El Salvador era para mí una experiencia urgente. En la puerta de llegadas del aeropuerto “Óscar Arnulfo Romero”, nos recibe quien en su juventud recorrió los cerros como guerrillero y ahora, como antes, es un hombre probo y auténtico defensor de los derechos humanos. En su voz y extrema sencillez se refleja la serenidad de quien lo vio todo. Su nombre es Benjamín Cuéllar.
En unos días, una sumersión en la historia reciente de la entrañable nación centroamericana. El peculiar Virgilio que me acompañó, es el famoso vocero de Fox, el mismo que décadas antes se unió a los jesuitas y luego al FMLN. Mi intención era conocer el lugar del sacrificio de Ellacuría y la tumba del “santo de los pobres”.
Era arzobispo cuando asesinaron a Rutilio Grande. Hasta ese momento, algunos lo consideraban conservador ante el contexto de pobreza y violencia del país. “No hay San Oscar Arnulfo sin Grande”, escuché varias veces en esos días de viaje. Rutilio fue asesinado en marzo de 1977; era jesuita y parte de la iglesia que militaba con los pobres. Un mes antes dijo: “Si se es en el país un pobre sacerdote o catequista de nuestra comunidad, se le calumniará, se le amenazará, se le sacará por la noche en secreto y es posible que le pongan una bomba”.
Romero encabezó la indignación por la muerte de Rutilio y abrazó la cruz de los pobres. Con ella acudió a su martirio en marzo de 1980. El santo sabía del riesgo que corría y en una entrevista afirmó: “Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Romero fue ultimado en un altar, junto a un hospital para enfermos de cáncer y a unos pasos de los cuartos que le servían de casa.
Años después, un grupo de soldados entró por la noche a las instalaciones de la Universidad Centroamericana (UCA) “José Simeón Cañas”. En la zona de habitaciones asesinaron a Ignacio Ellacuría, junto a cinco sacerdotes y dos humildes mujeres.
Al desayuno llegó José María Tojeira; lo invitaron Rubén Aguilar y Mincho. Alto, gallego y con nacionalidad salvadoreña. Desde un lugar cercano a la UCA escuchó los disparos que mataron al teólogo y rector Ellacuría. Él era el provincial de los jesuitas; le tocó cubrir el rostro de los asesinados para que no se llenaran de moscas.
Chema murió hace unos días. El ciberespacio se inundó con el dolor de su partida y la admiración a su obra. Tojeira lideró la investigación del asesinato de sus compañeros, fue rector de la universidad y un comprometido con los pobres.
En las redes hay muestras de sus sermones y conferencias. Este fin de semana lo dediqué a la relectura de los textos y a “bajarlos” para su archivo.



