Columna de El Colegio de Economistas de Coahuila, A.C.
El inusual caso de las tasas de interés en Japón
Por: Lic. Jesús Urbano González
Desde una perspectiva macroeconómica, algunos de los indicadores más importantes para entender la economía de un país son el PIB y su evolución, la inflación (IPC), tasa de interés, tasa de desempleo, el tipo de cambio, la balanza comercial, inversión extranjera directa y el nivel de deuda pública. Dentro de estos, la tasa de interés juega un papel muy importante. El papel de los bancos centrales es fundamental para el desarrollo económico de un país. Mucho se ha dicho sobre la importancia de su autonomía y de los instrumentos que poseen para salvaguardar la estabilidad monetaria y controlar la inflación.
Simplificando su función, puede entenderse la tasa de interés como el “precio del dinero en el tiempo”. Cuando la inflación sube —es decir, cuando los precios generales de bienes y servicios aumentan— el banco central interviene elevando la tasa de interés para enfriar la economía. Esto encarece el crédito y, al mismo tiempo, hace más atractivo el ahorro. Si personas y empresas ahorran más y gastan menos, la presión inflacionaria disminuye. En cambio, cuando la inflación es baja o existe una recesión, el banco central tiende a bajar la tasa de interés para estimular el gasto y la inversión: pedir prestado resulta más barato y ahorrar pierde atractivo, lo cual impulsa la actividad económica. Y así entramos en un ciclo de subidas y bajadas de tasas de interés dependiendo de la situación de cada país.
Esta lógica, sin embargo, encuentra un caso atípico y fascinante en Japón. Durante casi dos décadas, el Banco de Japón (BoJ) ha mantenido tasas de interés cercanas a cero e incluso negativas. ¿La razón? Japón enfrenta una serie de desafíos estructurales que limitan la eficacia de la política monetaria tradicional. A inicios de los 90s, Japón vivió el estallido de una burbuja inmobiliaria y bursátil que desencadenó una prolongada recesión. En 1990, la tasa de interés era de 6%, pero comenzó a reducirse gradualmente. Para 1999, ya estaba en apenas 0.15%. Sin embargo, el país no logró recuperar un crecimiento sostenido: la inflación siguió baja, el consumo deprimido y la economía en estancamiento. La población japonesa, caracterizada por una marcada cultura del ahorro, comenzó a envejecer rápidamente y la tasa de natalidad cayó drásticamente. Todo esto redujo la demanda interna y frenó el crecimiento.
En 2006, el Banco de Japón logró aumentar levemente la tasa de interés, de 0.25% a 0.50%, como respuesta a una recuperación parcial. No obstante, el alivio fue temporal. En 2007, la tasa se redujo nuevamente a 0.10%, y la crisis financiera global de 2008 obligó a mantener ese nivel por casi ocho años. En 2016, ante una inflación persistentemente baja y un crecimiento estancado, el BoJ tomó una medida histórica: redujo la tasa de interés a terreno negativo, estableciéndola en -0.10%.
Esta tasa se mantuvo hasta marzo de 2024, cuando el Banco de Japón, en un giro significativo, la aumentó por primera vez en 17 años, primero a 0.10% y luego a 0.50%. Así, Japón se convirtió en el país que más tiempo ha mantenido una tasa de interés negativa de forma continua. Si bien otros países —como Suiza, Dinamarca o el Banco Central Europeo— también recurrieron a tasas negativas, ninguno lo hizo por un periodo tan prolongado ni en un contexto estructural tan desafiante.
Las implicaciones del caso japonés son profundas e interesantes. Ilustra los límites de la política monetaria cuando se enfrenta a problemas estructurales como el envejecimiento poblacional, una productividad estancada y patrones de consumo atípicos. En situaciones como esta, ni siquiera tasas negativas logran estimular el crecimiento ni generar inflación sostenida.
El “experimento” japonés invita a reflexionar que limites tiene la política monetaria y cuándo es necesario complementarla con reformas estructurales. La solución a largo plazo no puede depender exclusivamente del banco central. Es indispensable implementar políticas fiscales activas, incentivos a la innovación, reformas laborales y estrategias demográficas que fortalezcan la demanda interna.
En definitiva, Japón demuestra que los desafíos económicos más complejos no se resuelven únicamente con tasas de interés. Requieren diagnósticos integrales, visión de largo plazo y voluntad política para transformar la dinámica que tiene un país, con reformas estructurales bien pensadas y dirigidas.




