Dejemos de ‘jugar a lo perdido’
Sé que no es el mejor momento para hablar de economía. Primero está la salud y el bienestar de las personas. Pero mientras la contingencia del COVID-19 pasa, los gobiernos deberían de hacer una planeación responsable y proactiva frente a la inminente caída del PIB, con un propósito muy concreto: evitar el cierre definitivo de empresas y la pérdida de empleos.
Lamentablemente, si los efectos económicos y sociales de la crisis se menosprecian, posponiendo o evitando las medidas necesarias para controlarlos de forma rápida y sostenida, se repetirán los mismos errores en los que algunos líderes incurrieron al desestimar la amenaza del virus, lo que provocó que reaccionaran demasiado tarde, cuando la contingencia ya ha cobrado un número considerable de vidas humanas y amenaza con salirse de control.
Quienes, como Donald Trump, despreciaron a las voces que alertaban sobre la grave amenaza del COVID-19, acusándolos, incluso, de ser enemigos que intentaban golpear políticamente para dañar la economía, así como aquellos otros líderes que, junto al presidente de los EE.UU., argumentaban, a principios del mes de febrero, que el costo de frenar la economía a través del distanciamiento social era demasiado alto, hoy, al paso del tiempo, tienen que reconocer su equivocación, porque al final del día, ni contuvieron la propagación del virus ni tampoco soportaron la presión para el cierre de la mayoría de las actividades productivas.
Esos líderes ‘machos’ que menospreciaron el peligro, negándose a poner en práctica el distanciamiento social riguroso desde los primeros brotes de la pandemia, lo que, necesariamente, implicaba poner en hibernación a la economía, ahora usan un lenguaje muy diferente, advierten sobre la peligrosidad del virus y sobre el declive económico que se avecina.
Si ya pusieron en riesgo la salud, no puede suceder lo mismo con los empleos.
No se trata de acusar a nadie. Ni la crisis de salud ni la económica tienen culpables. Pero las consecuencias que son predecibles y atendibles, sí que podrían tener responsables, con nombre y apellido.
Recuerdo a mediados de 2008 cuando ya era evidente la crisis financiera iniciada en los EE.UU., y cuando la mayoría de los analistas alertaban a los líderes mundiales sobre la crisis económica que le seguiría, Agustín Carstens, entonces secretario de Hacienda, minimizó los riesgos para la economía mexicana, sustentando sus dichos, como suelen hacerlo los llamados tecnócratas, en los “buenos fundamentos y la estabilidad de las variables macroeconómicas” de la que gozaba el país en aquellos momentos.
Esa altivez impidió al hoy Gerente del Banco de Pagos Internacionales, recomendar al presidente Felipe Calderón la inmediata implementación de acciones para amortiguar los efectos negativos en la empresa y en los empleos y, por supuesto, en el bienestar de las personas.
En 2008, el gobierno federal se “guardó los cambios”. Implementó algunas acciones hasta el 2009 con el Acuerdo a Favor de la Economía Familiar y el Empleo; demasiado tarde, porque no se logró contener la pérdida de más de 1 millón de empleos y una caída del PIB en más del 6%. Como era de esperarse, la crisis no terminó aquí, le siguieron algunas de sus consecuencias: el salario real se desplomó, la pobreza creció y la desigualdad se acentuó.
Si en la actualidad, los líderes terminaron por reconocer la gravedad de la pandemia y de sus implicaciones, entonces el problema del desempleo y sus consecuencias debe ser la parte más importante de sus próximas respuestas.
La mayoría de las economías desarrolladas ya han anunciado la implementación de programas y la asignación de recursos para la protección de la planta laboral, lo que, obligatoriamente, pasa por apoyar a los centros de empleo, es decir, a las empresas.
Estamos de acuerdo que en momentos de crisis, se debe apoyar a la población en pobreza y en situación de vulnerabilidad. Desafortunadamente, si los líderes continúan cegados por vendas ideológicas o confundidos por diagnósticos tendenciosos, sucederá que, con los apoyos sociales no lograrán acabar con la pobreza sino hasta después de una década.
En cambio, si, a causa de su inacción, permiten el cierre de empresas generadoras de empleos, seguro que, en el corto plazo, provocarán mayor pobreza y desigualdad, tal y como sucedió en el 2009.
Si ya saben lo que va a suceder, ¿porqué los lideres de algunos países siguen jugando a lo perdido?
Curva peligrosa, manos al volante.
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