A CINCUENTA AÑOS (II DE II)

Son poco confortadores los cables que llegan de Chile en vísperas del 50 aniversario del golpe militar que el 11 de septiembre de 1973, derrocó al presidente constitucional Salvador Allende.

La polarización entre izquierda y derecha se ha agudizado impidiendo al presidente Gabriel Boric, cuya aprobación no llega al 18 por ciento, lograr que todos suscriban el “Compromiso de Santiago” para preservar institucionalidad y democracia.

Los partidos de derecha lo acusan de querer imponer como única verdad el Informe Valech, nombrado en memoria del ex obispo de Santiago Sergio Valech que auspició la recopilación testimonial, de 30 mil víctimas de la Junta Militar.

Y han determinado no asistir a las ceremonias oficiales; tampoco lo hará, el dos veces presidente de Chile, Sebastián Piñera.

La Fuerza Aérea exhibe como trofeo, uno de los aviones que bombardearon La Moneda con Allende adentro.

Los dirigentes de la extrema derecha sostienen que Allende violó leyes y para preservar la legalidad solo quedaba que el ejército interviniera, están homenajeando “a las víctimas de la izquierda”.

Y advierten que “Pinochet no hubiera existido sin Allende”

Pudo no haber existido, pero no fue generado por Allende sino por el gobierno de Nixon respaldado por la CIA.

Por la paz y la tranquilidad de chilenos de todas las tendencias que solo quieren vivir sin sobresaltos económicos y políticos y protegidos de los narcos que avanzan, izquierda y derecha debieran unirse para exigir a EU desclasifique completos y sin taches ni párrafos en blanco, como ha venido haciendo, los documentos que prueban su intervención en un asunto que solo concernía resolver a chilenos.

Y que por su tradición democrática de casi siglo y medio hubieran resuelto mejor y seguramente sin bombardear La Moneda.

EU y la CIA se pusieron nerviosos cuando en su cuarto intento por ser presidente, Allende ganó las elecciones de septiembre de 1970 con el 36 por ciento de la votación, 40 mil votos arriba de Jorge Alessandri del Partido Nacional,

Sabían que afectaría capitales gringos y trasnacionales y sería pésimo ejemplo que un socialista llegara por vía electoral a la presidencia.

La constitución chilena establecía que si ninguno de los candidatos obtenía mayoría absoluta correspondía al congreso decidir entre los dos de más alta votación.

Nixon ordenó impedir esa decisión y la CIA financió al grupo paramilitar Patria y Libertad para secuestrar al general René Schneider, comandante en jefe del ejército.

Pretendían generar descontento en la población y odio al interior del ejército, echando la culpa a los allendistas.

Pero todo se descubrió porque a los secuestradores se les pasó la mano y lo balacearon.

Y documentos recientemente desclasificados por el Archivo de Seguridad Nacional de EU, indican que mientras Schneider agonizaba en el Hospital Militar de Santiago por los 3 tiros recibidos, Kissinger informaba a Nixon que los militares chilenos eran “un grupo bastante incompetente” y no estaban aprovechando el caos social producto del atentado, para hacerse del poder.

Nixon respondió “están desentrenados” y destinó recursos para entrenarlos; pero no pudo desviar el voto legislativo.

Y con el apoyo de los diputados de la Democracia Cristiana, cuyo candidato Radomiro Tomic fue tercero en el conteo, el congreso ratificó a Allende con 153 de los 195 votos posibles para un mandato que terminaría en noviembre de 1976.

Ya presidente, debió resistir presiones de la DC y el derechista Partido Nacional, del gobierno gringo, trasnacionales como la ITT y de sus mismos compañeros.

Como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, que le urgía ir más aprisa en las reformas, demandaba armas y amenazaba con llevar al paredón a los conservadores y a sus hijas y esposas, al colchón.

De Carlos Altamirano, uno de los más radicales y provocadores dirigentes del Partido Socialista que murió en 2019 rehusando reconocer sus errores; “déjenme en paz, solo quiero que me olviden”, respondía a los cuestionamientos.

Y del cuoteo que impusieron los partidos de su coalición y creaba burocracia, zancadillas y celos.

Como en el área de prensa, donde los funcionarios comunista y socialista se obstaculizaban mutuamente, impidiendo hasta el agendamiento de entrevistas; como si no trabajaran para un mismo gobierno.

Pero ninguna razón es válida para matar y violar derechos de los que piensan diferente.

Y el derrocamiento de Allende no se hubiera concretado sin la intervención de la CIA y Nixon.

En junio de 1976, Henry Kissinger visitó México para entrevistarse con José López Portillo, quien un mes después se convertiría en presidente electo.

Era secretario de Estado de Gerald Ford, porque Nixon había renunciado en 1974 a consecuencia del Watergate y venía de reclamar a Pinochet en Santiago, las sistemáticas violaciones a los derechos humanos de sus opositores.

Era reportera del diario El Día y estuve en la conferencia de prensa que dio en la casa presidencial de Los Pinos, que aún ocupaba Luis Echeverría.

Estaba contento por su premio Nobel de la Paz y entre muchas otras cosas, habló de las pretensiones cubanas sobre Latinoamérica; soslayando el sostén estadounidense a los dictadores del continente.

Me dio la palabra para hacer la última pregunta y le inquirí sobre su intervención en el apoyo y financiamiento a los opositores a Allende.

Y aceptó “Sí, apoyamos a diferentes grupos y partidos democráticos chilenos… lo hicimos para permitirles llegar sin sucumbir, a las elecciones de 1976…”

Por primera vez EU reconocía, y a ese altísimo nivel, su intervención en el desprestigio del gobierno allendista y el golpe militar.

Desde entonces, se han desclasificado infinidad de documentos que la prueban.

Los WikiLeaks han revelado su complicidad, en las dolorosas consecuencias que tuvieron para cientos de miles de familias.

Y esta semana los gobiernos de Reino Unido, España y Australia, publicaron documentos “para ayudar a arrojar luz en lo sucedido” y Argentina retiró tres condecoraciones a Pinochet porque “no resultan razonables”.

Es hora de que EU pida disculpas a Chile y reconozca pagó millones de dólares para generar odio y provocar desabastos, bloqueos, secuestros y asesinatos.

Que pagó para que se detuviera a los ministros allendistas y los confinaran en la Isla Dawson.

Que pagó para matar al general Prats y a su esposa Sofía, al cantante Víctor Jara y cientos de presos en el Estadio Nacional, al excanciller Orlando Letelier y a su secretaria estadounidense Ronnie Moffit..

Que es responsable de los niños huérfanos y los bebés de muchachas detenidas estando embarazadas y cuyo destino se desconoce.

Y que en vísperas del golpe entregó un millón de dólares en efectivo “como apoyo activo” a los generales que lo protagonizaron.

Esa intervención de EU y la CIA en asuntos que solo competían a los chilenos y son causa de la división y sufrimientos que persisten, fue denunciada por Allende en diciembre de 1972, desde la tribuna de la ONU.

Y en sus últimas palabras trasmitidas por Radio Portales y Radio Magallanes, minutos antes de morir “El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición…”

EU no puede seguir sosteniendo que pagó “para que secuestraran, pero no para que mataran al general Schneider”.

Y que no imaginó que la barbarie del bombardeo a La Moneda, lo obligaría a optar por el pijama de madera.

Autor

Teresa Gurza