DE ADENTRO HACIA AFUERA

Donde vaya su atención irán sus emociones y su energía

Mario Alonso Puig

Aun cuando en el mundo moderno la mayoría comprendemos intelectualmente que cada quien es responsable de la forma en que vive, continuamos sintiendo, y en consecuencia actuando, bajo el viejo paradigma de que las circunstancias que nos rodean son las que determinan nuestro destino.

Y puede ser cierto si entendemos al destino como el encadenamiento de sucesos fuera de nuestro control que inciden necesariamente en nuestras vidas. Sin embargo, la forma de encararlos sí que es totalmente una opción y, por tanto, nuestra responsabilidad.

Es natural que ante la adversidad veamos solo lo malo y nos sintamos, en consecuencia, rebasados por las emociones de baja vibración con las que ineludiblemente tenemos que lidiar, pues son parte de la existencia. Pero lo que en realidad nos causa sufrimiento es quedarnos instalados en ellas más de lo necesario, porque son, para empezar, una reacción biológica y, después, elementos a transformar y, por ello, transformadores.

La transformación consiste en ejercer nuestra opción de sacar lo bueno de lo malo, para sobreponernos. No tiene por qué gustarnos lo que nos pasa, ni siquiera aceptarlo de inmediato, porque la aceptación es un proceso, pero sí podemos intentar varias cosas para abrir una salida a nuestro abatimiento, cambiando los enfoques de la autoconmiseración, el victimismo y la búsqueda de culpables, por nuevas formas de ver las cosas. Una de ellas es poner atención en aquello que pudo ser peor y no lo fue, o incluso en el alentador “lo bueno fue que…”.

Esta actitud es una salida mental de cualquier pozo de sufrimiento y es, ni más ni menos, que el verdadero y máximo secreto de una vida feliz. Consiste en dejar de poner atención en lo que nos pone mal y trasladarla a lo que nos pone bien, aun en las circunstancias más difíciles.

De hecho, nuestra visión de la vida está construida a partir de las cosas en las que ponemos atención y el resultado no tiene puntos medios, porque donde va la atención va la emoción y ésta nunca es neutra.

Así que podemos autolacerarnos cuando nos equivocamos, o reírnos de nosotros mismos. Es nuestra alternativa guardar resentimiento porque nos traicionan, o ver de qué manera colaboramos para ello, como, por ejemplo, confiando en quien no debíamos, o negándonos a ver las señales de que algo andaba mal.

La vida se vive de dentro hacia afuera, no al revés. Su calidad depende de cómo resolvemos lo que nos pasa interiormente. Cuando comprendemos esto, entendemos que las circunstancias exteriores ni son tan casuales ni tan determinantes como creemos

Pero el verdadero y máximo secreto de una vida feliz tiene por supuesto su truco: se requiere algo más para que la atención sea un elemento transformador: conciencia.

Hay múltiples definiciones teorías sobre la conciencia, pero todas ellas coinciden en algo: vista como el fundamento evolutivo del ser humano, ésta es la facultad que hace posible el autoconocimiento y a la vez su resultado, o sea, darse cuenta de uno mismo, saber lo que nos pasa y lo que estamos haciendo.

No basta con la atención, porque ésta es un mecanismo automático, inherente al funcionamiento de la mente humana. Es decir, no existe la posibilidad de no poner atención en algo. Ni siquiera el hoy famoso trastorno por déficit de atención es falta de la misma.

Se trata, entonces, de darnos cuenta de dónde estamos poniendo la atención y de que eso está determinando la forma en que nos sentimos y, por tanto, en que vivimos. Así, cuando nos descubrimos llorando en nuestro muro interior de los lamentos, podemos tratar de encontrar una idea que nos permita salir de la vorágine de emociones negativas y nos dé luz.

Podemos orar si creemos en Dios o, si la situación es menos desesperada que nuestro victimismo, encontrarle algo que agradecer. Siempre hay algo que agradecer. Siempre.

 

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