Gran tema el de escarbar en la soledad de la denominada tercera edad, mirada agridulce del vivir en un asilo y tratar de entender ese mundo encerrado que alberga a hombres y mujeres que un día tuvieron familias y que en el ocaso de sus existencias, se encuentran desamparados, olvidados y tratando de entender cómo fueron a llegar ese lugar. Con este elemento como columna vertebral, la realizadora chilena Maite Alberdi (antes creadora de la maravillosa cinta documental “La Once”) amplía su mirada acerca de los octogenarios, con un sentido del pudor que se agradece, elaborando un trabajo documental de excepcional sensibilidad que está disponible en la plataforma de Netflix.
Si un género está vivo, vigente y en constante crecimiento en Chile ése es el del documental. Cualquiera sea el estilo y sensibilidad, es un género noble, necesario, que ha posicionado a Chile en un nivel de excepción con los trabajos que van desde los trabajos de Aldo Francia en los años 70 al cine de Patricio Guzmán. En ese paraguas creativo está Ignacio Agüero, Ignacio Aliaga, José Luis Torres Leiva y por cierto, Maite Alberdi, que cuenta con una cinematografía acotada, sensible, sólida y original.
Este es un documental que tiene el mérito de tener un protagonista octogenario, Sergio, contratado como “topo” (infiltrado) para investigar la situación que se vive en el asilo San Francisco, ubicado en las afueras de Santiago de Chile. Sergio ingresa a este trabajo después de leer un aviso clasificado donde se solicitaban hombres de 80 a 90 años, capaces de manejar la tecnología celular.
Por esta razón, Sergio se presenta a la curiosa entrevista de trabajo y llama la atención del seleccionador, Rómulo, quien privilegia el interés por investigar que demuestra el anciano y finalmente queda contratado para que se infiltre por tres meses en ese asilo, investigue la situación que allí se vive y, en particular, cómo se encuentra una mujer que está internada allí.
Sergio se ha convertido, a sus 87 años, en un detective privado que debe investigar a la madre de una clienta que asegura que está siendo maltratada en ese hogar en que se encuentra. La razón de Sergio también tiene peso especial: desea una ocupación que le permita olvidarse del deceso de su mujer, acaecido apenas dos meses antes.
Con inteligencia, la realizadora Maite Alberdi nos instala desde el inicio en un escenario que recrea, con la nostalgia del cinéfilo, el ambiente característico del cine negro clásico estadounidense: Rómulo tiene una oficina con ventanas donde está escrito su nombre, el lugar tiene persianas en las ventanas que proyectan esas tan características sombras fragmentadas que hemos visto y disfrutado desde los tiempos de “El halcón maltés” a “Barrio Chino”: es un ambiente cinematográfico, con un cartel enorme de Al Pacino en “Caracortada”, una lámpara tipo banquero en el escritorio y el diálogo que se establece entre los hombres gira en torno a los tópicos del género negro: claves, blanco, códigos y pistas porque todo ello seduce a Sergio de quien poco o nada sabemos hasta entonces.
Toda esta sensación de artificio es el mérito más grande de la primera parte de este trabajo de la realizadora Alberdi: acá todo está filtrado por la nostalgia, el amor por el cine, el recuerdo de lo que se vivió (en el cine, en la vida). Y también sirve como un elemento narrativo clave ya que en el desarrollo del metraje tanto Sergio como los espectadores se hacen la misma pregunta: ¿existe realmente la clienta? ¿Por qué nadie la ha visto jamás? ¿Se trata solo de un motivo para conocer a los ancianos y sus andanzas en el hogar de adultos mayores? Y tal vez la respuesta a estas interrogantes no sean necesarias ya que el documental avanza con gracia, pericia y una nostalgia que se agradece.
El mérito y el atrevimiento de Maite Alberdi es haber realizado un experimento de carácter social al poner a Sergio en un ambiente extraño y empezar a estudiar su comportamiento en ese medio extraño, ver cómo se adapta, qué experiencias adquiere, de qué modo socializa con los demás, lo que pone a los espectadores como los verdaderos protagonistas que conocen cada uno de los rincones de ese lugar.
Este trabajo fílmico de Alberdi tiene la forma del documental y lo desarrolla siguiendo los tres principios establecidos por el maestro del suspenso Alfred Hitchcock: Uno, el protagonista es un hombre común y corriente, casi sin elementos que destaquen en su carácter que, de pronto, se ve sumergido en una espiral de acontecimientos. En “El agente topo” Sergio es un hombre que no llama particularmente la atención, es un tipo con el cual nos podemos identificar porque se parece a cualquiera de los individuos que están a nuestro alrededor.
Dos, la investigada es un pretexto magnífico (MacGuffin decía Hitchcock), porque Sonia, la mujer que debe investigar, es un personaje que no tiene más misterios que entregar y ello genera un doble elemento: nos descoloca como espectadores, nos hace pensar en qué es lo que realmente investiga Sergio (y por ende, la directora).
