Al mal tiempo, buena cumbre
Esta no es la mejor época para las personas desprotegidas y vulnerables. La pobreza, el hambre y la desigualdad empeoran, principalmente en los países menos desarrollados. Esto afirmó el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, en el marco de la cumbre del G20 celebrada recientemente en Río de Janeiro.
Los años posteriores a la pandemia se han desperdiciado en la lucha contra la pobreza, precisó el anfitrión. Quizás los esfuerzos sean considerables, pero los resultados son escasos.
El hambre, como la “manifestación más perversa de la pobreza”, afecta a 750 millones de personas en el mundo. La inseguridad alimentaria, grave o moderada, alcanza a 2 mil 400 millones, según la nota dada a conocer durante el evento.
La situación se agrava porque los niños, ancianos, discapacitados, mujeres y población migrante son los más afectados. La mayoría de estas personas vulnerables se encuentra en los países de menores ingresos.
Este panorama es sintomático en las cumbres celebradas después de la pandemia. Sin embargo, frente a la magnitud del problema, estos encuentros parecen improductivos, pues suelen estar plagados de discursos impecables pero inocuos y de soluciones atractivas pero inviables.
¿Por qué debería ser diferente este foro que agrupa a las mayores economías del mundo? Como ha sucedido en el pasado, observamos a hombres y mujeres con trajes costosos descendiendo de lujosos vehículos para hablar de pobreza y desigualdad. Las fotografías lucen elegantes, pero las imágenes son discordantes con el mensaje.
También escuchamos declaraciones pomposas: “Ahora sí se obligará a pagar mayores impuestos a los multimillonarios”. Afirmación que mereció los aplausos. Desafortunadamente, al regresar a su país, los mandatarios no tendrán idea de cómo y por qué hacerlo.
En mi opinión, hubiese sido más productivo hablar de cambios en los regímenes fiscales para promover el crecimiento y resolver las necesidades sociales.
Los aplausos finalmente se pierden en el bullicio de la realidad. La pobreza sigue creciendo y los recursos para erradicarla escasean cada vez más.
Se prometieron millones de dólares para beneficiar a millones de personas. El inconveniente es que esto parece otra declaración inocua. No se precisan las fuentes de financiamiento y no hay evidencia concluyente de que las transferencias de recursos o la ayuda internacional sean suficientes para reducir la pobreza y la desigualdad.
No obstante, desde mi perspectiva, a pesar de las contradicciones y limitaciones, la cumbre no estuvo tan mal.
Fue Lula da Silva quien rescató algunos temas trascendentales para el progreso social. El presidente de Brasil hizo valer los buenos resultados en el combate a la pobreza en su país. Para algunos, el Premio Mundial de Alimentación 2011 es la voz autorizada de la América Latina, progresista y moderna.
Si bien, según los documentos elaborados por Lula da Silva, una parte nodal de las propuestas fueron los programas sociales, se considera que no son suficientes.
Al contrario, se propone un modelo de desarrollo basado en la interdependencia del crecimiento económico, la inclusión social y la protección ambiental para mejorar la calidad de vida.
Por último, y quizás lo más interesante, se reconoce que la inversión extranjera, alineada con los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), es uno de los medios para fomentar el crecimiento, el empleo y el desarrollo. Facilitar las inversiones debe ser una prioridad.
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