¡Arte y olvido del Día de Muertos!
Hemos adquirido, en estos más de 8 meses de confinamiento, una rara afición, que es la de revisar lo más temprano el Facebook, Twitter, Instagram, el correo electrónico y otras redes sociales, sólo para darnos cuenta quiénes, lamentablemente, han fallecido. Un manejo de noticias como el marcador de un macabro partido de futbol. Cuántos van en la familia, del círculo de amigos, conocidos, personajes famosos a nivel local, nacional e internacional.
Un trago amargo de afecto extra llegó por sorpresa esta semana, grandes amigos y parientes partieron. El gran “Timo”, José Timoteo Quintana, músico, compositor, excelente intérprete, trovador, que cultivó todos los géneros y ritmos, salsero conocedor con quien tenía el placer de coincidir en que el disco de Rubén Blades titulado “Siembra”, es el mejor de todos los tiempos.
Por otro lado, Martín Guardián Abundes, mi primo, comunicador, editor de El Heraldo de León, se destacó por llevar un servicio de comunicación y denuncia hasta sus últimas consecuencias, sobre todo en el tema del medio ambiente y los derechos humanos.
En esta ocasión se ha enrarecido de forma tal la conmemoración del Día de Muertos que nos sentimos incómodos con tanta vigilancia y con tanto protocolo, de ser un festejo con los dientes pelones, se ha convertido en uno con las calacas tapadas de la cara con cubre bocas.
Así lo hacemos pues queremos mantener la sana distancia con la muerte y los sepulcros, pues ahora ya la vemos más de cerca.
La conmemoración de muertos en mis tiempos infantiles era llena de colorido, de altares, de paseo al panteón, tumultos en la estrecha puerta del panteón viejo; te apachurraban casi hasta la asfixia, si te soltabas de la mano de tus padres, el mar de gente te llevaba hasta otro sitio, y en donde entre sollozos y pujidos esperabas a que te identificaran; cuando al fin llegaban por mí, el regaño en tumulto no se hacía esperar.
Pero cuando de plano no encontraban a uno, la familia iba a buscarlo a las cantinas, a la cárcel del pueblo y hasta a los hospitales, y si no lo encontraban, habían de esperar uno o dos días a que el perdido regresara por su propio pie (que casi siempre lo hacía, ya que no había secuestros en aquella época, de ahí el dicho aquel de “no andaba muerto, andaba de parranda”).
Ahora esa festividad se ha traslado hasta el interior de la casa: mi esposa tiene siempre la gracia de adornar para reverenciar la festividad de muertos. Llama a los nietos, les asigna tareas sobre el arreglo, pintar tal elemento, picar papel, el eterno “¡tú Fulanito tráeme, tal cosa!” y el nieto sale corriendo con la alegría de saberse parte del ritual.
Me da gusto que recuerden a los viejos y no tan viejos, en su condición de familiares muertos, pues identifican momentos y personajes a la vez muy queridos. Uno renueva los afectos, y quizás los defectos de quienes murieron. Ver fotos de ellos, los que ya no tienen alma pegada al cuerpo, da una sensación de gozo inenarrable.
Comienza el frío, las cobijas se sienten heladas, las manos entumidas, así aborda esta temporada de otoño- invierno.
Nuestras obsesiones se vuelven evidentes.
Emprendió ya desde ayer una etapa de recogimiento cotidiano y fraternal, pues las cosas para que sigan deben tener un lugar, como dice el adagio: cada cosa en su lugar, “un lugar para cada cosa”.
Andrés Henestrosa dice: “¡No me llores, no, porque si lloras yo peno, en cambio si tú me cantas, yo siempre vivo, y muero”.
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