COMPETENCIA Y COOPERACIÓN

Columna de El Colegio de Economistas de Coahuila, A.C.

 ¿Qué estamos haciendo con la libertad?

 Por: Lic. Ana Isabel Gaytán García

 Vicepresidenta Ejecutiva de Programas de Género

La libertad es un principio fundamental de la humanidad. Según el Diccionario del Español de México, se define como “la facultad o posibilidad que tiene una persona, o un conjunto de personas, de elegir o hacer algo según su propio juicio, sus intereses, deseos, etc., sin depender del dominio, el poder o la autoridad de otra u otras”. Sin embargo, la gran pregunta es: ¿qué estamos haciendo hoy con esa libertad?

Diariamente vemos cómo se ejerce en el gobierno, en las instituciones, en las leyes, en la economía y en la sociedad. Se manifiesta en la familia, en los jóvenes y en los niños. Pero, al mismo tiempo, nos alarmamos por los efectos de su mal uso. Hemos mantenido los ojos cerrados voluntariamente, ignorando las señales de una crisis profunda. Es momento de reflexionar, de asumir responsabilidad y de abrirnos a la verdad, pues solo ella nos hará realmente libres. Solo así podremos generar un cambio significativo.

La deshumanización ha dejado huellas profundas en nuestra sociedad, fracturando no solo nuestras estructuras sociales, sino también el espíritu humano. Esto se refleja tanto en la violencia y la corrupción como en la decadencia de la educación pública y la pérdida de valores. Ejemplos como las fosas clandestinas halladas en Teuchitlán nos muestran hasta que punto hemos normalizado el horror y la indiferencia.

Algunos filósofos, como Locke, Berkeley y Reid, critican a aquellos que no buscan entender la realidad en sí misma, sino que se limitan a considerar lo que cada persona piensa o conoce sobre ella. Esto lleva a una visión subjetiva y limitada del conocimiento, donde cada individuo construye su propia verdad basada en sus experiencias personales. Esta forma de pensar ha llevado a un empirismo (enfoque basado en la experiencia individual) y agnosticismo (creencia de que no se puede conocer la verdad absoluta) que influye en muchos aspectos de la sociedad actual, incluyendo el gobierno, la sociedad y la familia.

Karl Popper sostenía que el mejor camino hacia la verdad es cuestionar nuestras creencias más arraigadas. Debemos usar la razón y la reflexión para iluminar nuestra realidad y salir del estado de confusión en el que nos encontramos.

Uno de los síntomas de esta crisis es la manera en que hemos reducido el concepto de bienestar. Para los economistas, este suele medirse en términos materiales. No es casualidad: según Maddison (2008), la economía de libre mercado produce en 40 horas la riqueza que en el año 1700 tomaba todo un año generar. En términos económicos, esto es progreso. La capacidad productiva ha crecido exponencialmente, permitiendo niveles de vida material nunca vistos. Sin embargo, ¿es suficiente el bienestar material? Un verdadero progreso debe considerar también la felicidad, la satisfacción con la vida y, sobre todo, el bienestar espiritual, un aspecto que hemos relegado en la sociedad moderna.

En este sentido, el caso de Teuchitlán revela una paradoja inquietante. Claudio Lomnitz, antropólogo e investigador mexicano, sostiene que incluso dentro de la violencia existe una espiritualidad que provee un sustento moral. Los cárteles, por ejemplo, crean sus propios códigos éticos y recurren a elementos religiosos para justificar sus actos. No podemos ignorar que estos grupos utilizan símbolos y rituales que provienen de la misma sociedad que los condena. La espiritualidad, según Rivas, Romero y Vázquez (2013, pp. 22-23), es la búsqueda personal para responder las preguntas fundamentales de la vida, una búsqueda que puede o no llevar a la religión o a la formación de comunidades. Esto nos lleva a cuestionarnos: ¿hemos abandonado esa búsqueda?, ¿hemos permitido que la moral sea definida por quienes ejercen el poder, sin una base firme en principios trascendentes?

Desde la ética económica, se reconoce que la conducta humana en el ámbito financiero debe estar guiada por valores morales que trasciendan los intereses inmediatos. La economía, en sí misma, no es el problema. La verdadera cuestión es qué hacemos con la riqueza, cómo la utilizamos para construir una sociedad más justa y humana.

Debemos volver a la raíz del problema. ¿Estamos ante una crisis espiritual, económica o política? Probablemente, sea una combinación de todas ellas. La doctrina social nos enseña que la economía es solo una dimensión de la actividad humana, y el progreso material debe ser solo un medio, no un fin en sí mismo. Es momento de construir un nuevo paradigma en el que la libertad no sea un mero concepto, sino una responsabilidad compartida para el bienestar integral de la humanidad.