IDEOLOGÍA, EXPECTATIVA Y FRUSTRACIÓN

La perfección no es de este mundo,

pero las ideologías insisten en prometerla

Isaiah Berlin 

Todas las expectativas conllevan, desde que se asoman tímidas a nuestra psique, la semilla del fracaso y, por tanto, de nuestra frustración. No se cumple siempre tan aciago destino, pero créame cuando le digo que, en general, el 90% de los casos ratifica lo que le he dicho y en algunos otros es ineludible llegar al 100.

Ahora desmenucemos. Una expectativa no es un deseo ni una esperanza: es un condicionamiento de nuestro bienestar emocional, o de alivio del malestar que implica sentirse necesitado, a la obtención de un resultado específico cuya concreción puede no estar totalmente, o incluso en lo absoluto, en nuestras manos. Este último factor es, ciertamente, la causa de que las cosas, en la mayoría de las ocasiones, no salgan como queremos.

Lo que hay en el fondo de cualquier expectativa destinada a fracasar una y otra vez es el malestar emocional que produce casi siempre la necesidad, especialmente la psicológica, interactuando con la exigencia oculta de que algo o alguien venga a resolvernos el problema. Esto se debe a que dicha necesidad está ligada a una carencia de nuestra infancia, que no estábamos en aptitud de colmar nosotros mismos, solo de pedir o propiciar su satisfacción, y ahí se quedó instalada en nuestra psique, guiando toda nuestra emoción y conducta.

La expectativa suele ser una de nuestras principales motivaciones para elegir en la vida desde la ropa, la pareja y la profesión u oficio, hasta la ideología. Y aquí, con esta última, es donde se pone difícil, y hasta fea, la cosa, pues su principal función es la de constituir un refugio psicológico, construido por narrativas ajenas que nos proporcionan promesas irresistibles o, como mínimo, respuestas que consideramos necesarias para darle sentido a la vida.

La ideología ofrece una situación perfecta que no puede ocurrir en la realidad, pues, sea del tipo que sea, se trata de una abstracción mediante la cual transformamos imaginariamente la realidad, ante nuestra incapacidad de adaptación.

Así que, ya sea que crea que puede ganarse el cielo con buenas acciones o por lo menos arrepentimiento, o que el gobierno le hará justicia proveyéndolo de todo lo que cree que necesitar, porque su papá o su mamá no lo hicieron en su momento, o ambas cosas, como sucede en las sociedades de tradición católica y paternalista, estará usted huyendo de la realidad, que no es otra cosa que hacerse cargo de sí mismo, de su conciencia, su moral y sus acciones en congruencia, para lo cual hay que dejar de pensar que los demás son culpables de su situación y que están, junto con la vida, en deuda con usted.

No estará, por supuesto, ni libre de expectativas ni de frustraciones, pero cuando se entra en dominio de la vida propia, se está en facultad y aptitud de moderar las primeras y de transformar en aprendizaje las segundas. De lo contrario seguiremos dependiendo de que los demás satisfagan nuestras carencias y, por tanto, viviremos tratando de obtener de ellos lo que creemos necesitar, siempre manipulando, mediante la complacencia y/o la agresión.

Todos nos aferramos mentalmente al regalo tácita o explícitamente prometido por la ideología; es decir, nos ideologizamos, nos creemos el cuento. Cuando esto sucede, la frustración se vuelve inevitable, porque nos han implantado un imaginario irrealizable, pero de promesa permanente y falsamente factible, en la cual seguiremos creyendo, a pesar de todas las evidencias en contrario, porque, recordemos, la exigencia oculta es que algo o alguien se haga cargo, lo que a su vez proviene del predominio psicológico de la carencia antigua, la que no pudimos colmar nosotros mismos. Esto produce, además, un sesgo cognitivo: solo veremos y creeremos todo aquello que ratifique que sucederá lo que anhelamos. Combatiremos sin duda lo que percibamos como una amenaza. Y aquí se pueden quedar atoradas las personas y las sociedades durante décadas.

 

delasfuentesopina@gmail.com