, así crecí con esa idea’”, señala la entrevistada.

Pero los años pasaron, y mucho tiempo después Felipe regresó a Saltillo, convertido ya en un hombre, aunque acarreando una serie de problemas personales, aun así, nunca dio explicación alguna sobre lo que había pasado a sus 18 años.

No fue hasta 2017, cuando Felipe decidió contar a dos de sus hermanas la verdad y el infierno que vivió durante su adolescencia.

“Recuerdan al padre Aguilera”, dijo Felipe a sus hermanas.

“Abusó de mí por muchos años, por eso me fui de Saltillo cuando cumplí los 18 años”, dijo.

“Ese padre había abusado todo ese tiempo de él. Se lo llevaba de viaje, lo sacaba de la ciudad o iban a retiros o cosas así y ahí abusaba de él”, dijo en entrevista la hermana de Felipe.

Ante la cara de desconcierto de sus hermanos, Felipe dijo que nunca le contó a su mamá porque temió que ella no le creyera, pues veía casi como un santo al padre Aguilera.

“Yo me acuerdo que él se acercó a ayudar a la familia, no hizo más desmanes en los niños que éramos nosotros nada más porque no quiso el viejo, porque mamá lo tenía como si fuera Dios en persona que se le ocurrió bajar a ayudar y no ayudaba más que con los gastos de mi hermano, porque le compraba zapatos, útiles, uniformes, se hacía cargo de él”, señaló la hermana de Felipe.

Felipe tuvo que callar por mucho tiempo ensombrecido por el poder moral que significaba el cura para su madre y para la sociedad.

“Es la forma que encontró de escapar, ya cuando regresó, mamá le recriminaba eso, que ya no tenía el apoyo del sacerdote”, menciona su hermana.

“Yo le dije que denunciara, pero decía que no porque ya había fallecido. Le dije ‘pues denunciamos a la Diócesis, yo te ayudo. Tú crees qué no van a salir más, claro que sí’”, agregó.

“Él me dijo que seguramente sí había más víctimas del sacerdote”, agregó.

La hermana de Felipe dice que se acercó con el padre Plácido Castro Zamora, para contarle y saber qué podía hacer, pero luego de escucharla el sacerdote sólo le preguntó si era una confesión o una plática.

“Cuando yo le conté al padre Plácido Castro se quedó callado, en lugar de ayudarme o apoyarme. No me dijo nada, se quedó callado”, dijo la mujer.

Lamentablemente Felipe falleció en noviembre de 2023, víctima de cáncer de próstata, sin tener justicia, su familia se quedó con el dolor de no haber podido hacer nada durante los años en los que el lobo vestido de oveja abusó de su hermano, pues eran apenas unos niños, y el sacerdote también murió sin recibir su castigo, como les ha pasado a muchos otros religiosos que han cometido algún delito.

“Mientras uno calla sigue sucediendo. ¡Qué salga la verdad a la luz, que no siga pasando! Que la gente no siga confiando, la iglesia es el lugar más inseguro”, finaliza la hermana de Felipe.

Aunque la historia no puede traducirse en una denuncia legal, la hermana de la víctima decidió compartirla como parte de una memoria colectiva de abusos cometidos por integrantes del clero en décadas pasadas y que, durante años, permanecieron en silencio. (JOSÉ TORRES | EL HERALDO DE SALTILLO)