FUE LA MANO DE DIOS

A la sombra de Fellini (y de Maradona)

Recién estrenada en Netflix, se trata de la película autobiográfica del director de “La Gran Belleza” que, con un relato que navega en la nostalgia de una ciudad, de una época y de ciertos hitos, regresa en gloria y majestad con la que -tal vez- sea una de las mejores experiencias fílmicas de 2021.

“Fue la mano de Dios” es, lejos, una de esas películas que devuelven el placer por el cine de calidad, donde todo parece confluir en un filme cercano a la perfección del gran director Paolo Sorrentino, autor italiano que inevitablemente termina asociado con la inmensa sombra de un maestro como lo fue Federico Fellini, a quien brinda homenajes y citas y cuyo estilo visual se reconoce en los personajes y en el estilo de armar películas corales, aun cuando haya críticos que intentan desmentir esta suerte de relación lo cierto es que “La Gran Belleza” bebía de la historia de “La Dolce Vita” y “Juventud” tenía elementos prestados de “Ocho y Medio”.

Los cinéfilos saben perfectamente que tal relación es saludable en este caso, porque el director Sorrentino no copia a Fellini, sino que lo enaltece cuando toma elementos estéticos de su cine y los convierte en materia prima para su universo fílmico, donde predominan los travellings elegantes, la cuidadosa escenografía casi barroca y en el juego hipnótico que propone con las diferentes tonalidades del día.

Ésta es, acaso, su obra más personal, casi autobiográfica, pero que indudablemente tiene ciertos elementos proporcionados por “Amarcord” del siempre indispensable Fellini, alma mater de una generación completa de cineastas que crecieron bajo su sombra.

Paolo Sorrentino, hay que decirlo, es uno de los creadores indispensables de la cinematografía mundial en la actualidad, en especial porque cada filme suyo es una experiencia visual, donde cada uno de sus elementos cumple una función específica. En “Fue la mano de Dios” esos elementos están teñidos por la nostalgia de los años 80, de cuando Diego Armando Maradona eleva al Nápoles a campeón de Italia y se convierte en un mito para los jóvenes. Pero también la nostalgia por la familia, por los tíos y los amigos y el primer sexo y el encuentro con la mujer idealizada, y suma y sigue en un trabajo fílmico para enamorarse del cine mismo, donde se menciona a Fellini, pero también aparece Antonio Capuano y es citado Sergio Leone y Franco Zefirelli, en un constante juego metafílmicos que será fascinante para quienes aman el cine de verdad.

El protagonista es el alter ego de Sorrentino: un adolescente llamado Fabio Schisa que sueña con ser cineasta y que no tiene claro todavía cómo lo logrará. Antes de tomar el tren a Roma, para convertir ese sueño en realidad, deberá vivir una serie de experiencias con su familia y amistades, cada uno de los cuales están al límite de la caricatura o la ensoñación y que tiene a Nápoles como escenario de una época y de unos acontecimientos.

Es verdad que la apreciación cabal de un filme como éste exige de un espectador que ame el cine, deseche los espectáculos habituales hollywoodenses de efectos especiales y de un montaje acelerado, capaz de apreciar los matices y los detalles.

“Fue la mano de Dios”, aparentemente, no cuenta nada extraordinario y a ratos (es verdad) se torna un poco lenta, especialmente en la segunda mitad, pero cuando se la analiza con detención, aparecen los elementos que la enriquecen, precisamente porque está elaborada con tanta prolijidad, con tanto esmero y elegancia en cada encuadre que termina siendo un filme fascinante en todos los aspectos visuales, sonoros y de ambientación.

Como buen napolitano, muestra a la familia: chillona, numerosa, llena de personajes entrañables y de mensajes dirigidos al corazón mismo de cada espectador, donde predomina el humor y la sensualidad unida a la tragedia.

Lo más hermoso del filme es ese retrato familiar, que se une con los primeros deseos de la adolescencia, la búsqueda del amor, la idealización de los ídolos de una época y del derrumbe de ciertos sueños.

El gran tema de Sorrentino parece ser la condición humana, el estado en que se generan las relaciones humanas, con personajes tan odiosos como queribles, lo que se vio notablemente reflejado en su aclamada cinta “La Gran Belleza” (2013), en “Juventud” (2015) y se amplía en “Fue la mano de Dios”, que cuenta con un guion redondo, unas actuaciones de lujo y una historia que termina seduciendo por su entrañable apego a la época y a los acontecimientos que muestra.

Para apreciar su cine hay que concentrarse en uno de los elementos característicos del estilo de Paolo Sorrentino: el empleo especial que le confiere a los planos, el manejo de los movimientos de la cámara, el uso exquisito de la paleta de colores y el valor que tienen los detalles gestuales y ciertos primeros planos que ayudan a delinear las características de los personajes que aparecen en escena.

La omnipresencia de Diego Armando Maradona no es una casualidad. El fallecido jugador de fútbol fue todo un referente para la generación de Sorrentino, en especial para los napolitanos y por ello no es casualidad que el director le convierta en un invisible personaje que atraviesa todo el filme y que revela el impacto que tuvo en la existencia del realizador.

Entre tantos instantes de plenitud fílmica, destacamos dos: la escena del paseo en bote resulta un deleite como comedia y la conversación con el director de cine en la orilla del mar, en un amanecer majestuoso, resulta un canto de amor al cine que se agradece y se aplaude con sinceridad.

Así, “Fue la mano de Dios” es quizás la película más felliniana, plagada de personajes excesivos, de imágenes excesivamente bellas y que transitan entre lo onírico y lo real, teniendo en el mar un símbolo de interesantes connotaciones, desde la majestuosa entrada a Nápoles desde el océano hasta el final, en que ese mismo mar significará un elemento diferente que resumirá la esencia de esta auténtica pieza maestra.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación