Gilberto Rincón Gallardo es una figura icónica, sí de la izquierda mexicana en esa lucha que finalmente les ha llevado a ocupar la Presidencia de la República, pero aún más destacadamente en esa cruzada por reconocer los derechos y fomentar la inclusión de las personas con discapacidad.
Su historia en la política se remonta a más de cincuenta años, cuando estar en la oposición obligaba a vivir en la clandestinidad, pues hacerse notar podía costar la libertad –como le pasó a él que estuvo preso en Lecumberri– o la vida, como ocurrió con muchos.
Rincón Gallardo fue en los setentas uno de los personajes de la izquierda que inició las negociaciones con el poder para tratar de construir un sistema democrático, las que se rompieron por las trampas de Luis Echeverría, en un régimen en el que otros jóvenes, como Andrés Manuel López Obrador, prefirieron iniciarse en la política del lado cómodo, el institucional.
A finales de los ochenta contribuyó a encauzar a la enardecida oposición a la construcción de acuerdos, logrando que el ala que apostaba por el dialogo pesara más que la pendenciera. Acaso habrá sido ahí cuando se empezó a definir la ruta que hoy tiene a MORENA en el poder.
En 2001, Gilberto Rincón Gallardo representó a México en la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y la Intolerancia, celebrada en Durban, Sudáfrica, y ahí presentó la propuesta para integrar la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, que la Organización de las Naciones Unidas hizo suya y materializó en diciembre de 2006.
Esa iniciativa dio pie a una reforma que incorporó en México al texto constitucional los derechos de las personas con discapacidad, a lo que siguió la creación del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, del cual fue su primer Presidente.
Una vida y una lucha que podemos esbozar en unos cuantos párrafos, seguramente insuficientes para dimensionar lo que significaron y lo que hoy representan. Un legado que hay que reivindicar hoy cuando con una declaración ligera e irresponsable el propio Presidente López Obrador pretende minimizarlo y restarle importancia.
Al hablar del CONAPRED, López Obrador dijo que es del tipo de organismos que se crearon para simular, y que si él no sabía de su existencia –aunque le han demostrado que sí sabía– entonces no es esencial, y ya enderezó las baterías para promover su desaparición.
Algunas voces desde la izquierda –desde la pensante– ubican el embate de López Obrador contra el legado de Rincón Gallardo en un estado de ánimo de ofuscación por el escándalo que esta semana ha habido en redes sociales a partir de la cancelación de un foro organizado por el CONAPRED, en el que un youtuber y actor hablaría sobre racismo.
Para contextualizarlo, recordemos que la esposa del Presidente, Beatriz Gutiérrez Müller cuestionó en redes sociales que se invitara a «Chumel» Torres a ese foro, cuando se ha referido en términos discriminatorios contra su hijo. Tras el enojo de la esposa de López Obrador, CONAPRED opto por cancelar el evento.
El tema ha sido tendencia por varios días en redes sociales, y el yotuber ha optado por pedir disculpas a Gutiérrez Múller y a su hijo, pero el Presidente ya puso en la mira al CONAPRED y es capaz de desaparecerlo.
Todo este asunto debe servirnos no únicamente para confirmar que tenemos en la Presidencia a un hombre visceral, que gobierna con la emoción y no con la razón, lo cual es grave y muy riesgoso, sino para una reflexión que nos lleve a que el desenlace no sea o el olvido, o la desaparición de un organismo, sino elementos para construir otro tipo de relación en la sociedad.
Sí, las redes son hoy una jungla sin reglas en donde lo único cierto es que los recursos con los que se construye influencia son la sorna, el sarcasmo, la diatriba, el insulto y la calumnia.
Bajo esa lógica, nadie en las redes ve problema en dirigir las burlas hacia un chiquillo que de no ser hijo de quien es podría permanecer en el anonimato y llevar su vida y sus gustos como cualquier otro de su edad.
Se ensañan con el muchacho, la mamá reacciona, el papá tiene que entrarle, y se van contra el que pueden.
El asunto es tema nacional por la familia de la que se trata, y porque las repercusiones pueden llevar hasta a la desaparición de un organismo público.
Hay que estar atentos al ánimo social y a que estas historias no se repliquen en la comunidad, pues cuando se pierden los límites se pueden desencadenar reacciones que de un mal chiste llevan a una tragedia.
Nos decían en el pasado que las únicas limitantes a la libertad de expresión tendrían que ser el respeto a la vida privada y a la dignidad de las personas, recuperemos al menos eso, sobre todo en esta época de crispación social por las circunstancias que está viviendo el país.
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