SERIES DE CULTO

  House of Cards 

House of Cards, estrenada en 2013, constituye un caso emblemático del streaming, no solo por su trama que une el sexo, la política, el crimen y la corrupción en Estados Unidos, sino porque esta creación de Beau Willimon y basada en la novela homónima de Michael Dobbs, es uno de los dramas más populares y comentados producidos por Netflix, y junto con su despiadado retrato del mundo de la alta política, su actor principal, Kevin Spacey, columna vertebral de la serie fue removido de la serie luego de una polémica denuncia de acoso sexual.

 

Con seis temporadas, donde la última fue absolutamente innecesaria y un tour de force para todo el equipo, considerando que debió ser protagonizada por la actriz Robin Wright, tras la salida de Kevin Spacey, perdiendo de este modo su foco y gran parte de su cuota de perfidia y elegancia, House of Cards es, a no dudarlo, un hito en materia de series que tienen como centro el poder, la codicia, la manipulación feroz de personas y sentimientos, en que nadie es realmente limpio en un perverso juego político que tiene como escenario central nada menos que la Casa Blanca.

La historia tiene como protagónicos al frío y calculador matrimonio formado por el congresista demócrata Francis Underwood (Spacey) y su esposa Claire (Robin Wright), que tienen una meta clara: ambicionan convertirse a toda costa en el Presidente y Primera Dama de los Estados Unidos y, desde la primera escena, en que el protagonista se encuentra con un perro agonizando al que aniquila de un solo disparo (“a veces es preferible un dolor único para acabar con el dolor mayor”), quedan claras las coordenadas que rigen este melodrama elegante, bien filmado y con giros inesperados en cada uno de los capítulos de sus seis temporadas.

Teniendo esa meta en su mente, el matrimonio Underwood van hilando un plan siniestro, donde caben desde las más increíbles traiciones, extorsiones, manipulaciones y embustes que uno puede suponer en estos personajes que visten impecable y que tienen perfectamente estudiado cada uno de sus gestos y palabras.

Es verdad que hay dos puntos objetables en la trama de esta serie: uno, su nivel de complejidad en las subtramas que son múltiples, haciendo que muchos espectadores se pierdan en un bosque de personajes demasiado frondoso y dos, que en muchas ocasiones se nota demasiado cómo se estira el rollo hasta límites increíbles, solo para provocar el morbo y lograr que los acontecimientos vayan avanzando hacia la meta del perverso matrimonio.

No obstante, si el espectador cae seducido en la primera temporada, es poco probable que no quiera llegar hasta el final que, aunque retorcido a más no poder, cumple con todos los ingredientes que le gustan al respetable.

TODOS TIENEN ALGO QUE OCULTAR

Es verdad que esta serie cambió la historia del espectáculo internacional y puso en el centro de la atención a Netflix, que antes de esta serie solo se dedicaba a la distribución de contenidos en línea y, por muchos críticos de la época, era menospreciada como plataforma y minimizada en su influencia, en especial porque únicamente tenía títulos de Televisa, telenovelas viejas y un montón de programas desechables.

Pero tras el exitazo de House of Cards Netflix se convirtió en una casa productora de sus propios contenidos, elevó su rango y obligó a que todas las miradas la tuvieran en consideración, especialmente cuando llenó su cartelera con grandes filmes y series exclusivas, dándose el lujo de competir contra los grandes, llegando incluso a introducirse en la parrilla de seleccionados de la propia Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas y obtener con sus producciones nada menos que el Óscar, haciendo que la historia se escribiera de nuevo y a su favor.

En lo particular, House of Cards tiene el mérito de haberse impuesto como una nueva manera de mirar el tema político, considerando la gran cantidad de películas y series de este corte, porque su estilo, su desarrollo y sus capítulos significaron un remezón en la sociedad estadounidense, porque por primera vez se mostraban personajes y situaciones que provocaron adhesión, rechazo y sobre todo mucho debate, dando origen a polémicas, pasiones, adicciones y sobre todo dos bandos: los que eran adictos a esa serie y los que la odiaron desde el inicio, considerándolo solo un melodrama más de corte escandaloso acerca del mundo político.

