El día que la materia se convirtió en superhéroe
Dra. Yadira Karina Reyes Acosta
Había una vez un pequeño átomo que vivía feliz en su estado sólido. Él y sus amigos estaban bien ordenaditos, tomados de la mano, sin moverse mucho, como si fueran soldados en formación. Todo estaba en calma y muy organizado.
Cuando llegó el calor del verano, el átomo y sus amigos empezaron a sentir que ya no podían quedarse quietos. Se soltaron de las manos y comenzaron a moverse un poco más libremente. ¡Se habían convertido en líquidos! Ahora podían deslizarse unos sobre otros, como si estuvieran en una fiesta de patinaje.
Pero el calor siguió aumentando. Las cosas se pusieron tan movidas que ya no había quien los detuviera. Los átomos salieron corriendo en todas direcciones. ¡Era un caos divertido! Se habían convertido en gas. Ahora podían viajar por todo el espacio, como globos sueltos que van a donde el viento los lleve.
Sin embargo, nadie esperaba lo que venía después. Un día, alguien encendió una chispa de energía enorme. Fue como si apareciera un rayo en medio de la fiesta. Los átomos y sus electrones se sorprendieron tanto, que algunos electrones decidieron separarse de sus átomos. No fue un divorcio triste, sino más bien una liberación: ahora podían moverse de un lado a otro, cargando electricidad, creando luz y calor.
Ese fue el nacimiento del plasma, el cuarto estado de la materia.
El plasma es como una versión “superpoderosa” del gas. Imagínalo como una fiesta en la que las luces de neón se encienden y todos brillan. Los electrones libres se pasean de un lado a otro, produciendo electricidad y haciendo que el gas brille. Por eso las lámparas fluorescentes, las luces de neón e incluso las auroras boreales se ven tan mágicas: ¡son gases convertidos en plasma!
Un día, el pequeño átomo, que ahora era parte del plasma, se encontró con otros amigos que habían vivido la misma transformación. —¡Mira cómo brillamos! —gritó uno, mientras lanzaba destellos de luz. —Sí —respondió el átomo. —Y además podemos hacer cosas increíbles: calentar materiales sin tocarlos, esterilizar superficies, ayudar a curar heridas e incluso limpiar frutas y verduras sin químicos.
Así, el átomo y sus amigos se dieron cuenta de que el plasma no solo era divertido y brillante, sino también muy útil. Desde las pantallas de televisión hasta los experimentos en el espacio, el plasma estaba en todas partes, aunque mucha gente ni siquiera sabía su nombre.
La historia del átomo nos recuerda que la materia no es estática: puede transformarse y adaptarse a las circunstancias. Solo hace falta energía —calor, electricidad o una chispa— para que ocurra la magia.
Así que, la próxima vez que veas una lámpara de neón, un relámpago en el cielo o un video de plasma frío tratando frutas, recuerda que lo que estás viendo es la materia en su versión más rebelde y energética. Es el cuarto estado, el estado de los superhéroes, que brilla, conduce electricidad y nos ayuda a construir el futuro.
Porque, después de todo, el plasma no es solo ciencia: es la prueba de que la materia también sabe divertirse.
Facultad de Ciencias Químicas, Unidad Sureste



