Una llamada nos cambió el semblante. Como en la prepa, la suspensión del examen del día siguiente nos hizo olvidarnos de las preocupaciones y volver a nuestro presente irreal e irresponsable.
México tiene graves problemas y el primero de ellos es que vive atrapado en la narrativa de lo irracional. Actitud frecuente en la sociedad posmoderna, donde triunfan los valores relativos, la sociedad se siente cómoda con las fórmulas milagrosas y la polarización que culpa a los demás de los males propios. El hombre posmoderno es capaz de creer cualquier cosa que lo libere de la realidad del raciocinio.
En un mismo barco viajan los tipos que niegan las vacunas y aquellos que usan el “detente” como solución para enfrentar una pandemia. No hay diferencia entre cambiar el nombre al Golfo de México y el generar una controversia por “la conquista”.
Detrás del discurso americano de la supremacía blanca y cristiana, se instala el derecho a gobernar el mundo. Como antídoto se invoca el “masiosare” y a un pasado que no existió en los términos en los cuales se narra.
En la tragedia mexicana, los coros cantan triunfos dudosos y sus versos se mezclan con los de personajes que claman vaticinios tremendistas. No hay a quién irle, y se la pasa uno con el Jesús en la boca. En la polarización, unos desean los peores males para con ello descalificar al gobierno, mientras otros, “los quedabien”, sin rubor alguno, justifican las calamidades que vivimos.
Para ganar su elección, el señor Trump instaló en su electorado la narrativa de un México indolente, que se aprovechó de la buena fe de los demócratas para burlar a los americanos. Lo cierto es que, en materia económica, actuamos conforme a un tratado firmado y jugamos un papel importante en la lógica de un mundo que compite por regiones.
También es real que hemos tenido gobiernos bastante permisivos e indolentes. En los pasados seis años se dejó de combatir al crimen, se abandonó la política exterior y se renunció a una que abordara el problema de la migración. Por ideas y fanatismos se debilitó la economía del país y las finanzas públicas del gobierno.
Por más que guardemos la figura, lo cierto es que nos traen a “trapazos” y no dejamos de hacer changuitos para que los vecinos agarren a otro de carrilla.
Cuentan que un sultán le concedió un último deseo a un reo: hacer hablar en un año a un caballo. El verdugo increpó al sentenciado sobre el disparate y este le contestó: mira, en un año, igual se le olvida al sultán, o me perdona, o me muero, bueno, y con suerte hasta el pinche caballo habla.
Así andamos, con un detente en la mano y esperando lo imposible. Optemos por una ruta donde impere la razón y no las fórmulas mágicas.
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