No es arriesgado decir que existe un antes y un después a partir de House of Cards y su influencia en América Latina desde entonces ha sido inmensa, con una enorme lista de series, miniseries y telenovelas que quisieron imitar la fórmula, sin lograrlo.

Pero del mismo modo como se elevó como la serie definitiva en estas materias, es cierto que House of Cards comenzó a perder fuerza a partir de la segunda temporada y se empezó a convertir en un producto rebuscado, incluso aburrido en muchos de sus pasajes, con personajes nuevos que poco o nada aportaban al tema central: el despiadado itinerario del matrimonio Underwood hacia la Casa Blanca, dejando en su camino tantos muertos como heridos.

Su pérdida de identidad comenzó a hacerse efectiva cuando muchos abandonaron la serie porque se había transformado en un programa lento, sin gracia. Y todo esto se debía al hecho indesmentible e irónico que sus creadores jamás previeron del éxito en que devino, la cantidad de años que iban a durar en el mercado y, por supuesto, no lograron dar una estructura como correspondía, (algo que por lo demás, nunca sucedió con los diez años que duró Friends que, con tiempo y astucia, supieron mantenerla siempre en el interés de la audiencia).

Hay una anécdota que revela lo sucedido. Los productores de House of Cards, ignorantes del impacto que produciría la serie, tuvieron la pésima idea de vender las dos primeras temporadas (las mejores y más potentes) al cable y al sistema por antena directas al hogar, lo que significa en pocas palabras que, en rigor estricto, no son dueños absolutos de los derechos de esta obra que, incluso, se pueden adquirir hasta por DVD.

Pero lo que terminó por hundir este maravilloso proyecto fue el escándalo que protagonizó Kevin Spacey, lo que obligó a Netflix a despedirlo rápidamente y a reescribir a la rápida una temporada que terminó siendo la sexta, final y la más mala de todas, que apenas era digna de ser exhibida en un contexto demasiado turbulento en la época.

Alguien, de manera acertada, dijo en ese instante que House of Cards sin Kevin Spacey era como tratar de imaginar a Friends sin el café Central Perk o The Walking Dead sin zombis.

Queda claro que, solo para cumplir con los acuerdos legales establecidos, Netflix debió producir la sexta temporada, que carece de toda sutileza, de todo misterio y solo sobrevive gracias a la actuación de Robin Wright que, afectada también, se transformó de una manipuladora sensual y elegante en una enloquecida e histérica Primera Dama que puede llegar a ser la primera presidenta de uno de los países más poderosos del planeta. Esto explica que la sexta temporada tenga esos ocho extraños y enervantes capítulos, debiendo haberse condensado solamente en una película especial de cierre de dos horas para minimizar el impacto.

Después de ser la serie número uno en el mundo del streaming, de ser el centro de conversaciones y acalorados debates, House of Cards terminó siendo un producto aburrido, lleno de lugares comunes, de soluciones dramáticas casi de telenovela de bajo presupuesto, en donde no pasa nada realmente interesante hasta que llega el capítulo cinco.

De todos modos, esta serie indispensable se convirtió en un objeto de culto para sus fanáticos, marcando el final de una era, una clara demostración de los nuevos tiempos de Netflix y una clara señal para cualquier otra compañía que aspire a la producción de contenidos originales, en un escenario donde todo es demasiado caro y lleno de complicaciones, donde en verdad lo realmente nuevo, novedoso, original y de textura poderosa se confunde.

House of Cards, en sus 73 capítulos, describe -a pesar de todos los altibajos- el origen, desarrollo, estancamiento y decadencia de un producto que muchos idealizaron pero que indudablemente es y seguirá siendo una referencia obligada, sobre todo cuando se estudie qué hubo en materia de drama político en el streaming de la segunda década del siglo XXI. Lo que no es poco.