El rostro amable de la agenda del miedo
El miedo, desde tiempos inmemorables, guarda una relación íntima con la política. Recientemente, por ejemplo, las escenas del encierro pandémico y la angustia provocada por el creciente número de fallecidos e infectados, han puesto de nueva cuenta en la discusión esa simbiosis entre el temor y el ejercicio del poder.
En efecto, si bien durante los últimos años crecieron el número de enfermedades epidémicas (influenza, gripe o Zika), no ha sido hasta la irrupción del coronavirus cuando el Gobierno se vio en la necesidad de invocar al miedo como fundamento para aislar a la población en sus hogares y paralizar la economía.
Al menos en México, la política pública dirigida a la contención de la pandemia encontró en el espanto provocado por la posibilidad de una veloz saturación de los hospitales y un crecimiento exponencial en contagios y fallecimientos a causa del COVID-19, la razón y justificación para suspender actividades económicas no esenciales, cerrar escuelas y prohibir reuniones sociales, entre otras medidas prohibicionistas y preventivas.
La población, por su parte, más que atender los datos científicos o los indicadores de los semáforos epidemiológicos estatales, decidió aceptar el encierro y la pérdida de su empleo en función del nudo en la garganta que le causa el conteo de muertes que a diario reportan las autoridades de salud.
En materia de salud pública, la pandemia nos ha confirmado que no han sido las recomendaciones de los expertos; tampoco la imposición de normas o sanciones a quien, por ejemplo, no use el cubrebocas u organice un festejo de cumpleaños; ni siquiera el liderazgo del Presidente o de los mandatarios estatales, lo que nutre la estrategia de contención de los contagios. En cambio, la mayoría de los que atendemos las medidas preventivas de distanciamiento y cuidados personales, lo hacemos escuchando nuestra conciencia que nos orilla a temer: “No te distraigas tratando de interpretar al doctor López-Gatell. Ten miedo, pero no entres en pánico y haz lo conducente para salvarte”.
Al gobierno no le incomoda que la población guíe sus actos teniendo como brújula a la zozobra. Al contrario, trata de obtener provecho. La incertidumbre social sirve de “motivo y fundamento” para asignar o reasignar una enorme cantidad de recursos, casi sin control, hacia los programas que buscan (con poco éxito) mitigar los efectos de la pandemia. Por lo tanto, si el miedo facilita el ejercicio del presupuesto, pues a mantenerlo: “No hables de la utilidad del cubrebocas, mejor anuncia el número de muertos”.
La simbiosis es indiscutible: la política se nutre del miedo y el miedo abreva de la política.
La ironía de esta columna es que la aprensión colectiva es un término común que comparten la mayoría de los gobiernos al momento de formular sus políticas y programas, por lo que no debemos temer demasiado. En realidad, la “agenda del miedo” no es algo tan oscuro o maléfico como la dibujan los partidarios de las teorías de la conspiración que, amparados en la tesis del complot, vulgarizan el ejercicio de gobierno negando cualquier cimiento racional de la política.
Otras interpretaciones atribuyen al miedo un carácter práctico e instrumental del Estado en general, y del Gobierno, ya sea de izquierda o de derecha, en particular, que se asienta en el ámbito de la planeación gubernamental y la integración de la agenda pública.
Si observamos con frialdad nuestro devenir histórico y evolutivo, concluiremos que ha sido el miedo lo que nos impulsa a concebir estrategias innovadoras y eficaces para sobrevivir y mejorar nuestras condiciones de vida. Es sensato, por lo tanto, admitir que, más allá de los datos científicos, el Gobierno reconozca, evalúe y priorice los temores colectivos.
Gracias a ello, se puede citar, la estabilidad de la que gozan hoy en día la mayoría los indicadores macroeconómicos, incluyendo el valor del peso frente al dólar. Ese temor colectivo provocado por las crisis recurrentes o las devaluaciones profundas y repentinas, obligaron a tomar medidas que previnieran y evitaran los quiebres que normalmente aparecían al final de cada sexenio. Asimismo, las políticas de seguridad y protección civil, surgieron a raíz del pánico frente a la violencia, la extorsión y el secuestro, por una parte, y al pavor que causan los fenómenos naturales, tales como los terremotos y huracanes, por la otra.
Diferente, por supuesto, cuando algunos líderes, en ese afán personalista de fortalecer su poder, se dedican a fabricar demonios, y a disparar salvas entre la población, para luego presentarse, casualmente, como los libertadores del pueblo y los notables poseedores de la razón.
He buscado, en esta columna, develar el sentido de una concepción útil del miedo para entender la lógica en el funcionamiento del Gobierno. La noción que sostengo es que el temor colectivo permite explicar la naturaleza y las razones de la política.
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