La campaña infinita del presidente
Hace tres años ganó la presidencia. Parecía que justo a partir de ese momento, el 1 de julio de 2018, quedaban borrados treinta años de campañas políticas. La plaza pública debería quedar vacía y polvorienta. El megáfono y el cartel, arrinconados de una bodega chilanga. La perspicaz e inquisitoria frase para exhibir a los adversarios, registrada para la historia en YouTube o en el encabezado de un viejo periódico de la hemeroteca.
Sin embargo, a treinta meses de haber rendido protesta como presidente, el “candidato” ha vuelto para inquietar a la oposición, levantar a su partido y, de paso, cuestionar a las autoridades electorales.
El líder social impulsivo y sagaz ha sepultado, al menos durante los últimos meses previos a las elecciones del 6 de junio, al estadista transformador, apartidista e inmune a las tentaciones del poder.
No obstante contar con una alta aceptación y valoración ciudadana, razón por la cual su partido encabeza las encuestas, el presidente no ha querido correr riesgos, por lo que guardó el traje y la corbata en alguno de los viejos roperos de Palacio Nacional, para colocarse la vistosa gorra de campaña que le hicieron llegar desde la sede del organismo político que lo llevó a la presidencia.
El Jefe del Ejecutivo ha activado desde Palacio Nacional una nueva campaña electoral, aunque sea solo para tratar de desacreditar al INE o para derrumbar a sus opositores. No hay más que observar cómo durante varias ‘mañaneras’ se involucró hasta los bordes legales con la elección de Nuevo León o cuando insinuó la desaparición de la autoridad electoral una vez que pasen las elecciones.
Para esta nueva campaña, o más bien, para esta etapa de la campaña que el presidente inició en 1988 cuando compitió por primera vez por la gubernatura de Tabasco, el mandatario se inspira en sus propias versiones como candidato a la presidencia en 2006 y 2012. En la primera ocasión, acusó fraude y emprendió en contra de las autoridades electorales. Seis años después, señaló excesos de gastos de campaña y el uso electoral de tarjetas operadas por el aspirante del PRI en contubernio con algunas empresas financieras y comerciales.
El activismo político y electoral constante e infinito del presidente, tiene tres explicaciones. Primero, lo hace porque puede, y generalmente le sale bien. Segundo, lo necesita, ya que, en algunos estados, las preferencias electorales a favor de su partido, van a la baja. Tercero, desde el momento en el que bautizó al Estado mexicano con el nombre de la Cuarta Transformación, se asume con la obligación personal de defender su proyecto de todo aquello que no está dentro del mismo y que, en su lógica, se configura como un “adversario”.
Para los medios de comunicación y los opositores, el abordaje del presidente en el proceso electoral, resulta cuestionable debido a la fuerza y el poder desproporcionado del Jefe del Ejecutivo frente a los distintos candidatos y partidos, por ejemplo, un candidato a gobernador, quien no dispone de los medios ni el nivel jerárquico para ponerse en un tú por tú ante la figura y estructura presidencial.
En mi opinión, sin embargo, el debate sobre el papel del presidente en el proceso electoral, al que algunos opositores acusan de intromisión, se desvía hacia aspectos estrictamente electorales, cuando, en realidad, lo realmente preocupante de su activismo es que en medio de la más grave pandemia y crisis económica que se recuerde, el mandatario se tome el tiempo, o mejor dicho, disponga del tiempo que los electores le otorgaron como Jefe de Estado y de Gobierno, para hacer política y encabezar la campaña de su partido con el objetivo de refrendar la mayoría en la Cámara de Diputados.
Es decir, no considero que, con sus intervenciones mediáticas, el presidente trastoque gravemente la institucionalidad democrática. Creo, más bien, que le asiste la legitimidad al defender su Gobierno e impulsar electoralmente a quienes considera sus aliados.
Me preocupa, eso sí, que quien ostenta el máximo poder público para hacer que las cosas funcionen en materia de salud, seguridad y economía, destine minutos, horas y días enteros para realizar política electoral, grilla, o como quiera llamarle, en lugar de ocupar ese valioso tiempo en resolver las problemáticas que aquejan al país.
Habría sido apropiado que en la ‘mañanera’ el presidente hubiera presentado las causas del incremento de la pobreza en el país y proponer algunas soluciones, en vez de manifestar su preocupación por el impacto electoral de las “tarjetas rosas” que distribuyen algunos candidatos y partidos.
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