Trump sigue siendo noticia por sus desplantes racistas y para no perder vitrina en el evento deportivo más visto en Estados Unidos, asistió el pasado domingo al Super Bowl LIX, cuyo origen está en un juego que hace siglos se practicaba en localidades del Imperio Romano; un juego migrante.
Y pese a que ni para divertirse deja en la Casa Blanca su gesto de me las pagas, fue ovacionado por los que olvidaron que en su primer mandato criticó a la NFL por estar “en decadencia, no es tan violenta como antes”.
Pero él no pierde nunca la violencia y según sus colaboradores, está furioso porque las deportaciones van muy lentas.
No llegan a 15 mil, en sus tres semanas en la presidencia; donde ha abierto tantos frentes, que indican que además de asustarnos quiere atontarnos; porque es muy difícil seguirle el ritmo.
El primer día eliminó 78 órdenes ejecutivas de Joe Biden y los siguientes ha firmado decenas que si no fuera por jueces que lo han detenido cambiarían el Poder Ejecutivo, afectarían los otros poderes y los derechos constitucionales y vidas de millones dentro y fuera de EU.
Y el New York Times ha alertado que sus conductas al límite de la ley y fanfarroneadas sobre un tercer y cuarto periodo presidencial, podrían causar una crisis constitucional.
De todo, lo más notable es su fobia contra los migrantes; que viniendo él de personas que lo fueron, es inexplicable.
O muy explicable, para algún psiquiatra.
Escribí hace 3 semanas que contrariamente a lo que ha asegurado, respecto a que su madre Mary Anne MacLeod llegó a Estados Unidos como turista, la BBC publicó que lo hizo para trabajar como empleada doméstica.
Otra nota de la BBC, ésta fechada el 20 de julio de 2018, descubrió que quien sería su abuelo paterno Frederick Trumpf, viajó a Nueva York desde la ciudad alemana de Bremen en un catre colocado en la cubierta del barco de pasajeros S.S. Eider, sin acceso a duchas.
“Y solo cuando el mar se calmaba porque los 10 días de travesía fueron difíciles, recibía una comida” dijo a BBC Mundo Gwenda Blair, autora del libro Los Trump: tres generaciones de constructores y un presidente.
Desembarcó en Nueva York el 19 de octubre de 1885 cuando aún se estaba ensamblando la Estatua de la Libertad, buscando trabajar como peluquero y con la misma idea de todos los inmigrantes: enviar dinero a su familia.
Los Trumpf son originarios de Kallstadt pueblo vinícola con menos de mil habitantes, donde tenían algunas tierras y muchas deudas; agravadas a la muerte del padre.
Por lo que su madre, Katherine, lo envió a la ciudad más cercana a aprender un oficio.
Durante dos años y medio, trabajó duro para pagar su entrenamiento como barbero y su manutención, pero al regresar al pueblo entendió que no habría clientes para un peluquero más.
Y ante la perspectiva de tener que prestar servicio militar durante tres años, decidió viajar a América.
Llegó al Lower East Side de NY, zona llena de inmigrantes que hablaban distintas lenguas y donde vivía ya, su hermana mayor.
Encontró trabajo y se naturalizó estadounidense con el apellido Trump, aprovechando un trámite que únicamente requería 7 años de residencia y un testigo de que tenía “buen carácter”.
Enterado que la fiebre del oro atraía multitudes, se mudó a Seattle y Yukón; abrió restaurantes y hotelitos y para 1900, tenía alrededor de 500 mil dólares.
Rico y contento, regresó a Kallstadt; se casó con Elizabeth Christ, hija de un vecino y 11 años menor y en 1902 viajaron a NY, donde nació su primera hija y retomó su chamba como barbero y fue después gerente de un hotel.
Como Elizabeth extrañaba Alemania, en 1904 decidieron regresar definitivamente.
A los pocos meses recibió una carta de las autoridades de Baviera, negándole la repatriación y ordenándole salir de Alemania en ocho semanas; aducían que su primer viaje fue para evadir el servicio militar y la falta se penaba perdiendo la ciudadanía.
Desesperado, escribió una carta a Leopoldo príncipe regente de Baviera que empezaba:
“¡Su serenísimo y poderosísimo Príncipe Regente! ¡El más gracioso regente y señor!”
Seguían varios párrafos por el estilo y terminaba:
“¿Por qué deberíamos ser deportados? Esto es muy, muy duro para una familia… Quisiera ser ciudadano bávaro de nuevo y no tengo otro recurso, que volver los ojos a nuestro adorado, noble, sabio, y justo señor, nuestro gobernante, altísima excelencia, justamente dulcemente amado y pedirle humildemente que tenga piedad y permita a su siervo quedarse en el muy gracioso reino de Bavaria.”
Ruegos y barbeadas fueron inútiles y en junio de 1905, estaba de vuelta en Queens y en su empleo de peluquero.
Empezó un negocio de bienes raíces, nació su hijo Frederick Christ Trump, padre del actual presidente y falleció de gripa en 1918.
Dice la BBC, que conociendo la suerte de ese abuelo deportado “no deja de ser irónica la campaña de deportación en la que está empeñado el nieto”.
Y agrega que es también irónico, que a los habitantes del pueblecito natal de su abuelo se les conozca como Brulljesmacher; que en el dialecto regional significa fanfarrón.
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