No fue este miércoles un día de visita regular en el Centro de Reinserción Social Femenil de Saltillo (Cereso), sin embargo, las puertas de este lugar se abrieron para recibir a una decena de personas, que no eran familiares ni amigos de las internas. Entonces, ¿A qué acudieron?
Tras la insistencia y orden de una oficial de policía que recibió al colectivo, se abrió un silencio expectante. Sorprendidos, los presentes fueron alineados en una fila, con las manos colocadas detrás de la espalda, antes de continuar su camino; se encontraban justo en medio de la recepción del Cereso y el área de las celdas. El tiempo seguía su curso y el mismo silencio que parecía permanente fue interrumpido por la misma oficial: ¡Síganme!
Sin celular o identificación, los asistentes cruzaron el umbral de su realidad cotidiana hacia un mundo desconocido para ellos, el de las internas. Unos cuantos pasos adelante, apareció una capilla que, con seguridad, ha escuchado rezos pidiendo libertad y que se había transformado en un espacio oscuro, lúgubre. Así la historia de «La Casa de Bernarda Alba», de la autoría de Federico García Lorca, una vez más comenzaba a cobrar vida.
Una misteriosa música de piano se escuchó, al tiempo que mujeres inmóviles de rostros pálidos y negros vestidos, que permanecían sentadas dando la espalda a los espectadores, eran acompañadas por Adela, la menor de este grupo de féminas, quien usaba un vestido color verde. Al otro extremo del espacio estaba Angustias, primogénita del primer matrimonio de Bernarda, usando un vestido de novia, llorando lágrimas de sangre, quería casarse con un apuesto joven, pero su madre no lo consentía. La anciana se encontraba en un luto perpetuo por el deceso de su segundo esposo, luto que también consumía a las féminas que la rodeaban, ya que la matriarca no toleraba que hicieran otra cosa salvo «acompañarla en su dolor».
Cantos con voces agudas inundaron el lugar. De pronto, Adela fue rodeada por el clan de mujeres para perderse en el negro de sus atuendos. Al aparecer nuevamente de entre esa ola humana, una voz anunció su muerte. Los cantos se volvieron llanto. «Hay que mirar la muerte de frente», dijo Bernarda, callando los sollozos y lágrimas, para que casi al instante un hombre vestido de blanco, el mismo con el que Angustias quería contraer nupcias, tomara en brazos a la joven para perderse tras una cortina.
Con rosas rojas en la mano, las mujeres formaron una fila, descubrieron sus rostros que se mantenían tras velos de encaje y fue ahí que la ficción terminó. No eran actrices, sino internas del Cereso que, gracias a la dirección de Medardo Treviño, coordinador de Teatro del Instituto Municipal de Cultura de Saltillo, habían incursionado en la actuación, tras arduos ensayos como parte del club de teatro que el también dramaturgo presidía en el Centro de Reinserción.
La atmósfera de la trama atrapó al público, entonces los señalamientos por sus faltas se convirtieron en largos aplausos para cada una de ellas, mismos que agradecieron con reverencias, al tiempo que lágrimas sinceras brotaban de los ojos de algunas de ellas para, luego despedirse, con la promesa de volver a «La Casa de Bernarda Alba», con una función cada mes. (OMAR SOTO)
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