BALLENAS Y CARBONO

Este 22 de abril, Día Internacional de la Madre Tierra, se celebró virtualmente la Cumbre de Líderes sobre el Clima, convocada por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden.

Y con el mundo en alerta roja, cuarenta jefes de Estado renovaron compromisos para reducir sus emisiones de carbono.

Para coincidir con el tema, dedicaré mi artículo al aporte de las ballenas a este propósito.

Tal vez porque las ballenas siempre me han encantado el episodio de Jonás tragado por una de ellas, jamás me aterró como otros relatos bíblicos.

Entre ellos, el de la mujer y sobrina de Lot convertidas en estatuas de sal por ser como yo, curiosas; o el de Abraham preparando el sacrificio de su hijo Isaac, solo por complacer a Jehová; que me hacía rogar porque mi papá no fuera a ser tan obediente.

Pero aun nadando en mar abierto, nunca pensé pudiera comerme una ballena.

Las he visto en Acapulco, Los Cabos y el Mar de Cortés y más de cerca y con Matías, en Puerto Madryn, Argentina.

Y vimos dos o tres casi junto a nosotros y por bastante rato, al entrar en barco a la preciosa ciudad chilena de Valdivia; donde decenas de lobos de mar, llegaron a recibirlas y aplaudir sus cantos.

Me gusta leer lo que de ellas se escribe y este 19 de enero la BBC publicó un artículo de Sophie Yeo sobre una investigación de Andrew Pershing, científico marino de la Universidad de Maine que asegura limpian el aire de dióxido carbono.

Explica que los seres humanos hemos incrementado la generación de carbono talando árboles, quemando pastizales, las emisiones industriales y con la matazón de ballenas.

El afán por comercializar su carne, huesos y aceites, disminuyó sus poblaciones hasta en un 90 por ciento y repercutió en el cambio climático.

Porque vivas, bajan a las profundidades para alimentarse y regresan a la superficie a respirar y defecar enormes cantidades de excremento, rico en hierro.

Lo que crea condiciones para el fitoplancton, formado con creaturas microscópicas que capturan el 40 por ciento de todo el CO2 producido por el planeta; cifra equivalente, a cuatro veces la cantidad capturada por la selva amazónica.

Cuando mueren de forma natural, sus enormes cuerpos se hunden y transfieren a la profundidad del océano el carbono que almacenaron; pero si son asesinadas y faenadas en barcos, sus restos no se hunden y el carbono se libera en la atmósfera.

De ahí que su protección, además de agregar hermosura a los océanos antes llenos de ellas, tenga decisiva importancia para el planeta.

Hace poco un estudio del Fondo Monetario Internacional, advirtió que crece el número de empresarios interesados en invertir en el rescate de carbono a través de los Bonos de Carbono.

Que son una especie de calificaciones que se da a países, organismos, individuos o empresas, que han reducido sus emisiones contaminantes de acuerdo con el Protocolo de Kioto, de diciembre de 1997.

Japón, la Unión Europea y 37 naciones acordaron emitirlos, como uno de los tres mecanismos internacionales para reducir las emisiones causantes del calentamiento global.

Se obtienen a través de la validación de proyectos denominados Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) que capturan el CO2 del aire y hay organizaciones que ganan Bonos de Carbono, protegiendo a las ballenas.

Como la chilena Melimoyu Ecosystem Research Institute, MERI, fundada en 2012 para fomentar la investigación para la conservación de ecosistemas en la Patagonia Norte.

Por sus características geográficas, Chile es un laboratorio natural único en el mundo y los estudios de MERI sobre el cambio climático, han tenido impacto internacional por sus aportes científicos y haber logrado que ciudadanos e instituciones, tomen decisiones para cuidar el medioambiente y construir una sociedad más sostenible.

Y ahora MERI busca rutas alternativas para proteger a las ballenas de los disturbios que les crean los grandes barcos.

Que son responsables, además, del 2 por ciento de las emisiones mundiales de carbono; si la industria de transportación marítima fuera un país, sería el sexto mayor contaminante; por encima de Alemania.

En fin, estoy feliz de que no solo muertas se vea a las ballenas como negocio; sabiendo que son insustituibles, protegerlas será prioridad en el esfuerzo mundial para hacer frente al cambio climático.

Precisamente para eso, se iba a celebrar en noviembre del año pasado en Escocia, cuyas playas acogen ballenas minke y jorobadas, la Cumbre sobre la Ambición Climática 2020 con el patrocinio de Naciones Unidas, el Reino Unido y Francia, en asociación con Italia y Chile; pero la pandemia obligó a posponerla para este próximo noviembre.

 

Autor

Teresa Gurza
Otros artículos del mismo autor