En el verano de 1984, durante mi estancia de dos años y meses como corresponsal en Moscú, fui con otros periodistas a la República Soviética de Turkmenistán ubicada en el Asia central.
Volamos 3 mil 592 kilómetros hasta su capital Asjabad, construida en un oasis del Desierto del Karakum (tierra negra), en un Aeroflot lleno de campesinos y bultos.
Regresaban tras vender en el mercado koljosiano (campesino) de Moscú, carne y verduras de excelente calidad; producían mejores alimentos que el gobierno, pero insuficientes para los 280 y tantos millones de habitantes que entonces tenía la URSS.
Y volvían cargados de productos adquiridos en el GUM, (Glavnyj universalnyj magazín) a donde llegaban cientos de camiones con gente de casi todo el país a comprar lo indispensable, porque el desabasto era enorme en sus aldeas.
Compraban lo que podían, aunque no fuera de su gusto o talla, porque todo podía intercambiarse; se vivía una economía de trueque.
Situado en la Krasni Plozhad, (Plaza Roja) que ya he contado se llama así no por comunista sino por bella, porque krasni significa bonito que es en ruso sinónimo de rojo, el edificio del GUM se levantó imitando pasajes comerciales inspirados en bazares de países árabes, que estaban de moda a principios del siglo XIX en París.
Y cuando se inauguró en diciembre de 1893, era la tienda más impactante de Europa.
No me gusta comprar en almacenes grandes porque me engento de cosas, pero iba con frecuencia porque estaba a pocas paradas de la estación Sokol del Metro cerca de donde vivía y me gustaba disfrutar la Plaza Roja y observar a quienes hacían cola para ver el cuerpo de Lenin y sus recciones ante el GUM y su mercancía.
Y varias veces vi sobre todo a gitanos que, al estrenar ropa o zapatos, se quitaban lo viejo y lo echaban al basurero.
La entrada era libre, se podía ir a descansar o a calentarse en invierno y en el tercer piso había restaurantes y baños.
Y como jamás pensé que en el mismo corazón del socialismo y frente al poderoso Kremlin y la tumba de Lenin, el Estado Soviético cobrara por hacer pipi, en una urgente ocasión y tras la fila de rigor, llegué hasta la puerta del baño sin el kopek (centavo) que había que introducir en la ranura.
Viendo que una señora abría la puerta al salir de uno, aproveché para encogerme y entrar antes que cerrara; no me lo perdonó la encargada y me persiguió hasta que compré una bufanda para tener cambio y darle el centavo reclamado.
En las calles de Asjabad, llenas de escupitajos con o sin cascaritas de semillas de girasol que era imposible no pisar y donde caminaban hombres que se sonaban al aire, me quedó más que clara la razón del estupor campesino por la limpieza de la Plaza Roja.
Sucio era también, el hotel donde nos alojamos cuyos cuartos carecían hasta del jabón de cortesía y donde debimos esperar dos horas parados junto a nuestras maletas, para que los funcionarios que nos acompañaban presentaran pasaportes, acreditaciones, permisos de salida de Moscú y certificados de matrimonio de las parejas, porque la URSS no permitía a los no casados, compartir el mismo cuarto.
Situación de fácil solución con la persona del registro mediante algunos rublos, pero no con las viejitas que, sentadas en un escritorio frente al elevador de cada piso, prestaban secadoras de pelo, vendían hilos y agujas y guardaban la moral socialista, checando que nadie pasara furtivamente de una habitación a otra.
Turkmenistán (lugar de los turcos que tienen fe) limita con el mar Caspio, Uzbekistán, Kazajistán, Irán y Afganistán y ha estado poblada desde la antigüedad por tribus nómadas dedicadas a la crianza de caballos, que se extendieron a Persia, Siria y Anatolia.
A fines del siglo IV antes de Cristo, fue conquistada por Alejandro Magno; un milenio después, dominada por un califato que en 971 introdujo el islam y durante siglos escala de la Ruta de la Seda del comercio con China.
