LAS OPORTUNIDADES: UNA CUESTIÓN DE PERCEPCIÓN Y ACCIÓN

En el mundo, cada ser está dotado de lo necesario para cumplir su propósito. Si observamos con atención, nos percataremos de esta realidad. Esto no implica que los seres sean completamente autosuficientes o que no necesiten de otros. Por ejemplo, una planta toma de su entorno lo indispensable para vivir, crecer y propagarse: minerales de la tierra, agua disponible y luz solar. Con sus propias potencialidades naturales, logra su fin. Lo mismo ocurre con los animales, aunque el dinamismo entre uno y otro es distinto. A diferencia de las plantas, que no pueden reubicarse, los animales sí lo hacen. Por ello, presenciamos las migraciones estacionales, donde aves, insectos y mamíferos se desplazan en busca de alimento o para reproducirse. De estos movimientos y reubicaciones depende en gran medida su número y supervivencia.

Veamos ahora, la situación no es exactamente la misma para los seres humanos. Nos movemos, emigramos y cambiamos de lugar no por instinto, sino por decisión propia. De igual modo, cada ser humano está dotado de lo necesario para alcanzar su propósito. Sería absurdo que el ser más complejo del universo no lo estuviera, mientras que las piedras, las plantas y los animales sí. El ser humano posee en sí mismo muchos elementos fundamentales, como nuestro propio organismo: manos, pies, cabeza. Como las plantas, sabemos adaptarnos a nuestro ambiente físico. Y como los animales, podemos desplazarnos para encontrar lo que necesitamos. Sin embargo, no solo el ser humano individualmente considerado tiene lo necesario para lograr su fin; la sociedad también lo está.

Existe, sin embargo, una variable crucial: la oportunidad, que es la posibilidad de que una persona realice una acción para obtener o lograr algún tipo de mejora. Es fundamental comprender que representa una conjugación entre tiempo y acción para alcanzar un beneficio, aprovechando ciertas circunstancias que se presentan en un momento determinado. Al analizar nuestra vida y nuestro pasado, nos daremos cuenta de que siempre se nos han presentado, se nos presentan y se nos presentarán oportunidades. El verdadero reto radica en darnos cuenta, reconocerlas, valorarlas, aceptarlas y tomarlas mediante acciones concretas. No obstante, si no las percibimos, si no las identificamos, si no las valoramos correctamente, si no las aceptamos, o si la desidia y la pereza nos impiden tomarlas, estas se desvanecen. Y aunque algunas podrían volver a presentarse, hay oportunidades que nunca más regresan en la vida.

Desafortunadamente existe el mal hábito de dejarlas pasar, así de nada servirán. Esta es una realidad innegable que explica tantos casos de estancamiento personal y social. Como bien dice el dicho: ‘No existe la suerte, existen hombres que saben aprovechar las oportunidades’. De igual modo hay sociedades que se han acostumbrado a ver pasar oportunidad tras oportunidad, mientras que otras, antes empobrecidas, se transformaron con trabajo y disciplina y hoy son prósperas. Un ejemplo claro es Corea del Sur, que después de la terrible guerra de 1952, tenía un nivel de vida similar al de las repúblicas centroamericanas de aquel entonces, y hoy la diferencia de desarrollo es indiscutible.

Recordé un video en una red social que mostraba a Dios dándole algo a cada país de Latinoamérica. Cuando aparece México, el guion dice: ‘A ti te daré al Chavo del 8, picante y bastante territorio’, y le entrega un papel. El que representa a México le dice: ‘Gracias, Dios’. De pronto, otra mano que simboliza a Estados Unidos arrebata el papelito y dice: ‘Esto es mío’, para luego marcharse. El que representa a México se vuelve hacia Dios y le dice: ‘Oye, mira’, y la voz de Dios le responde: ‘¡Ay, qué lástima!… El siguiente.’ Esta ironía, aunque cruda, es cierta. El mundo actual, con sus nuevas tecnologías y nuevas industrias, siempre ofrece nuevas oportunidades. Sin embargo, si no estamos alertas y preparados, estas seguirán pasando y se desaprovecharán, por más que se presenten.

Hoy, por ejemplo, existe otra gran oportunidad que muchos conocen, pero que los mexicanos no hemos sabido aprovechar: nuestra posición geográfica privilegiada. Otras naciones la desean, pero seguimos creyendo que solo el petróleo y las tranzas son la única fuente de riqueza. Lamentablemente, por una profunda falta de formación intelectual, cívica, ética y moral, nuestra mente parece estar cegada y nuestra inteligencia atrofiada, lo que nos incapacita para darnos cuenta de que se puede generar prosperidad y bienestar para todos. Sin embargo, cada quien mira por sí mismo, y al final, nadie logra su fin último ni el alto propósito al que el Creador nos ha llamado a cada uno de nosotros, y en particular a nuestra nación.