Desastre y reconstrucción
Para comprender lo que sucedió a la oposición el 2 de junio hay que imaginar una situación catastrófica. Quizás un ascensor que se precipita hacia el suelo sin ningún medio de control, descendiendo a toda velocidad desde el último piso de un edificio. Es una analogía extrema, pero ilustra con precisión la naturaleza dramática de la debacle electoral.
Esa noche, los líderes del PAN, PRI y PRD solo pudieron observar con desesperación cómo la presidencia, ambas cámaras y las gubernaturas se desvanecían rápidamente ante la fuerza electoral de la coalición liderada por Morena.
El repentino descenso pasaba ante sus ojos como la proyección de una película, donde cada fotograma mostraba vívidamente el drama de la caída.
Se debe tener en cuenta que para los tres partidos que formaron la coalición derrotada, el impacto político fue más que simbólico. Las consecuencias inmediatas son absolutamente tangibles y cuantificables.
Antes de las elecciones, un perspicaz observador me dijo que el objetivo de la oposición no era asegurar la victoria, sino tratar de salvar sus activos políticos. Sin embargo, ningún partido se adhirió este principio.
El primer punto a destacar es que el PRD perdió su registro como partido nacional. Es el momento para que los “Chuchos” reflexionen profundamente sobre la continuidad del movimiento.
Si bien el PAN logró conservar algunos bastiones en las elecciones al Senado, como Aguascalientes y Querétaro, lo cierto es que perdió terreno frente a Morena en zonas electorales claves, incluido Yucatán, donde afirmaban con orgullo tener al mejor gobernador del país.
La derrota de Acción Nacional en las elecciones presidenciales y legislativas se extendió a Guanajuato y Chihuahua, dos estados que se consideraban impenetrables para Morena.
Las divisiones dentro del PRI provocaron conflictos internos conocidos en todo el país. Estas disputas tuvieron un impacto significativo en el Estado de México, la Ciudad de México y Yucatán, que se consideraban vitales para la alianza. Como consecuencia, el PRI se convirtió en un partido pequeño, marginal en algunos estados. Incluso en Coahuila y Durango, donde actualmente gobiernan, no lograron la victoria en el Senado.
Ante la debacle de la izquierda alemana en las elecciones de 2022, el editorialista Peter Wahl escribió que, por debajo de cierto umbral, una derrota electoral se convierte en paliza. Esto es exactamente lo que ocurrió el 2 de junio. Morena asestó una paliza a la oposición. Así de simple y claro.
Los líderes opositores, que ya estaban desorientados por la caída electoral, ahora parecen desconcertados en la resaca. Lo que es aún más preocupante es la falta de una estrategia para abordar la crisis, que no sólo cae bajo su responsabilidad, sino que también excede su autoridad como líderes.
De lo que no se han dado cuenta fue que ocurrió un acto milagroso momentos antes de que el ascensor tocara fondo. El dispositivo no se estrelló, y detuvo su caída sobre algo que tiene el potencial de rescatar a la oposición de la aniquilación.
Me refiero al triunfo de la oposición en algunas capitales. Entre ellas, Monterrey, Saltillo, Guadalajara, Hermosillo, Aguascalientes, Mérida, Morelia, Chilpancingo, Chihuahua, Querétaro, Cuernavaca, así como Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Benito Juárez en la CDMX, junto a otros municipios altamente poblados. Aquí Morena no apaleó a la oposición.
Por lo tanto, el catalizador para la reconstrucción de los partidos políticos opositores reside en su capacidad de llevar a escala nacional la experiencia y el liderazgo de quienes han triunfado en las elecciones municipales.
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