Desde que era niño, a Jesús Romero le gustaba acompañar a su madre todos los domingos a la parroquia de San Agustín de las Cuevas; una pequeña iglesia del siglo XVI, ubicada en la delegación Tlalpan, al sur de la Ciudad de México.
A diferencia de sus amigos, que estaban más interesados en jugar al futbol en la plaza que hay frente a la parroquia de estilo colonial, a Jesús le llamaba la atención la liturgia de la misa y todas esas imágenes que colgaban de paredes con representaciones de santos, vírgenes y arcángeles.
Así que cuando el cura Carlos López Valdés comentó a los feligreses tras el término de una misa que necesitaba niños que lo ayudaran a servir en el altar, Jesús no lo dudó: le dijo a su madre que quería ser monaguillo.
Ir delante de la procesión con el incensario era algo que me hacía sentir muy especial. Y además, mi madre era la mujer más feliz del mundo, porque yo estaba ayudando a un hombre de Dios –cuenta Jesús en entrevista con Animal Político.
Muy poco después de empezar como monaguillo, el cura Carlos López inicia una relación de amistad con sus padres, y les pide que lo dejen ir con él a una casa de campo que tiene en Cuernavaca.
Allí, aunque el menor no es plenamente consciente en un inicio, se produce el primer abuso sexual: el sacerdote lo convence con artimañas para que duerma en su cama y sobre las tres de la madrugada comienza a tocarle los genitales.
-Me quedé paralizado, sin poder procesar lo que estaba pasando. Así que el único escape que tomé fue pensar que él estaba dormido y que todo había sido un error.
Aquella noche de 1994, Jesús tenía 10 años. El cura, casi los 50.
El coctel perfecto para que te quedes callado
Tras el primer abuso, el niño observa que el sacerdote actúa de manera normal y se convence aún más de que Carlos, un hombre que cuenta con el respeto de toda la comunidad católica, es alguien en quien puede confiar.
Y tanto era así que, con 11 años, Jesús le confía al cura que quiere estudiar latín y seguir sus pasos hacia el sacerdocio.
Entusiasmado con la vocación del niño, Carlos López habla entonces con la madre de Jesús. Le dice que a partir de ese instante él sería su “guía espiritual”, y le pide llevárselo a vivir a la iglesia; algo a lo que la madre acepta, puesto que es una devota católica.
Jesús comienza a vivir en la parroquia del padre Carlos feliz por iniciarse en el camino de la fe. Pero pronto se percata de que lo que pasó aquella madrugada en una casa de campo en Cuernavaca, no había sido producto de un error, ni de su imaginación.
-Desde que entré a la iglesia, los abusos se dieron muy rápido. Primero empezó de nuevo con los tocamientos, y luego fue subiendo de tono hasta que ya se produjeron las violaciones con penetración.
Jesús no salió de esa iglesia hasta cumplir los 20 años. Casi una década en la que se vio inmerso en una espiral destructiva de adicciones a las drogas y el alcohol para soportar la culpa que el sacerdote le fue inculcando a lo largo de años de manipulación emocional.
-El abuso sexual suele venir de personas con autoridad, pero en el tema de la cuestión religiosa la cosa se complica aún más, porque un sacerdote tiene autoridad y además es alguien al que la comunidad católica respeta porque es un hombre de Dios, como creía mi madre.
-Y si a esto le sumas que el dogma que te enseña la iglesia es a obedecer y a sacrificarte en silencio, pues es el coctel perfecto para que te quedes callado, o para que te lleve la mitad de tu vida para poder procesarlo, hablarlo y denunciarlo –explica Jesús.
En 2007, ya fuera de la iglesia y tras asistir a terapias psicológicas para superar el sentimiento de culpa y las adicciones, y luego de conocer a exlegionarios de Cristo que alzaron la voz contra los abusos de otros sacerdotes, Jesús Romero decidió “dejar de ser cómplice de las atrocidades” del cura Carlos López, e interpuso una denuncia.
Con su decisión, Jesús dejaba atrás un calvario de diez años de abusos sexuales.
Pero este no es el final de la historia: llevar su caso ante la Procuraduría capitalina, y enfrentar a los jerarcas de la Iglesia católica mexicana, era el inicio de otro calvario.
¿Complicidad y protección?
Jesús Romero interpuso una denuncia formal en 2007 en contra del padre Carlos López Valdés. Sin embargo, no fue hasta el 26 de agosto de 2016 cuando agentes judiciales lo detuvieron en Jiutepec, Morelos.
