NO EMPEORE SU SITUACIÓN


El cerebro es una poderosa máquina autojustificadora

Daniel Levitin

Mantener una buena imagen ante otros, para poder gustarnos a nosotros mismos, tiene siempre costos muy altos, sobre todo mentales y emocionales.

Tener un buen coche, una hermosa casa, enseres domésticos modernos, vestir a la moda, viajar, darnos lujos, pertenecer a una élite, ser físicamente atractivo, entre muchos otros atributos sociales que construyen nuestra imagen, sale con toda seguridad muy caro económicamente, pero cuando tratar de sostenerlo nos lleve a la bancarrota, ésta será sin duda emocional. El dinero va y viene.

Por otra parte, no todos podemos rodearnos de la materialidad necesaria para ser considerados exitosos, guapos(as), aceptablemente adinerados, “in”, divertidos, etc., pero todos, absolutamente todos tenemos a la mano la herramienta principal de complacencia, para como mínimo hacer que los demás consideren que tenemos la razón, y con eso ya estamos del otro lado en la línea de aprobación del ranking de las aceptaciones.

Esa herramienta se llama justificación: razón, prueba convincente, cuando hablamos del proceso cognitivo, que debe apegarse a la mayor objetividad posible. Sin embargo, desde la subjetividad, cuando se trata de nuestras acciones, justificar se convierte en un proceso de falseamiento racional, para ocultar nuestras verdaderas motivaciones; porque, como dice el neurocientífico Daniel Levitin, a menudos tomamos decisiones basadas en consideraciones o impulsos emocionales, y luego buscamos justificarlas.

La justificación personal implica, en primera instancia, una inseguridad interior, o más bien, la seguridad de que no podemos permitir que los demás vean que no hay en nuestras decisiones y acciones lo que ellos consideran la razón.

Sabemos que “hay algo que no embona”, aun cuando la justificación sea convincente para los demás. Mientras menos embone, más nos justificaremos, para autoconvencernos de que hicimos lo correcto, pero la mayor parte de las veces, la justificación repetida y acrecentada nos pondrá en evidencia.

¿En evidencia de qué?, ¿de que mentimos?, ¿de que ocultamos algo?, ¿de que hicimos algo malo?, ¿de que no sabemos lo que hacemos?, ¿de que nos equivocamos? Sí, claro, de algunas de estas cosas o de todas, pero sobre todo de cuánto nos importa lo que opina aquél que oye nuestras justificaciones. Y con eso le entregamos el control de nuestra vida.

Hay que diferenciar entre justificar y explicar, porque algunas de las personas que nos rodean sí merecen conocer el porqué de nuestras decisiones y acciones. Como nosotros mereceríamos igualmente una explicación de parte de quienes tienen una relación significativa con nosotros y de alguna manera nos han afectado.

Explicar es solo exponer sin intencionalidad; por otra parte, justificar siempre pretende convencer, probar. Las explicaciones son claras, concisas, contundentes, neutrales, dadas con seguridad y van directo al grano. Las justificaciones son extensas, redundantes, moralinas, pecan de un exceso de detalles innecesarios y denotan inseguridad.

Así que dar explicaciones tiene otra función. Por eso solo se dan a quien las merece, no a quien las exige, porque muchas veces implican vulnerarnos, hablar de nuestras verdaderas motivaciones, nuestros sentimientos y pensamientos íntimos. Justificarnos, en cambio, es defendernos, incluso antes de sentirnos atacados.

Para dejar de justificarnos es necesario entender que tenemos derecho a nuestras decisiones y errores, porque nuestra verdad íntima es personalísima.

Si usted cometió un error y lo primero que hace es aceptar que así fue, en lugar de asustarse de que alguien se dé cuenta y lo señale, lo descalifique e incluso lo agreda, podrá dar el segundo paso, saber que nadie más que usted puede ser justo con usted, ni nadie puede ser tampoco más injusto que usted mismo.

Luego podrá elegir. Si elige ser justo, no necesita un jurado calificador, si decide ser injusto, no requerirá un verdugo; usted solito puede hacerse pedazos.

Quizá no tenga derecho a evadir las explicaciones cuando son necesarias ante las personas que las merecen, pero siempre tendrá derecho a permanecer callado cuando de justificarse o excusarse se trate. No empeore su situación.

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Autor

El Heraldo de Saltillo
El Heraldo de Saltillo