Tres, se pone énfasis en el elemento más propio de la cinematografía hitchcokiana, el del voyerismo, porque Sergio ha sido premunido de unos lentes que tienen una cámara minúscula que graba cuando se los pone y crean, por tanto, el denominado plano subjetivo donde se exacerba lo mirado, lo observado, el placer de mirar lo que no corresponde puesto que él es un “topo”.
Y surge otro tema magnífico, desarrollado antes de modo notable en “La Once”: el de la amistad en medio de la soledad. Porque Sergio hace amigas, las comprende en sus dolores y en su soledad, las escucha y las piropea con candor y dulzura y se somete a todos los rituales de este tipo de instituciones: la celebración de un baile, la elección de rey y reina, el paseo en vehículos llenos de globos inflados multicolor es por el barrio y el velorio y despedida de una de las internas.
La mirada de Alberdi refuerza un ambiente y unos códigos desaparecidos: expresiones, formas de hablar, bromas y recuerdos apuntan a una nostalgia por la época de la juventud, de cuando los sueños se presentaban delante de cada uno. Y más encima se nos entrega uno de los romances otoñales más hermosos, limpios y enternecedores de todos los tiempos: A la dulce Berta le gusta Sergio. Cuando ella le solicita que la acompañe a cobrar su pensión, la realizadora brinda uno de los instantes de mayor intensidad de todo el filme: Berta le está demostrando a Sergio cuánto lo quiere porque el acto de cobrar su pensión es una invitación para compartir algo íntimo, que nadie más podría comprender.
Todos los anteriores trabajos de Maite Alberdi privilegian el acto de la comunicación y ensalzan la jovialidad, el gusto de reír y de sentirse libres. En “El salvavidas” (2011), Mauricio, el personaje protagónico escribe en su bitácora con faltas de ortografía. En “La once” (2014), las amigas sentadas en la mesa hablan, comentan, se ríen, recuerdan. Lo interesante es que la realizadora no juzga, porque quiere intensamente a sus personajes y por eso los muestra, tratando de entregar a los espectadores su dignidad y complejidad, enfatizando en las maneras que tienen de expresarse con ellos y con los demás.
Curiosamente, esto es un melodrama hecho y derecho. Mientras transcurre, todo se tiñe de la melancolía y nos va recordando cuán importante son las relaciones humanas (ese abrazo al final entre Sergio y Rómulo es notable en su capacidad de síntesis), demostrando en cada segmento la soledad en que estos abuelos y abuelas se encuentran. Incluso hay un elemento metalingüístico que lo revela con toda su crudeza: mientras Sergio está hablando por teléfono, los espectadores podemos notar que una de las señoras se pone a conversar con los realizadores del filme que están en off, fuera de cuadra. La presencia de estos documentalistas en el hogar constituye para esos adultos mayores la única visita recurrente que tienen. Cuando ellos se vayan, se acabará esa conexión.
Gran filme de Maite Alberdi. Nos recuerda la soledad de las personas mayores, nos da a conocer su cotidianeidad, nos revela sus pequeños grandes dramas (esa anciana que habla con su madre, sin saber que son las enfermeras que le contestan sobrecoge), sus modos de relacionarse y nos insiste en que ellos también pueden amar, enamorarse, pelear y tratar de comprender el mundo. Lo que ha hecho Maite Alberdi es invitarnos para que los conozcamos, los amemos, los admiremos. En poco tiempo no estarán. Eso los hace un material antropológico y cinematográfico tan limpio, tan conmovedor y tan necesario.
FICHA TÉCNICA: País: Chile. Título: El agente topo. Dirección y guion: Maite Alberdi. Producción: Marcela Santibáñez. Dirección de fotografía: Pablo Valdés. Montaje: Carolina Siraqyan, Menno Boerema, Sebastián Brahm. Dirección de arte: Catalina Devia. Sonido: Boris Herrera, Juan Carlos Maldonado. Casa productora: Micromundo Producciones. Duración: 84 minutos. Disponible en Netflix.
Filmografía de Maite Alberdi:
El agente topo
(2020)
Largometraje documental
Yo no soy de aquí
(2016)
Cortometraje documental
Los niños
(2016)
Largometraje documental
La once
(2014)
Largometraje documental
El salvavidas
(2011)
Largometraje documental
Las peluqueras
(2007)
Cortometraje de ficción
Los trapecistas
(2005)
Cortometraje documental
Autor
-
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
Otros artículos del mismo autor
- OPINIÓN12 octubre, 2024LOS MONSTRUOS REGRESAN POR PARTIDA DOBLE
- OPINIÓN9 agosto, 2024AGOSTO COMO TEMA Y SÍMBOLO EN EL CINE
- OPINIÓN11 marzo, 2024OPPENHEIMER, LA BRUTAL REALIDAD ACTUAL Y ALGUNOS APUNTES ACERCA DE LA 96° CEREMONIA DEL PREMIO OSCAR
- OPINIÓN5 marzo, 2024“SIMÓN”. LA VENEZUELA AUSENTE EN UN FILME QUE SE DESVANECE