Apenas trepo los primeros 150 metros y ya mi corazón acusa el esfuerzo realizado. Y todavía faltan 3 mil 250 para llegar a la meta. La información al inicio de la Ruta de las Noas, en la sierra del mismo nombre, dice que el tiempo promedio para completar el recorrido es de una hora y 20 minutos.
Los primeros rayos del sol aparecen, junto con un cansancio más acentuado, cuando ya vemos en un plano inferior y de espaldas al Cristo de las Noas. Seguimos ascendiendo por una serpenteante vereda en cuyas márgenes medran nopales, gobernadoras, noas, lechuguillas, ocotillos, cardenches, que se niegan a abandonar su territorio, respaldadas por las recientes lluvias.
La brecha se bifurca en múltiples ocasiones y hay que poner atención a las tenues señales en las piedras a riesgo de tomar la dirección errónea. Pero con diez ascensos hasta el Helipuerto, meta del recorrido, Raúl Pérez, El Mimo, conoce bien el camino. Yo lo sigo esforzándome por mantener su ritmo. Modesto, se niega a reconocer su papel de guía, pero así lo tildan en el grupo de redes sociales Helipuerto.
En el recorrido nos cruzamos con familias enteras que vuelven sudorosas pero felices de sentirse conquistadoras del Helipuerto. Otros senderistas se rezagan, otros nos rebasan.
Casi completamos las dos horas cuando se nos aparece Hilary, el tramo más complicado de toda la ruta, conformado por enormes rocas que hay que escalar con pies y manos y cuyo nombre alude a la pared de 12 metros en el monte Everest, que fue conquistada por Edmund Hilary. Tendones, femorales, rodillas y prácticamente todos los músculos del cuerpo, se someten a la dura prueba. Por eso impresiona ver sexagenarios subiendo y bajando el Hilary una y otra vez, con agilidad felina, mostrando el lugar exacto por donde hay que atacarlo. Todos los senderistas son amables y la mayoría también son amantes de la naturaleza. Pero no falta los que dejan envases al lado del sendero y que grafitean las instalaciones abandonadas del Helipuerto. Sin embargo, también hay quienes, como el Mimo que recogen los plásticos y los llevan hasta los contenedores en la base del recorrido.
Dos horas y 10 minutos después, con los tenis convencionales y los muslos muy maltratados, ambos al borde del colapso, estamos en la cima de la Ruta de las Noas. La vista es espectacular: apenas se distingue el Cristo, se aprecia el edificio de la Presidencia Municipal, el cerro de la Ballena en el ejido León Guzmán, instalaciones de Peñoles, y hacia el suroeste la carretera a Nazareno.
Los entusiastas senderistas no llenan: hablan de ir al cerro del Centinela en el Cañón de Jimulco, el más alto de la región, de acampar en la sierra del Sarnoso y de buscar las cuevas de las Iglesias y del Pato. Yo solo pretendo emprender el descenso y reposar músculos y tendones para volver semanas después con el propósito de batir mi relajada marca. Pero, sobre todo, de disfrutar del espectáculo que brinda el semidesierto desde las alturas.
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