SÍ LO VALE

Una persona no puede estar cómoda sin su propia aprobación

Mark Twain

Todos hemos sentido en algún momento que no estamos a la altura de lo que se espera de nosotros y hemos temido ser una gran decepción. Nadie ha escapado nunca a esta inseguridad interna. La mayoría, de hecho, la padece constantemente y muchas personas la llevan al extremo de percibirse a sí mismas como un fraude.

Le asombrará o le aliviará, según sea el caso, saber que 7 de cada 10 personas llegan a experimentar este tipo de auto percepción, y que, derivado de ella, muchas desarrollan un patrón emocional, actitudinal y conductual al cual se le ha dado la denominación de síndrome del impostor.

Aunque se manifiesta predominantemente en el ámbito laboral e, inicialmente, de manera situacional, también puede extenderse a lo familiar y lo social cuando se trata de una condición mental y no de una experiencia aislada, en cuyo caso sus causas se remiten a la infancia, etapa durante la cual pudimos recibirlo todo sin ningún merecimiento o nunca “dar el ancho”.

Aunque este patrón es multifactorial en su causalidad, estas dos situaciones extremas siempre están presentes en su origen. Al final, sean cuales sean las circunstancias que refuercen el sentimiento, el problema será la auto exigencia, resultado de las experiencias reafirmantes, bien de merecer lo que obtenemos, bien de colmar la expectativa ajena, que se ha vuelto la propia.

Pauline Clance fue quien acuñó el término y, junto con Suzanne Imes, desarrolló el ensayo primario para hablar abiertamente de este trastorno que ella misma afirma haber padecido en la universidad sin confiárselo a nadie, porque no entendía qué le pasaba. Ciertamente es una de las condiciones mentales negativas que muchos padecen sin darse cuenta hasta que oyen sobre ella y se identifican.

El síndrome del impostor puede ser muy autolimitante. Muchas personas tendrán expectativas muy bajas sobre sí mismas y, por tanto, evitarán arriesgarse o explorar todo su potencial por miedo a no estar a la altura de lo que creen que debe resultar.

Pero muchas otras se sobrepondrán al pesimismo que conlleva el síndrome del impostor y desarrollarán una gran voluntad para alcanzar sus objetivos. Aquí tiene usted algunos nombres de quienes lo han padecido, para que compruebe que de nuestros miedos e inseguridades podemos sacar lo mejor: Albert Einstein, Michelle Obama, Serena Williams y Tom Hanks, entre otros.

La mayoría, sin embargo, se instalará en zonas de confort tapiadas de justificaciones para no atreverse. Pero quien teniendo ganas de más se queda con lo que tiene por temor a decepcionar a los demás o a comprobar para sí mismo que efectivamente es un fraude, seguirá siempre sintiéndose un impostor.

El conformismo del síndrome del impostor no es aquel de quien se contenta con lo que sabe y lo que le “ha deparado el destino”, sino el de quien desarrolla un pesimismo defensivo que termina haciendo realidad sus visiones catastróficas.

Esta ruta de pensamiento llamada pesimismo defensivo, es decir, imaginar lo peor que puede pasar, tiene ciertamente sus ventajas para quien confía en que podrá afrontar el más catastrófico de los escenarios, pero no para quien considera que nunca está a la altura de lo que debiera.

Para las fuertes voluntades, que se forjan como las espadas, estar preparados para la adversidad es una estrategia, para quienes lo peor es una forma de situarse mentalmente en el derrotismo anticipado, porque no soportan la incertidumbre y porque les permite quedarse en la lamentación y la autoconmiseración que emparedan su zona de confort, ya que no pueden hacer nada al respecto, el pesimismo defensivo se convierte en un imán que atrae lo que tanto anuncian el pensamiento negativo, la emoción correspondiente y la imagen que de ambos resulta.

Así pues, padecer síndrome del impostor, como padecer cualquier otra cosa, es una oportunidad para sacar lo mejor de lo peor. La llave es la auto aprobación.

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