Claudia Rodríguez Acosta, psicoanalista
A los dos años y medio o tres, es común que los niños se opongan a todo, andan diciendo «no, no, no» mucho antes de que sean capaces de decir «sí». Si les pides que guarden silencio, gritan más, si interrumpes su juego en el parque, se alteran como si les hubiera ocurrido lo peor del mundo, si los llevas a que se laven los dientes se resisten, patalean y hacen un gran drama. Esto es parte normal del desarrollo, el niño pequeño necesita reafirmarse y saber que puede decidir, saber que es diferente a sus papás y su forma de comprobarlo es oponiéndose a ellos. Por su parte, los padres son los encargados de permitir la autonomía, siempre y cuando no rebasen los límites, por ejemplo, puedes permitir que se lave los dientes más tarde, pero no permitir que nunca se los lave; o bien, permitir que juegue 10 minutos más en el parque y después de ese tiempo llevártelo aunque haga un gran drama. Las reglas las ponen los padres y aunque el niño llore y patalee, al final se sentirá tranquilo y seguro al ver que hay un adulto que lo respalda y le muestra los límites de una forma cariñosa y firme.
Conforme va creciendo, el niño va madurando, si se le han dado las herramientas adecuadas (amor, reglas, respeto, oportunidades para que se frustre y lo tolere, confianza, constancia) será capaz por sí mismo de estudiar, ser responsable, respetuoso, de cuidarse, sabrá que hay límites en la vida y que cuando se respetan él obtiene una ganancia.
Al llegar la adolescencia las cosas pueden complicarse, un adolescente es un niño de menos de cinco años pero con cuerpo de grande, la necesidad de separarse de los padres, encontrar su identidad y reafirmarse se vuelve importante otra vez. La gran diferencia es que aquel niñito a quien se podía cargar, abrazar mientras hacía su berrinche, subir al carro aunque no quisiera, etc., ahora es un hombre o una mujer que no tan fácilmente permitirán que sus padres le digan qué hacer. Todos los adolescentes son diferentes, el gran problema para muchos es que nunca han tenido suficientes límites, sus padres les han ahorrado frustraciones, los han sobreprotegido o bien los han maltratado. Estos chicos no tienen claro qué les hace bien y qué no, qué se puede y qué no, son niñitos de tres años ansiosos, desorientados y poco tolerantes a la frustración.
A veces se cree que las personas pueden cambiar de la noche a la mañana, como si fuera magia o como si solo bastara de un estímulo para lograrlo; esto no es así. Hay que tomar en cuenta que al llegar la adolescencia, todos aquellos conflictos que en el pasado tal vez no se veían tan «graves», todas las conductas que se pasaban por alto, es probable que regresen y con más fuerza. Durante esta etapa, es esperado que se tengan cambios drásticos de humor, rebeldía, necesidad de estar a solas, pérdida de la noción del tiempo, bajo rendimiento escolar y apatía por todo aquello que guarde relación con los padres. Sin embargo, estas conductas son pasajeras y no llegan a afectar demasiado la vida del adolescente, esto es, no lo ponen en riesgo, no lo hacen perder la escuela ni tener problemas legales. Esto habla de que a pesar de las dificultades de la etapa, hay bases sólidas y firmes que permiten que el joven alcance la madurez sin tanto lío. Sin embargo, cuando no es así, cuando el adolescente tiende a meterse en problemas graves o cuando se observan conductas que comprometen su salud y su vida, es recomendable buscar ayuda profesional, ya que hay que hacer una revisión de la historia y de la dinámica familiar, hay que preguntarse ¿Qué ha estado pasando? Tal vez desde hace muchos años, ¿Cómo se ha llegado a eso? ¿Por qué se ha permitido o por qué no se ha podido frenar?
Estas preguntas pueden ayudar a que los padres vayan identificando cuál es el problema actual y desde cuándo se originó y cómo. En el trabajo con adolescentes no se trata de buscar culpables, sino de entender por qué a veces se les ha dejado tan solos y sin rumbo, por qué se les ha procurado vivir en una burbuja sin frustraciones o por qué se les ha maltratado. Entendiendo eso, hay más probabilidades de hacer aquello que tuvo que hacerse cuando ese hombre o esa mujer de 17 años eran unos niñitos.
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