Entre 1860 y 1880, la ocupó el ejército imperial ruso que fundó el puerto de Krasnovodsk y se la anexó en 1881.
Fue una de las repúblicas constituyentes de la Unión Soviética en 1924 y en los años siguientes se establecieron sus fronteras y desarrollaron sistemas para cultivo de algodón y aprovechamiento de sus recursos.
Visitamos mezquitas construidas a semejanza de las carpas usadas en el desierto, sitios arqueológicos de la Edad del Bronce, granjas cooperativas, el Desierto del Karakum y una fábrica de tapetes.
Sentadas en el suelo frente a esterillas, decenas de mujeres, algunas con sus niñitos al lado y todas indiferentes a nuestra presencia, anudaban con rapidez coloridos hilos de lana; mientras menos gruesos, más nudos y mayor el precio de esas obras de arte.
Como no vi que copiaran el diseño, distinto para cada tribu, deduje lo sabían de memoria.
Las turkmenas usaban gorros pequeños y faldas largas, eran muy discriminadas y debían tratar a padres, maridos y hermanos, con absoluta sumisión.
Los hombres llevaban grandes sombreros de borrego, negros los viejos y blancos los jóvenes, para capear fríos y sol del desierto y evitar que entrara arena a sus ojos.
El desierto del Karakum ocupa 350 000 kilómetros cuadrados, el 70 del territorio turkmeno y posee la cuarta mayor reserva de petróleo y gas del mundo; la mayor parte es ahora vendida por la Federación Rusa a Europa, a través de la empresa Gazprom.
En 1954 se inició un canal para desviar el río Amu-Darya, navegable la mayor parte de sus mil 300 kilómetros y surtir de agua la zona y se decía, que su construcción fue factor principal del desastre ecológico en el Mar Aral.
Vimos de lejos el resplandor del pozo de Darvazá, conocido como puerta del Infierno y consecuencia de un accidente ocurrido en 1971 cuando geólogos soviéticos que cavaban buscando gas, vieron desaparecer en instantes equipo y casas de campaña.
Habían caído a una cueva subterránea de 69 metros de diámetro, 30 de profundidad y temperatura de 400 grados centígrados.
Temiendo que salieran gases peligrosos y pensando que se apagaría en pocos días, le prendieron fuego; pero lleva 52 años ardiendo y es visitado por científicos de todo el mundo, que no se explican lo sucedido.
En los caminos que recorrimos, camellos y dromedarios eran tan comunes como los perros en nuestras ciudades y usados como transporte.
Y en una cooperativa campesina donde nos dieron un banquete, una corresponsal estadounidense casi muere asfixiada por beber leche de camella para desafiar al presidente del koljoz, que burlonamente había dicho era tan fuerte que solo podían tolerarla las gargantas masculinas.
De la comida me gustaron las berenjenas, las brochetas de carne y vegetales (shashlik) el ash (arroz con pollo y duraznos) y guisos de arroz o fideos con cordero.
Buscando completar este artículo, leí en Wikipedia que al disolverse la URSS en octubre de 1991 Turkmenistán se convirtió en estado independiente con presidentes autócratas y corruptos.
Y es para la ONU, uno de los países que más viola los derechos humanos.
Aduciendo que la mayor parte de la población es analfabeta y nómada, cerraron las bibliotecas públicas; no funcionan los hospitales de tiempos soviéticos; se tortura a disidentes y encarcela a los no islamitas; el espionaje es permanente y los medios de comunicación totalmente controlados.
Las mujeres son menospreciadas y detenidas por “incumplir” normas; los médicos tienen prohibido informar a los pacientes sobre sus enfermedades; las minorías rusas y uzbekas no pueden acceder a la universidad y el culto a los gobernantes ha llegado al grado de poner sus retratos hasta en las botellas de vodka.
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