HISTORIAS DE SALTILLO A TRAVÉS DE SUS PERSONAJES, SUS ANÉCDOTAS Y SUS LUGARES

 JUAN JOSÉ CASAS GARCÍA

Epidemias en Coahuila

 Las epidemias, desgraciadamente, no sólo atacan a la salud colectiva, sino que deterioran todos los aspectos de la vida del ser humano y resquebrajan sus estructuras sociales, económicas y políticas. Recapitulemos. Se ha dicho que la derrota de los mexicas y demás grupos sociales de Mesoamérica fue producto de la guerra contra los españoles. En parte es cierto, sin embargo, la mejor arma de los europeos fueron las enfermedades. El choque bacteriológico diezmó a la población y debilitó las fuerzas de todos los habitantes de América.

Cuando los europeos viajaron al norte siguiendo su necesidad de expansión, trajeron consigo las diversas enfermedades que habían esparcido en el sur y, por consiguiente, las epidemias. Coahuila registra varios brotes de epidemias a lo largo de su historia, desde la época colonial hasta inicios del siglo XIX en el México independiente.

El padre Juan Agustín, jesuita, señala que la entrada de su orden a la región trajo consigo varios estragos de enfermedades. A su vez, comenta que a finales del siglo XVI se registraron varias epidemias de viruela y cocoliztle a lo largo del río Nazas (la frase “te va a llevar el coco” ¿vendría de esta época? No suena descabellado. Años más tarde, al repuntar el siglo XVII, entre los años 1600 y 1602, el mismo misionero redactó una carta que figuraría para las informaciones anuales que los misioneros jesuitas daban a sus superiores en la Ciudad de México y de ahí hacia Roma, las cartas anuas. En ella, el padre Juan Agustín señaló que brotó una epidemia dentro de una misión cerca de Parras. Los indios, más de 1500, huyeron de la misión para adentrarse en su hogar, el desierto y la sierra y así escapar de la epidemia. No pudieron viajar tan lejos pues la enfermedad ya los había debilitado. El padre encontró muchos cuerpos y algunos otros moribundos cuando fue tras ellos acompañado de soldados. Ahora bien, es notable observar cómo un jesuita instruido otorgó el castigo de la epidemia al diablo. No obstante, páginas más adelante, Agustín menciona que dicha enfermedad fue un castigo divino de Dios por haber abandonado la misión. Según el misionero, era él quien “los castigaba con aquella peste de que estaban heridos y morían tantos”. Es decir, los estragos de la epidemia son producto de los poderes del bien y del mal y no por la presencia de los europeos. Por su puesto, utilizando el imaginario religioso, el misionero escribe que los indios iban sanando cuando bajaban de la sierra y se acercaban a la misión y se ahorcaron a los supuestos líderes que incitaron a los indios a escapar.

De 1622 a 1624 se registraron otras epidemias de viruela y pulmonía en la misión de Santa María de las Parras. Más adelante, en 1682 ocurrió otra gran epidemia que acabó con casi todos los indios chichimecas de la misión, quedarían sólo 8 famílias. Por otro lado, los indios tlaxcaltecas, nahuas que provenían del centro de la Nueva España, no sufrieron tantos estragos. Podría decirse que se debió a que, muy probablemente, ya habían desarrollado anticuerpos suficientes para combatir la enfermedad, ya que su pueblo había tenido contacto con los europeos por más de cien años, es decir, ya conocían las enfermedades, no así los chichimecas del norte.

En lo que respecta a Saltillo, el primer libro de entierros de la parroquia del pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, menciona que para el año de 1662 y 1663, una epidemia de viruela acabó con la vida de 43 personas, la mayor parte de ellos eran niños menores de 12 años. Sin embargo, los daños más cruentos que se registran para la ciudad de Saltillo ocurrieron en el año de 1833, el año del cólera grande.

Precisemos algunos datos históricos. Después de lograda la independencia de México, la región norteña se dividió políticamente de maneras muy singulares. Se propuso un gran estado norteño, al este, aunque ni Nuevo León ni Tamaulipas se unieron. Es así como se edificó la nueva entidad política de Coahuila y Texas en 1824 (por cierto, la bandera de este estado poseía dos estrellas representando la unión de las dos entidades, al separarse Texas de Coahuila, se convertiría en el estado de la estrella solitaria). El espíritu independentista de la época cambiaría de nombre a las ciudades: Saltillo se llamó Leona Vicario y el pueblo de San Esteban cambió a Villalongín, representando a dos héroes de la independencia, la calle Real se llamaría calle Hidalgo y la Plaza de Armas pasaría a ser la Plaza de la Independencia.

El médico e historiador Gilberto Sánchez se ha dedicado a estudiar diversos temas sobre enfermedades en Saltillo. Según Sánchez, el recién electo gobernador Francisco Vidaurri Villaseñor entregó un informe al Congreso del Estado Libre de Coahuila y Texas en enero de 1834, en él se vislumbran los daños del cólera que asoló, no sólo la ciudad, sino la región entera el año anterior de 1833. En la ciudad de Leona Vicario había 25 mil 417 personas y en el pueblo de Villalongín 3 mil 526. De acuerdo con el testimonio de Vidaurri Villaseñor, el cólera ocasionó 5 mil 227 muertes en el estado, de las cuales 657 correspondían a Leona Vicario y 503 a Villalongín, es decir, se trató de una baja poblacional del 2.58% para la primera y 14.26% para el segundo. El núcleo social más devastado fueron los jóvenes. Sin duda, el pueblo de tlaxcaltecas sufrió el mayor daño. Sánchez apunta que el cólera fue una de las causas por las que se anexó el pueblo de tlaxcaltecas a la ciudad de Saltillo al año siguiente, además claro de las políticas del siglo XIX. Al terminar el régimen colonial y consumirse la independencia, el pueblo de San Esteban perdería sus privilegios y se vería cada vez más debilitado su cabildo. Es de esta manera que las medidas de higiene no eran tan fuertes como sí lo fueron en Leona Vicario, provocando así una mayor mortandad en el pueblo. La unión de los espacios geográficos no fue la única de las consecuencias del cólera, además de las bajas humanas, también hizo ver a las autoridades que se necesitaban más cementerios, no sólo los campos santos de las iglesias donde normalmente se enterraba a los muertos. Era necesario, pues, el control de las legislaciones sobre la muerte (existe un estudio sobre el tema de la decristianización de la muerte en el siglo XIX y las luchas por controlarla entre la Iglesia y el Estado en Saltillo realizado por Alma Valdés).

La epidemia del cólera también creó la necesidad de limpiar la ciudad, proteger las acequias, las fuentes y las pilas de agua que compartían los habitantes, se mejoró igualmente el manejo de la basura y la limpieza de urinales y letrinas, es decir, se modificó la vida cotidiana de Saltillo.

En fin, las epidemias no son un juego que debe tomarse a la ligera, además de causar pérdidas humanas, producen una serie de crisis catastróficas que desestabilizan a la sociedad. En estas crisis que seguramente recordaremos, no salga de casa, no esparza la enfermedad, bien lo dijo el premio Nobel de literatura Albert Camus en su libro La peste “la estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo” y recuerde también las palabras de otro premio Nobel, Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera “el amor se hace más grande y noble en la calamidad”.

 

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El Heraldo de Saltillo
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