EL EDIFICIO DE UNA ESCUELA NORMAL

Las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX son, para Coahuila y en particular para Saltillo, una explosión de acontecimientos. Por las calles de aquella población caminaban personajes que iban a transformar al país, y en sus edificios se tomaban decisiones que llevarían a la guerra a cientos de miles de personas.

La ciudad, fundada por españoles y tlaxcaltecas, ya no era una pequeña población perdida en el desierto. Los liberales que triunfaron décadas atrás y la organización que impuso el Porfiriato le cambiaron el perfil y la convirtieron en destino de cientos de jóvenes norestenses que buscaban un sitio para estudiar. La lejanía con la capital se transformó en cercanía a la naciente potencia norteamericana.

Del norte vinieron: el ferrocarril, misioneros protestantes, modernidad, béisbol, viajeros, arquitectos, empresarios y un montón de cosas más que sirvieron, junto con la tradición española y tlaxcalteca, para ir moldeando el carácter tan particular del norteño coahuilense.

Hay personajes que marcan. Andrés S. Viesca y Andrés Osuna son dos de ellos: el primero, un liberal que fue a la guerra contra los franceses y conservadores, y que expidió una revolucionaria ley de educación; el segundo, un tamaulipeco, metodista y maestro que, con una visión muy clara, formó a los políticos que se ocuparían durante décadas de la administración de la educación en el estado.

Para los primeros días del siglo pasado, la ciudad contaba con cuatro escuelas normales: tres sostenidas por iglesias protestantes y la otra de carácter público. Dos legendarias instituciones competían por quienes pretendían acceder a otras ramas profesionales. Me refiero al Ateneo Fuente y al Colegio de San Juan Nepomuceno, el primero liberal y el segundo bajo la tutela de los jesuitas.

La vida intelectual de la población se puede entender si recordamos que es el lugar de nacimiento y de primeros estudios de Artemio del Valle Arizpe, los hermanos Alessio Robles, Julio Torri, Francisco de Paula Mendoza, Ignacio Alcocer, y Federico y Roque González Garza. En la ciudad también estudiaron Carranza, Madero y el valiente David Berlanga.

La Normal de profesores de sostenimiento público entró en funciones un 4 de mayo de 1894, en una casa habilitada para servicio educativo y cercana a la Plaza de Armas. El genio de Andrés Osuna llevó a un grupo de egresados a realizar estudios en Massachusetts y traer de aquel estado americano los últimos adelantos en la formación de profesores.

Al regreso del extranjero, Osuna, con el apoyo del gobierno, emprendió la tarea de construir un edificio para la Normal. Seguro trajo ideas de las instalaciones que visitó en su reciente viaje. El imponente edificio fue el primero en su tipo en el país.

El investigador Jorge Tirzo Lechuga nos ofrece un texto con la historia del inmueble, en el que recuerda la importancia de hacer bien las cosas y nos obliga a reflexionar sobre las obras “patito” que edifica Morena.