Fría y distanciada en su tratamiento, ambientada en un entorno de gélida belleza e inspirada en un caso real que se tradujo en el libro “Usted sabe quién: notas sobre el homicidio de Viviana Haeger”, de Rodrigo Fluxá, se trata de la primera serie chilena para la plataforma Netflix, que ha abierto nuevas polémicas al tratar uno de los casos más misteriosos sucedidos en la bellísima ciudad de Puerto Varas, que mantuvo en vilo a todo Chile en 2010 y cuyo cierre policial -el imputado Pérez Mancilla fue sentenciado a diez años de presidio por robo con homicidio, luego de siete años de investigación- cambió para siempre la existencia de quienes fueron sus protagonistas.
Éste fue uno de los casos policiales más impactantes y mediáticos sucedido en Chile, en uno de los sectores más elegantes y reservados de la hermosa ciudad sureña de Puerto Varas, donde desaparece una mujer, alterando la normalidad de una comunidad poco habituada a los estremecimientos de esta naturaleza.
Basada en una historia real, la serie ha levantado fuertes polémicas, sobre todo porque la familia ha protestado con fuerza por el tratamiento dado a este caso tan doloroso y cuyas aristas siguen siendo uno de los misterios más grandes sin revelar, lo que significa un material denominado como true crime, muy en boga en las ficciones del último tiempo, aunque se vea frenada por el dolor de los familiares que aún no cierran su duelo.
“42 días en la oscuridad” se inspira, por tanto, en el caso Haeger, tomando algunos elementos clave de ese suceso, aunque como no se trata de un documental, se permite licencias dramáticas que condimentan sus escuetos seis capítulos desde la desaparición de Verónica, hasta el día 42 en que aparece su cuerpo.
En lo formal, la serie destaca porque se muestra respetuosa de los acontecimientos, escatima detalles del crimen y se centra en entregar un retrato de la familia donde predomina la prudencia, aunque esto le juega precisamente en contra porque se intuye demasiada contención, autocensura en muchos de los instantes más fuertes, lo que le resta impacto.
El eje de toda esta serie es el abogado Víctor Pizarro (Pablo Macaya), que trata con desesperación recuperar el respeto de su hijo, sacarse de encima el estigma de un caso fracasado antes que le significó perder credibilidad entre sus colegas y que, de manera obsesiva, comienza una investigación para desentrañar el caso de la desaparecida Verónica, porque tal vez éste sea el caso que le permita redimirse.
También está Cecilia, la hermana de Verónica (una impecable actuación de Claudia Di Girólamo), que lleva el peso de la desgracia sobre sus hombros, debiendo ser el eje que articule a su familia, impactada por este hecho ominoso.
A partir de todo esto, la serie se mueve en dos carriles, el de la investigación policial, apegada al molde de los giros de último momento, los datos clave y las sospechas en todos los que eran del círculo íntimo de la mujer desaparecida y, por otro lado, el drama que sobrelleva la hermana y que se ajusta mucho más a la realidad y que tiene un tratamiento frío, ceremonial y distanciado, evitando las estridencias y poniendo siempre su foco en las miradas, los gestos, los elementos corporales mínimos que logran concentrar nuestra atención, destacando la actuación de Daniel Alcaíno, como un antagonista de lujo. Sobresalen también la siempre efectiva presencia de Aline Kuppenheim (Verónica) y la gratísima actuación de los dos excolegas del abogado (Amparo Noguera y Néstor Cantillana).
El grave problema de la serie radica justamente en estos dos polos. ¿Qué se pretende en verdad? ¿Contar una teoría respecto de un bullado caso policial o centrarse en la historia del abogado que ve en este caso la oportunidad perfecta para alcanzar su redención? No hay claridad a nivel de guion y claramente sobresale la del abogado, avanza con mayor fluidez y se intuye como de mejor análisis, en tanto que el drama policial se desarrolla con una frialdad digna del entorno invernal de Puerto Varas y que tiene las actuaciones más sólidas del extenso grupo actoral que reúne a una parte sustantiva de los mejores actores chilenos, a los que se suman Paola Giannini, Tamara Acosta, Daniel Muñoz, Alejandro Goic y Gloria Munchmeyer, en breves papeles.
Se echa de menos que Claudia Di Girólamo no haya sido la protagonista, sobre todo porque hay un personaje que se va resolviendo a medida que pasan los acontecimientos y crece en intensidad en los dos capítulos del cierre, en oposición a lo que sucede con el papel de Macaya, obsesionado con el caso de Verónica, aunque nunca sepamos bien cuánto hay de egolatría y cuánto de necesidad de reivindicación de su nombre,
Lo mejor se encuentra en su brevedad, donde se va derecho al drama, no se pierde tiempo en rellenos y adquiere un ritmo sostenido en gran parte de sus escasos seis capítulos que sirven para una maratón de domingo.
Donde no existen objeciones es en la calidad de su fotografía -nunca más hermosa Puerto Varas, con un ambiente de días nublados, de lluvia constante y de nocturnidad casi omnipresente- y en su banda sonora suave y precisa.
Con todas estas observaciones, la primera serie chilena de Netflix funciona y bien, engancha, avanza y entretiene (dentro del concepto debido), demostrando el buen olfato de la productora Fábula, a cargo de la serie y la excelencia de su montaje.
La dirección de esta serie está a cargo de Gaspar Antillo y Claudia Huaiquimilla, conocidos sobre todo por su trabajo en cine, Huaiquimilla (Mala junta) y Antillo (Nadie sabe que estoy aquí) ingresaron al equipo de manera posterior, asumiendo ambos la dirección y ella, además, la coescritora del guion.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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