Es 2 de noviembre, Día de Muertos, y los panteones de Saltillo, al igual que de todo México, se visten de flores de cempasúchil, de rosas y orquídeas que hijos, nietos, esposos, hermanos o amigos dejan en las tumbas de sus seres queridos, quienes físicamente se han ido pero que, en esta fecha, vuelven en el recuerdo de los suyos.
A las afueras del Panteón San Esteban, en la colonia Antonio Cárdenas, Pedro García Villanueva y su esposa, Leticia Fragoso Leija, esperan pacientes a que se abran sus puertas, como si se trataran de las del Cielo, para reunirse simbólicamente con Ángel de Jesús García, su hijo, quien falleció a la edad de cuatro años, ya hace más de dos décadas.
Una vez permitido el acceso a este camposanto, la pareja camina entre los espacios de otras tumbas hasta llegar a la de su querido hijo. Lijar la pintura ya desgastada por el tiempo y repintar los bordes de su tumba son algunas de las acciones que don Pedro realiza, mientras -con mirada apacible- doña Leticia recuerda cuando aún jugaba y tenía entre sus brazos al pequeño Ángel.
«Visitamos a un hijo, cuando él se retiró de este mundo tenía cuatro años, para estas fechas tendría 28 años. Venimos temprano a verlo porque hay que ir a trabajar, pero llegamos temprano para visitarlo. Sentimos que está con nosotros», manifiesta García Villanueva para El Heraldo de Saltillo.
Metros más adelante, ya cercanas las 9:00 de la mañana, Guadalupe Morua García camina lento apoyada de su hijo, Gerardo Iván Banda Morua, quien lleva en sus manos algunos ramos de rosas rojas para su padre, Salvador Banda Lara, quien falleció apenas hace seis años.
«Estamos un poquito tristes porque no lo vemos en persona, pero seguimos la tradición mexicana. Mi padre era una persona muy trabajadora, muy trabajadora y muy hogareño», asegura Gerardo.
«Lo extraño, fue muy buen esposo, muy buen abuelo, muy buen padre. No vivíamos con riquezas, pero fue maravilloso conmigo; hace seis años falleció y está en nuestro corazón», señala la señora Guadalupe.
En otro punto del San Esteban, Javier Ávila permanece en silencio junto a las tumbas de sus abuelos, María y Margarito, padres de su madre a quienes no olvida ni en sus cumpleaños ni en este Día de Muertos.
«Como cada año, igual en sus fechas de cumpleaños, venimos a traerles una flor y un detallito. A mi abuela no la conocí porque falleció en el 87 y a mi abuelo sí lo recuerdo muy bien, hace 11 años que falleció, una gran persona, un gran ser humano y ahorita ya están juntos», externa.
«Son fechas que duelen mucho, mi abuela falleció un 10 de mayo, el Día de las Madres, fue algo muy difícil para mi mamá y mis tíos, y mi abuelo falleció un 20 de mayo, años más tarde. Mi abuelo fue como un papá para mí», agrega.
Ubicado en la Calzada Francisco I. Madero, el Panteón de Santiago también recibe a ciudadanos que año tras años no faltan a la cita con sus difuntos. Ángel Humberto Espinoza Nuncio, quien visita a sus padres, José Ángel Espinoza Valdés y Carolina Nuncio Camacho, da ejemplo de que el cariño no muere nunca.
«Mi padre falleció hace 65 años y mi madre hace 30 años, todos los Días de Muertos aquí estamos. Yo tengo 75 años, no los tuve bastante tiempo, fue muy corto para mí, mi madre murió de 77 años y mi padre tenía 65 años, es muy duro», menciona don Ángel Humberto.
«De mi padre recuerdo muy poco porque yo tenía como ocho o nueve años cuando murió y mi madre fue la líder en la casa, ella nos educó, somos 13 hermanos, y nos dio todo. Les dije a mis padres que nos sigan cuidando desde donde están y nos sigan protegiendo, que le abran la mente a mis hijos para que sean hombres de bien», agregó. (OMAR SOTO)
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