Ponerse en el lugar de la otra persona y ser empático hacia las diferencias, nos hará más incluyentes

María Santos Becerril Pérez planteó que este aprendizaje se debe fomentar desde la infancia 

Ciudad de México.- Para construir la inclusión, debemos trabajar la empatía a partir de edades tempranas, comprender que las diferencias no nos hacen tener categoría, nos vuelven respetuosos de lo que los demás son y hacia dónde queremos ir, expuso la académica de la Facultad de Psicología de la UNAM, María Santos Becerril Pérez.

Además, para conseguir autonomía emocional nos debemos valer de las competencias emocionales, es decir, del conjunto de habilidades y actitudes de una persona para entender sus emociones, codificarlas, gestionarlas y corregularlas con los demás.

Promover en niñas y niños estas destrezas de ponerse en el lugar del otro y ser empático hacia las diferencias, nos hará más incluyentes, estableció.

Al participar en el 5º Ciclo de Conferencias “UNAMirada desde la Psicología”, con la ponencia “Estrategias para promover el desarrollo de la competencia emocional de niños, niñas y adolescentes”, Becerril Pérez indicó:

A lo largo de la niñez y la adolescencia, la autonomía emocional se construye y modela en varias etapas: conciencia emocional; regulación; la llamada autonomía; y, finalmente, tener competencias para la vida y bienestar, aunque el proceso no siempre es lineal, precisó.

En México, consideró, tenemos un rezago en esta materia, ya que los adultos jóvenes todavía no consiguen las aptitudes específicas para ser personas autónomas emocionalmente, y socialmente responsables de las decisiones que tomen.

Finalmente pasan así a la adultez mayor, y no consolidan tener competencias para la vida. Este es un aplazamiento sin trabajarlo desde fases tempranas y hay que hacerlo con estrategias determinadas para cada momento.

Identificación

En el auditorio “Dr. Luis Lara Tapia”, María Santos Becerril detalló que la etapa preescolar debe enfocarse en la conciencia emocional, porque aún no se gestiona su regulación.

“Desde que nace el niño, el adulto puede mencionar lo que el pequeño siente para ayudarlo: ¡ah, estás enojado porque no te he dado de comer! Al hacerlo, la niña o el niño logra reconocer qué está sintiendo, pero aún no sabe que se llama miedo, tristeza, enojo, alegría, etcétera, y es importante que en un inicio se trabaje en la identificación de emociones básicas”.

Más adelante, en el periodo de conciencia emocional, se implica la habilidad para detectar el clima emocional, es decir, entrar a un espacio y percibir lo que el ambiente genera, nombrar los sentimientos y comprenderlos en los demás.

Un aspecto importante, explicó la universitaria, es que no mostremos situaciones falsas, es decir, “corporalmente hago una cosa y pronuncio otra”, de esto los menores también aprenden y evidentemente no promueve una comunicación asertiva.

“Se pretende enseñar a no estar enojados, pero nadie pregunta ¿por qué no eres feliz?, ¿por qué no eres agradecido con lo que tienes? Si eres malo entonces hay una consecuencia, pero nadie lo orienta hacia lo positivo porque es más fácil enfocarse en la carencia”, expuso.

En el caso de los adolescentes, los adultos deben prepararse para ser confrontados, incluso con sus propias frases. Hay que aceptar que nos equivocamos y emprender validaciones positivas, y hacerles saber sus aciertos, no buscar las fallas.

Para que estas estrategias tengan éxito, como adultos debemos trabajar en nuestras emociones, en el proyecto de vida. El acompañamiento de una niña o niño en su crecimiento socioemocional no tiene que ser un camino cuesta arriba, sino de aprendizaje y experiencias compartidas. (UNAM)

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Agencias