Sucedía en un barrio de la colonia Bellavista.
Actualmente cuando se habla de posadas, la mayoría saben que están muy relacionadas con la Navidad, pero se hace más referencia al ponche, los tamales, las piñatas, a una “pachanga”, de fin de año. Pero hay que recordar su origen religioso, pues la historia nos enseña que llegaron con los españoles que las fusionaron con algunas tradiciones indígenas. Según se ha investigado, los españoles establecieron los festejos llamados “misas de aguinaldo”, que tenían lugar del 16 al 24 de diciembre. Dichas misas se celebraban al aire libre, en ellas se leían pasajes alusivos a la Navidad, y se hacían representaciones de estas, que se conocen como el nombre de pastorelas. Además se daban pequeños regalos a los asistentes conocidos como “aguinaldos”.
Estas misas de “aguinaldo”, desaparecieron después de la Independencia de México, pero no así la costumbre de preparar la celebración de la Navidad, así fueron naciendo las tradicionales posadas. Sin embargo, las “posadas” que hoy se hacen, en nada se parecen a aquellas que se hacían en un barrio de la popular Colonia Bellavista al sur de Saltillo. Aquel barrio estaba en el corazón de tres templos muy conocidos: el Ojo de Agua, la Iglesia de nuestra Señora de Lourdes y la Iglesia de “San Juanita”, corrían los felices años ochenta, y el Padre José Luis, de feliz memoria, alentaba a todos los niños a participar en las “posadas”.
Era otro Saltillo, no puedo decir si mejor o peor, pero si diferente, eran otros tiempos, eran otros modos de pensar, otro tipo de personas, muchas de las cuales ya no están con nosotros… Una de estas personas era Estelita, la catequista de aquel barrio de la Bellavista que colaboraba en el Ojo de Agua. Estelita tenía un don especial para cautivar con la Navidad, sabía cómo motivar a los chiquitines para poner en movimiento a sus papás; se veían en muchas casas a las mamás lavando los botes de cartón de leche, haciendo 4 cortes a los lados para hacerlos “ventanas”, luego los forraban y en las ventanas les ponían plásticos de colores, y en el fondo del bote de leche, ya con forma de farol, le ponían una ficha en la que se colocaba una vela, y sujetando con estambre al improvisado farol, ya estaba listo para el 16 de diciembre, porque empezaban las posadas.
Llegada la noche, se dejaba de ver al “Chavo del 8”, pues era el momento de comenzar las posadas, se juntaban los niños, algunos acompañados de sus mamás, (no había inseguridad como hoy, dicho sea de paso), y se iniciaban las posadas. Se hacían unas oraciones, luego se partía la procesión llevando de frente una imagen con los peregrinos, o si se podía, a dos niños, una niña como María y un niño como José, se entonaban villancicos, y al llegar a la primera casa, se comenzaba con el canto tan conocido: “os pido posada…”, ya el resto es muy conocido: los peregrinos son rechazados en dos domicilios hasta que en el tercero, por fin se aceptan a los peregrinos cantando: “entren santos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón, y aunque pobre la morada, la morada, os la doy de corazón”.
Estelita dirigía el rosario, y al terminar daba una pequeña lección donde explicaba el sentido de la posada. ¡Qué don de aquella gran mujer! capaz de hacer sentir amor y cariño al Dios al que ella amaba, era de aquellas personas que sabían despertar la fe por medio de la alegría y el gozo. Ella tenía el don de hacer querer ser buena persona, no por miedos ni por temor a castigos, sino por sentir el gozo y la alegría que naturalmente brotan de la verdadera bondad. Ahora sí, cuando había, se rompía la piñata, y al terminar, la familia anfitriona ofrecía lo que le llaman “la reliquia”. Estas posadas poco a poco se fueron acabando, las costumbres fueron cambiando. Cuantas tradiciones hermosas nos hablan de unos tiempos que ya se fueron y que nunca volverán y que solo viven en las memorias de aquellos que tuvieron la fortuna de vivirlas.
Hay tantas historias que nos hablan de un México que se nos fue, un México que se nos fue de las manos; sin embargo, las nuevas generaciones deben saber que tienen unos inmensos tesoros escondidos, que si los descubren, los valoran y los aprovechan, podrán ver con esperanza, confianza y seguridad el futuro, y construir su porvenir con seguridad, pues construirán sobre sólidas bases: los conocimientos y experiencias sanas de sus mayores.
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