NI TODO EL PODER NI TODO EL CONTROL

Quien tiene poder tiende a abusar de él

Montesquieu

Hay dos razones básicas por las cuales los seres humanos queremos estar por encima de los demás: ser amados y no ser heridos. El sentimiento de carencia y el miedo al dolor.

La muy particular mezcla de ambos, determinada por la personalidad y la historia de cada uno, es lo que generalmente motiva la búsqueda activa del poder, en cualquiera de sus presentaciones.

El hombre y la mujer se enfrentan en casa, los hijos se revelan, los amigos compiten, las personas persiguen superioridad, los sectores sociales se confrontan y los grupos políticos establecen contiendas. Y aunque uno de los grandes anhelos del humanismo sea la igualdad, la dinámica que prevalece en las relaciones es la lucha por el predominio y el control. Aunque sea en una mínima proporción, siempre está presente.

Desde el matrimonio hasta el pacto social, todos cedemos y tomamos poder, más allá de la idea del bien común, para la garantía del propio, antes que la de nadie. De ahí al egoísmo solo hay una acusación, la de quien también se considera antes que nosotros.

La mente, inconsciente o conscientemente, nos dice que lo que hace falta para subsanar la carencia y alejar el miedo es que las cosas sean como queremos, para lo cual necesitamos el control. Para obtenerlo es que intentamos hacernos con el poder necesario, y para alcanzarlo inventamos el chantaje, a nivel personal; la explotación, en la dinámica socioeconómica, y las ideologías, en el ámbito político.

Y aquí es donde todo se tuerce, porque le damos el mismo significado a ambos, cuando en realidad son mutuamente excluyentes. El poder es responsabilidad; el control, intervención. Acción interna vs. externa.

El poder es una cuestión paradigmática, es decir, de creencias determinadas por la época y la cultura. Solo es uno y universal en su versión errónea: la de equipararlo con ventajas sobre otros, que nos hacen sentir superiores y nos dan la ilusión de control, sobre los demás y la realidad que nos afecta, para conseguir lo deseado.

Para controlar recurriremos al abuso de la ventaja alcanzada, o poder, de acuerdo al paradigma, y entonces todo se nos saldrá de las manos, porque mientras más luchamos por el control, más se nos escapará. Una ley infalible de la vida.

Quien accede al poder motivado por sus carencias y miedos irá enloqueciendo en la medida en que encuentre resistencia a sus pretensiones. Recurrirá a actitudes y conductas aún más distorsionadas que aquellas con las que consiguió la ventaja.

El poder en términos de control corrompe más al que ya se corrompió para alcanzarlo. Experimentos en diversas universidades estadounidenses han demostrado que la mentalidad de poder disminuye la empatía gradualmente, hasta casi anularla, en la medida en que la gente se vuelve más controladora.

Existe un estado mental alterado de poder, equivalente a un enamoramiento narcisista. El reconocido psicólogo norteamericano de ascendencia mexicana Dacher Keltner asegura que incluso causa lesiones cerebrales equiparables a un traumatismo craneal. Lo cierto es que nos aleja de la realidad. La historia del mundo está llena de ejemplos de lo que la “locura” del poder ha ocasionado.

Pero, ¿qué poder no enferma?: el que ya tenemos, si lo asumimos y lo ejercemos con responsabilidad. La realidad es que todos tenemos poder, estemos donde estemos y en cualquier circunstancia. En primera instancia, sobre nosotros mismos, el único que nos posibilita manejar adecuadamente cualquier otro. Paradójicamente, nos negamos asumirlo a través de la victimización, para no responsabilizarnos de las consecuencias de nuestras acciones.

También tenemos poder sobre otros, por supuesto, pero no nos lo da la ventaja, sino nuestras acciones cotidianas, en el trabajo, en casa, en el tráfico, en un lugar público, etc.

La forma en que ejercemos nuestro poder personal repercute en la vida de otros y la de ellos en la nuestra. Responsabilidad y no control es la solución para cualquier conflicto humano.

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