LA CARRETA DE LÓPEZ OBRADOR

En uno de sus más recientes cartones, Paco Calderón sintetiza magistralmente la calidad ética de un gobierno que presume ser ejemplo de honradez y castidad republicana.

Se trata de una carreta desvencijada conducida por López Obrador y cuyos cargamento está formado por Manuel Bartlett tomando champagne y por su hijo, el de los ventiladores, con un helado en la mano.

La caricatura invita a pensar que esa carreta es el gobierno, manejada por un tirano que golpea un burro para obligarlo a ir más rápido cuando el peso del equipaje no se lo permite.

Y el equipaje, en este caso, no sólo estaría compuesto por Manuel Bartlett, sino por muchos otros polémicos personajes de dudosa probidad y calidad profesional que fueron elegidos por el dedo de Dios para formar parte de la 4T, pese a que cuentan con largos y nutridos expedientes penales.

Lo que ocurrió en la “mañanera” donde el presidente truena contra el periódico Reforma por haber publicado que León Bartlett, hijo del director de la CFE, vendió  al IMSS 20 ventiladores respiratorios a un precio dos o tres veces superior al del mercado, no debe extrañarnos.

López Obrador sólo se junta e identifica, –como todos–, con sus iguales. ¿Y quiénes son sus iguales? Los Bartlett, los Napoleón Gómez Urrutia, los Bejarano, los Gustavo Ponce, los José Luis Abarca y todos los que estén dispuestos a persignarse con la mano izquierda y robar con la derecha.

En Palacio Nacional fue colocada la pila bautismal del Mesías. En esa fuente de la purificación han purgados sus pecados y recibido la bendición lo mismo estafadores que lavadores de dinero o narcotraficantes.

¿Acaso no ha pasado por esas aguas el Chapo Guzmán y su familia? ¿Acaso no se benefician de sus efectos milagrosos los Mayo Zambada y muchos de los cárteles a quienes hoy se permite repartir despensas a la población más pobre para ganar las elecciones del próximo año a nombre de Morena?

Manuel Bartlett Díaz es un típico caso de conversión moral. De acuerdo a la “ley de Dios” antes era un bandolero y hoy un hombre honrado y decente.

En los años 70, el activista López Obrador acusó a Bartlett de ser un fiel representante del “imperio de la corrupción”, de hacer negocios al amparo de los gobernadores de Tabasco, de ser el junior de un mandatario obligado a dimitir, pero hoy, por uno de sus milagros que logran las complicidades y asociaciones políticas, es un dechado de virtudes morales.

No importa que no haya declarado una fortuna que se estima 16 veces mayor a lo que reportó, no interesa que haya sido uno de los políticos que más honor hizo al autoritarismo y fraudes electorales del PRI, y que más esqueleto tenga en el closet. Basta con haber conseguido –¿a cambio de qué?– el perdón divino para ser beatificado.

Pero, en la carreta presidencial hay de funcionarios a funcionarios. El subsecretario Hugo López Gatell es hoy el más querido de los monaguillos. Todo aquel que se atreva a contradecir su “teoría del aplanamiento” sobre el Covid-19, es condenado a la hoguera. Es la palabra del delfín, del querubín, contra la ciencia y la técnica, “¿verdad que sí, Hugo?”

Ni siquiera en los tiempos más declinantes del PRI, se vio a un presidente salir  a desgarrarse las vestiduras hasta mostrar los más íntimo de sus carnes para defender a sus funcionarios más íntimos acusados de mentir o de incurrir en tráfico de influencias.

“El no te preocupes Rosario”, de Peña Nieto y  “es el orgullo de mi nepotismo” de José López Portillo ya fue superado por el “¡no estás solo, no estás solo¡” Que grito AMLO desde el púlpito presidencial en defensa de su favorito.

Es la moral líquida y alcahueta que hoy rige la vida de Palacio Nacional y que muta permanentemente y a conveniencia bajo el lema: “es de sabios cambiar de opinión”.

La carreta presidencial está llena de facinerosos, de ricos y ricas disfrazados con huaraches y huipil, para ir a tono con lo que dice ser la 4T; de mujeres que otrora fueron defensoras de los derechos de la mujer y hoy se ponen burka y cinturón de castidad porque al presidente le enojan los movimientos feministas; de charlatanes con credencial de periodistas, de ultraconservadores con apariencia de liberales.

En fin, es la carreta presidencial donde el burro, es el único que no participa en una comedia de farsantes.