En ese lapso de casi 10 años, Jesús y su familia denuncian que la Iglesia protegió al sacerdote mandándolo hasta en tres ocasiones a ‘Casa Damasco’, que es un sitio donde se enviaba a sacerdotes relacionados con temas de homosexualidad y alcoholismo, bajo la excusa de que ahí le prestarían “apoyo terapéutico”.
David Peña, abogado del Grupo de Acción por los Derechos Humanos y la Justicia Social, que lleva el caso de Jesús, señala que hay constancias de que los obispos de Culiacán y Colima, Jonás Guerrero y Marcelino Hernández, tuvieron conocimiento de las conductas delictivas del sacerdote Carlos López, puesto que ya lo habían confrontado sobre casos de abuso previos a la denuncia penal de Jesús Romero, pero no hicieron nada para denunciarlo ante las autoridades ministeriales.
“De 2007 a 2014, incluso este sacerdote siguió oficiando aun cuando tenía encima este proceso canónico y de que le habían suspendido sus derechos por una decisión papal”, dice el abogado Peña, quien añade que Jesús y su familia tuvieron que “enfrentar la red de protección y complicidades que se tejieron al interior de la Iglesia católica para evitar que Carlos López fuese acusado, detenido y sentenciado”.
Luis Ángel Salas, otro de los abogados del Grupo de Acción por los Derechos Humanos, expone por su parte que a la par de la Iglesia, la Procuraduría de Justicia capitalina “puso muchas trabas” para que la denuncia de Jesús contra el cura no tuviera éxito.
“Desde el inicio nos topamos con que la procuraduría destruía pruebas que aportábamos –recalca el letrado- O con que nos citaban un día y cuando llegábamos nos decían que la ministerio público estaba de vacaciones, o nos decían que el expediente ya se iba para el archivo porque había prescrito”.
Así, hasta que en 2015 la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) emitió la recomendación 1/2015, en donde se reconoce que funcionarios de la Procuraduría capitalina incurrieron en violaciones a derechos humanos al integrar de manera deficiente la denuncia de Jesús.
A partir de esta recomendación, que fue aceptada por el gobierno capitalino, aunque hasta el momento no ha generado sanciones contra los funcionarios señalados, el caso de Jesús comienza a moverse. Pero no es hasta agosto de 2016 cuando se logra consignar judicialmente la denuncia y obtener una orden de aprehensión para detener al cura Carlos López Valdés en el estado de Morelos.
Sentencia histórica
El pasado 8 de marzo, tras llevar ya 19 meses en prisión, el sacerdote Carlos López recibió del Juzgado 55° en materia penal de la Ciudad de México una sentencia de 63 años de cárcel por los abusos en contra de Jesús Romero, de los cuales solo podrá cumplir 40 años debido a que esa es la pena máxima que puede cumplirse en la capital del país.
Aun así, la sentencia garantiza que el sacerdote, actualmente de 72 años, pase el resto de sus días en prisión, por lo que Jesús y sus abogados dijeron ayer en una conferencia de prensa que están satisfechos con la duración de la condena, la primera en la Ciudad de México contra un sacerdote por abusos sexuales.
“Esta sentencia representa un parteaguas en la procuración e impartición de justicia en nuestra ciudad. Se rompe la burbuja de protección hacia los curas pederastas; se rompe este cascarón que mantenía la impunidad, la protección y el contubernio entre las autoridades civiles y el clero católico (…). Esperemos que abra el camino para que otras sentencias puedan darse en el mismo sentido”, dijo Jesús Romero, quien ahora es psicólogo y terapeuta en una asociación civil que él mismo fundó para ayudar a otras víctimas de abusos sexuales.
Como parte de la sentencia, también se impuso a Carlos López el pago de 75 mil pesos por concepto de pagos de tratamientos psicológicos para Jesús. Sin embargo, no fijó un monto para la reparación del daño.
Por este motivo, los abogados del Grupo de Acción por los Derechos Humanos anunciaron que apelarán la sentencia respecto a la parte económica, para que una sala penal revise el monto.
Asimismo, los abogados dijeron que están preparando una nueva batalla legal contra la Iglesia católica, para que ésta acepte su responsabilidad en el caso y pague una reparación del daño ocasionado a Jesús Romero.
“Estos comportamientos nos producen vergüenza”: Iglesia
La Arquidiócesis de México, a través de un comunicado, dijo que está dispuesta a “colaborar con las autoridades en procurar la justicia en la sociedad”, y se solidarizó con Jesús y su familia.
“Lamentamos profundamente lo sucedido. Estos comportamientos terribles nos producen dolor y vergüenza, y nos confirman en el compromiso de hacer todo lo necesario para sanar estas situaciones desde la raíz”, apunta el comunicado. (ANIMAL POLÍTICO)
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