COMO DECÍA MI ABUELA

 “Santo que no es visto”…

Mis abuelos tuvieron ocho hijos, cuatro mujeres y cuatro varones, el mayor se fue a vivir a Ciudad Acuña, Coahuila por lo que no visitaba a mis abuelos con mucha frecuencia. En una ocasión en que se encontraba de visita, mi tío le preguntó a mi abuela que por qué no era él su hijo favorito, a lo que mi abuela (con una sonrisa pícara) le respondió: ay mijito, “santo que no es visto no es adorado”, agregando que las madres quieren a todos sus hijos por igual.

Los periodistas, columnistas y divulgadores de información a través de redes sociales, desempeñamos una labor de comunicación más informal con el público, buscando otra manera de acercarlos a realidades que en ocasiones no son tan visibilizadas en los medios de comunicación oficiales, ya que, como decía mi abuela, “santo que no es visto, no es adorado” y es necesario que todos tengamos la oportunidad de conocer otras historias.

Muchas veces, el periodista se encarga de darle voz a aquellas historias que de otra manera nadie contaría, historias que resultan muy crudas y difíciles de aceptar para algunos. Éstas tienen como componente en común una persona o aparato en posición de poder que lo ejerce de manera abusiva en contra de aquellos grupos vulnerables que no tienen manera de protegerse. Frecuentemente con lo único que cuentan las víctimas es con su voz, con su capacidad de romper el silencio en búsqueda de justicia, ya que se sienten desprotegidas frente a todo un sistema corrupto que muchas veces deja impunes a los agresores y se pone de su parte.

En un contexto como este, el caso de Ximena Peredo, nos debe doler como sociedad, como activistas y como periodistas, ya que Ximena fue quien dio voz a las víctimas de las agresiones del escritor Felipe Montes, quién ejercía como docente en el Tec de Monterrey, mediante su columna titulada “El retorno de un depredador”

En su columna Peredo analiza la figura de la “justicia posible” aquella que las víctimas se procuran a falta de un sistema judicial que les genere confianza. Años después Montes denunció por difamación a la periodista.

El caso fue desechado en primera instancia, pero luego de su apelación, el magistrado Juan José Taméz Galarza, condenó a Ximena Peredo al pago de la terapia psicológica del agresor por el tiempo que su terapeuta considere necesario.

La conducta antijurídica es la muestra irrefutable de que Felipe Montes requiere ayuda profesional, recordemos que fue destituido por el Tec de Monterrey en 2017 cuando la institución emitió un comunicado anunciando su despido y en que señalaron “tenemos cero tolerancia a conductas inapropiadas que atenten contra la integridad de las personas y actuamos con firmeza ante cualquier circunstancia en la que se evidencia el haber vulnerado la dignidad de las personas”, sin embargo, pareciera que el magistrado cree que la afectación viene después cuándo sus delitos se muestran al público. Es inverosímil que se condene a Ximena a pagar los platos rotos de una manzana podrida de la sociedad.

Las autoridades cuentan desde 2007 con Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, en lugar de utilizarla, pareciera que tienen un manual oculto de cómo sancionar y erradicar, no la violencia en contra de las mujeres, sino a aquéllas que osamos ir en contra del sistema, quienes nos quejamos de la violencia cometida en nuestra contra, por eso es importante que alcemos la mirada hacia el caso de Ximena y la acompañemos en su lucha por la libertad de expresión y defendamos su derecho a una vida libre de violencia, porque Ximena puede no ser víctima de Felipe Montes, pero está siendo víctima de la fuerza del poder judicial. Cómo ella misma lo expresa “este fallo, que pelearemos por las instancias correspondientes, representa una sentencia con graves errores judiciales que me genera una profunda desconfianza en el sistema de justicia y me hace entender por qué tantas mujeres víctimas de violencia sexual prefieren procurarse justicia a través de la denuncia pública antes que asistir a instancias judiciales”.

Esta es la realidad en México, los agresores cuentan con todas las dificultades por las que atraviesan las víctimas para procurarse justicia y las utilizan a su favor, por ello, debemos denunciar y hacer visibles este y todos los casos en los que, ya sea por corrupción o negligencia, el Estado se pone de parte del agresor, porque, como decía mi abuela “santo que no es visto, no es adorado” y en esta columna también les daremos voz a todas esas historias donde se pretende pasar por encima de los derechos humanos.